Capítulo 4

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Gianna

22 años atrás...

Hace algunos días había terminado mi año académico y mi mamá me dijo de ir a la playa. ¡Qué genial! Castillos de arena, el sonido de las olas, el sol, jugar con el agua...

Estaba haciendo un castillo de arena con mi mamá cuando llegó un niño con un balde vacío y una pala, este chico era más o menos de mi estatura, pelinegro y de ojos azules. Se quedó de pie en silencio al lado de nosotras, hasta que lo invité a jugar, sonrió y comenzó a llenar de arena su balde. Mi mamá se apartó un poco y se puso a conversar con una señora, quizás era la madre del niño.

–¿Cómo te llamas? –Pregunté–.

–Julián, ¿y tú?

–Gianna.

–Que lindo nombre –sonrió mientras volteaba su balde junto al castillo y creaba otra torre–.

–Gracias. El tuyo igual. ¿Eres de aquí?

–Sí, mi familia y yo nos mudamos hace poco.

Hablamos un rato más y cuando terminamos el castillo, fuimos a jugar donde estaban las olas. El juego consistía en acercarnos y escapar de ellas antes de que estas nos mojaran.

La tarde pasó muy rápido. Cuando mi madre dijo que nos fuéramos, la señora junto a ella le dijo lo mismo a Julián, así supe que era su madre.

Nos pasamos casi todo el verano en la playa jugando.

***

Hace unos años me independicé. Con mucho esfuerzo y un poco de ayuda de mis padres, compré un departamento. Empecé a trabajar cuando estaba en mi penúltimo año antes de ingresar a la universidad, para pagar esta misma, pero logré ingresar y estudiar mi carrera completa becada, así que guardé el dinero; cuando estaba en mi cuarto año, conseguí un empleo de medio tiempo, más que nada por adquirir experiencia laboral, pero me pagaban un salario, entonces seguí ahorrando, también mis prácticas fueron pagadas –algo realmente maravilloso que no sucede a menudo–. Muchas veces dejé de ir a fiestas, algunas veces fue por estudiar y otras por trabajar y ahorrar, pero valió la pena, a los 29 años me pude comprar un departamento y ahora vivo sola, algo que no muchos pueden hacer.

Salía de mi trabajo e iba conduciendo a mi casa, cuando recordé que se había acabado el café, por lo que tuve que desviarme e ir al supermercado más cercano.

Eran alrededor de las 6pm y casi nadie pasaba por las calles, a pesar de que era mediados de septiembre y los días eran más largos.

Estacioné el vehículo y tomé la bolsa reutilizable gigante que usaba para guardar mis compras.

Entré y busqué el pasillo de los cafés. Elegí el más económico. Por lo general no era de consumir productos costosos, una práctica que se me quedó de mis días de estudiante con poco presupuesto. Intenté hacer memoria de todo lo que podría faltar en casa. Pasé por el sitio de alimentos no perecibles y compré un kilo de arroz y dos paquetes de tallarines, algo que nunca está de sobra. Guardé todo en el carro y me alisté en la fila para pagar.

Faltaban dos personas para que fuese mi turno cuando, de pronto, recordé que no había azúcar ni mantequilla en casa. Le pedí perdón a quienes estaban atrás mío y casi corrí a buscar los artículos que me faltaban.

Primero fui a buscar la mantequilla, una vez que la conseguí, fui en busca del segundo elemento que faltaba en mi despensa. El estante que contenía el azúcar estaba casi vacío y sólo quedaba un paquete de la más económica. Me faltaban unos 5 metros para llegar y en el extremo opuesto del pasillo, venía una pareja con un carro repleto de cosas. La chica que acompañaba al hombre, se fue repentinamente y, al parecer, el chico y yo teníamos el mismo objetivo: el azúcar de oferta. Disimuladamente apresuré el paso, al igual que él.

Tomé el paquete y una mano se posó sobre la mía. La tez era muy pálida. Seguí el brazo hasta que llegué a su rostro y posé mis ojos en los suyos.

–Necesito el azúcar –dije con la cabeza levantada para no sentirme pequeña frente a él–.

–Yo también –respondió–.

–Pues compra otra.

–¿Y si mejor tú lo haces? –Contraatacó con una leve sonrisa que intentó ocultar–.

–Julián, nos conocemos desde hace mucho, sabes que no doy mi brazo a torcer. Además, yo la tomé primero –hice un puchero involuntario–.

–Está bien –sonrió–.

–Han pasado años desde que vi aquel gesto –sonreí también. Idiota, tiene una sonrisa muy hermosa que siempre me ha puesto muy nerviosa, de hecho fue una de las razones por las que actuaba a la defensiva cuando éramos más pequeños–.

–Ni lo menciones... yo... –comenzó a decir, pero alguien lo interrumpió–.

–¡Oh! ¡Tú otra vez! –Exclamó una voz, con fingida alegría, tras Julián–. ¡Este mundo es muy pequeño!

Él soltó mi mano y se alejó. La distancia entre nosotros era prácticamente inexistente. No había notado lo cerca que estábamos hasta ese momento en que habíamos sido "descubiertos" por su novia.

–Hola –dije amablemente, intentando ocultar mi nerviosismo por la escena–. ¿Qué hacen aquí? –"¡Qué más podrían hacer en un supermercado!", pensé. Disimulo pésimo, creí que con los años mejoraría, pero hay cosas que nunca cambian–.

–Hacían falta algunas cosas en nuestra casa y vinimos por ellas –hizo énfasis en la palabra "nuestra"–.

–Ah, claro –reí–. Chicos, debo irme, tengo poco tiempo. Adiós.

–Chau –la novia de Julián me despidió con su mano y una sonrisa extraña–.

Sentí un aroma familiar, era uno muy antiguo, como perfume de mujer... ¡claro! ¡El que usaba Vivian! Recuerdo que ella sólo usaba un aroma: pomelo, los demás le desagradaban por completo. Nunca me esperé que la novia de Julián y mi ex mejor amiga tuvieran gustos en común. ¿Qué será de ella? Quizás deba buscarla en redes sociales.

Llegué a la caja a pagar, por lo menos me ahorré la fila, ya que a esa hora bajaba la afluencia de público.

Guardé mis compras en el portaequipaje del auto y emprendí el rumbo a casa. No dejé de pensar en ningún momento en la escena del supermercado, sobre todo la sonrisa que tuvo en su rostro casi todo el tiempo.

Ya había oscurecido, pues me demoré más de lo planeado en el supermercado. Era hora del programa de mi amiga. Encendí la radio para oír algo de música en el trayecto de media hora hasta mi casa.

–Buenas noches, mi gente linda –escuché la voz de mi amiga Romina, que era locutora en el horario nocturno de la 99.3 FM–, ¿qué tal estuvo el día? Les informamos que la temperatura actual es de 9°C y esta continuará descendiendo, así que busquen de esas estufas de 1.80 que mienten, para no que no pasen frío esta noche –reímos–. Mañana tendremos una mínima de 6°C y una máxima de 12°C, acompañada de un poco de lluvia nuevamente que no nos viene nada mal, ya que llevamos 13 años de déficit hídrico en la región. Luego de este informe meteorológico continuamos con una rolita maravillosa, de esas que parecen hechas para ti, de las que describen la historia con tu ex, de Morat para el mundo, con ustedes: "no se va".

Amiguita linda, ¿me odias? Durante la tarde, cuando mi jefe no me veía, le escribí a Romina para contarle del encuentro con Julián hace unos días atrás, así que creo que esta canción es una indirecta bien directa, pues sabe perfectamente que siempre escucho su programa, además debe estar enojada porque no le había contado. Confirmé que Romina estaba poniendo esas canciones a propósito porque luego siguió con "me vas a ver" y "aún me amas", ambas de Beret, luego "olvidarte" de Felipe Santos ft. Cali y el Dandee, finalmente antes de llegar a mi casa puso "magia" de Sebastián Yatra y Andrés Cepeda. Me las va a pagar.

Romina y yo somos amigas desde que tenemos 14 años. Hemos pasado por varias cosas, entre ellas una chica con la que no me llevo bien y que nos intentó separar, pero nunca lo logró. La quiero mucho y no sé qué haría sin ella en mi vida. A pesar de que no nos vemos siempre, por temas de trabajo, siempre estamos muy pendientes la una de la otra.

Su onda media rockera es totalmente opuesta a la mía, pero por eso nos complementamos y nos llevamos bien. Somos como Riley y Maya de la serie de Disney Channel "el mundo de Riley".

A pesar del tiempoWhere stories live. Discover now