6. Nuevo camino

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—Tiquismiquis. Eres un tiquismiquis, Leo.

Menuda mirada me echa. En sus ojos está la intención de matarme por ser tan estúpido. Resopla y sigue tatuándome toda clase de símbolos para cubrir las cicatrices hechas por la abominación angulosa.

—Hay gente que ha muerto por no tomarse las protecciones en serio. Es un milagro que hayas sobrevivido no a uno, sino a dos encuentros, y si además tenemos en cuenta la naturaleza del segundo...

—Llevaba días sin dormir bien y—

—¡Intentaste dibujar en la piel de un dios que ni siquiera conoces y que buscaba un dado que cumple deseos! ¡¿En qué estabas pensando?!

—En tener algo de paz, Leo.

Vuelve a bajar la vista para seguir con el tatuaje. Está vocalizando, probablemente insultándome en todos los idiomas que conoce. Tampoco le culpo. Después de todo, es un milagro que siga vivo.

—Fue inteligente no usar los dados —me dice sin alzar la vista—. Y lo mejor que pudiste hacer fue no llevarlos encima con esa proyección. Me sorprende; siempre los tienes contigo, ¿por qué no en esa ocasión?

—No lo pensé demasiado. Supongo que quería hacerle creer que estaban lejos de mí, que por mucho que me buscase, no los encontraría.

—Menos mal...

Se está esforzando. Hay símbolos complejos y muy detallados que apenas había visto mientras estudiaba sus libros. Después de dos días así, ya ni siento la aguja.

—¿Qué haremos ahora?

Leo me mira extrañado, como si hubiera preguntado una obviedad.

—¿Cómo que qué haremos? Buscar a quien haya robado el ojo de esa deidad.

—Está muerta.

—No, dijiste que se los cogiste a un cadáver. ¿Y si ella los robó primero? ¿Había alguien cerca?

Había pensado bastante en aquel día, y, sin embargo, apenas soy capaz de recordar lo que ocurrió antes del encuentro en el callejón.

—No. Sólo los cogí y fui casa.

—¿Sin más?

—Sí, sin...

Maldición. Un suspiro es tiempo suficiente para conectar las ideas.

—Tiró los dados y me llevaron hasta ella. Pero no ha habido anuncios de su desaparición ni nada.

Creo que es el primer dolor de cabeza bueno que tengo en mucho tiempo. Por fin siento que pienso con claridad.

—¿Hay alguna forma de saber cuántas veces se tiran los dedos? Tiene que dejar alguna marca en la realidad, alguna impronta o cicatriz. Como cuando encantas una roca de Vaalvará para que traiga suerte.

Leo sonríe por primera vez desde que volvió. Es agradable.

—Has leído bastante, ¿eh?

—El mismo tema me acababa aburriendo, tenía que despejarme y tu biblioteca es muy buena en ello. Los dados deben dejar una marca al cambiar la realidad. ¿Existe alguna forma de verlo?

Leo sigue sonriendo, pero tuerce el gesto. La primera piedra del camino. La estoy viendo venir ya.

—No es un conjuro fácil, es como acceder al registro del universo.

—Y me imagino que no es como el de un ordenador.

Un atisbo de sonrisa. Ni tan mal.

—Conozco a alguien capaz de hacerlo. Vive cerca, en Marisua.

—Y hay más problemas, ¿verdad?

—La persona que buscamos. Es huraño y bastante distraído, siempre en su mundo, pero siempre ocupado. Cuando le conocí hace unos años tardé dos semanas en conseguir que me hablase de algunos libros. Era bastante tímido, puedes imaginarte cómo eran los intentos de comunicarnos.

—Vaya dos...

—Sí, pero lo logré. Es una amistad un poco... rara. Nos apreciamos. Bueno, ya habrá tiempo para estas historias. Ya terminé.

Apoya su máquina en la mesa y levanto los brazos. Están entumecidos. No es el primer tatuaje que me hago, va a dolerme en unas horas. Desde la muñeca hasta el hombro. Es impresionante la cantidad de detalle.

—¿Cómo de protegido estoy con todo esto?

Suspira y se rasca la cabeza. La de jaquecas que debo estar dándole desde que encontré los malditos dados.

—La entidad que entró en la casa no podrá ni rozarte, pero entes más poderosos... No les será fácil, en resumen. Espero no tener que comprobar su efectividad exacta.

—Yo tampoco.

Río y estudio cada símbolo. Creo que es bueno que conozca unos cuantos. Sigo sorprendido de su tamaño.

—Esto en una tienda habría costado... ¿cuánto?

Se gira hacia mí con una gran sonrisa fingida.

—¿Cómo que en una tienda?

Y estalla en una carcajada. No puedo explicar lo que me tranquiliza verle así.

—Te pagaré un coche. De segunda mano. Sin ruedas. Y sin motor, así le pones lo que quieras.

—Eres un tacaño. Con que sobrevivas estoy contento. Y una cena cara, para ser sinceros.

—Dalo por hecho. ¿Cuándo salimos?

Leo me pasa la crema para tatuajes, me va a hacer falta.

—Hablaré con él. Con suerte, podrá recibirnos mañana.

—Estupendo. ¿Cómo se llamada?

—Obar Ley. Es un prodigio. —Y añadió al momento—: Me enseñó todo lo que sé.

Eso me alegra; no podría estar en mejores manos.

Los malditos dadosOù les histoires vivent. Découvrez maintenant