9. Diamantes de tiempo

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¿Volamos? ¿Caminamos? ¿Corremos? No sé cómo viajamos. Es como dar saltitos por el espacio. Estamos aquí, atravesamos una brecha y estamos allá. Ni sé ya cuántos colores he visto en extraños cielos. Me cuesta muchísimo no pensar en esto como la alucinación de mi vida. Habían dicho que eran la Tierras de los Sueños, y tengo más preguntas que respuestas. Al parecer, la comunicación con ellos es unidireccional.

—No te aburriremos con los infinitos peligros que hay en estas tierras —dice mi amigo—, Obar está seguro de que no vas a toparte con ninguno en este viaje.

—Sabremos si algo falla —comentó él.

—Si tu instinto te dice que es peligroso, hazle caso. Sualdazi sabe a dónde ir y hará lo necesario para llegar.

Y los espacios siguen cambiando. Desde una altura que bien puede ser infinita, veo desiertos, islas y cuidades. Algo me habría hecho apartar la vista, de no ser porque ha sido un diminuto instante; una meseta helada que abarcada la inmensidad, con montañas ignotas y algo que, aún sin haberlo visto, me ha erizado cada vello del cuerpo.

Todo parece pequeño, y seguimos subiendo, avanzando, bajando. Esto es un caos. Me siento rodeado de hilitos de realidades y conocimientos enredándose entre ellos mientras intento liberarlos. Lo que sí puedo asegurar es que nos estamos alejando.

Me sobrepasa todo. Mi cabeza duele, no sé si tengo frío o calor, desconozco de qué estoy rodeado. Incluso me aferro al cuerpo de Sualdazi como si fuese algo normal, como si sus hebras ardientes fuesen algo común en mi realidad.

No sé cuánto tiempo ha pasado, pero Sualdazi está frenando, creo. Los saltos en el espacio parecen iguales, aunque es... ¿su esfuerzo? Es una sensación que me cuesta incluso pensar. Maldita sea, qué rabia me da esto. Sus movimientos tienen menos fuerza. Ojalá me hubieran explicado cómo funciona esta... criatura, entidad, ¡lo que sea! Ni siquiera comprendo cuál es mi transporte y pretenden que consulte el registro del mismísimo universo. No entiendo nada.

Y lo estoy viendo. Y sigo sin entenderlo. Hay estrellas y nebulosas y planetas repartidos sin ningún orden ni coherencia, y delante de mí, o debajo, ya ni las direcciones tienen sentido, está lo que he venido a buscar. Es como una masa llena de espejos conectados por hilos de luz.

La voz de Obar me saca del ensimismamiento, y se lo agradezco, aunque no pueda oírme. Era como si me fuese a caer en esa infinitud.

—Estás llegando. Tienes que tener extremo cuidado ahí dentro. No sólo está el pasado, sino el futuro en todas sus vertientes. No es buena idea que sepas absolutamente nada. Busca tu historia, busca un momento entre ahora y cuando llegaron los dados. Síguelo hasta encontrar lo que buscas.

¿Así de fácil?

Río, casi parece que me ha oído, porque sigue hablando.

—Es un lugar, por llamarlo de alguna manera, que hasta los dioses temen. Incluso aquel que te busca estaría asustado de este... sitio. No es un espacio como nosotros lo conocemos, es... No sabría describirlo bien. Querrá mostrarte tu muerte, consumirte, llevarte al futuro más terrorífico para ti.

Pero... ¿A dónde me han traído? ¿En qué mierdas estaban pensando?

—Es una bestia para la que ni la omnipotencia es rival. Tienes que ser mejor.

¿Mejor que el infinito? ¿De dónde ha sacado Leo a este tío? En cuanto regrese vamos a tener una conversación muy importante.

—Sualdazi está contigo, te traerá de vuelta antes de que ocurra cualquier cosa, pero... creo que era mejor que lo supieses.

Joder... A buenas horas intenta tranquilizarme. Espero que Sualdazi sea tan confiable como dice.

Nos adentramos en el registro. Me da miedo mirar, pero me es imposible no hacerlo. Estoy en medio de una lluvia de diamantes cosidos. Uno de ellos brilla de forma distinta. Si lo toco... ¡Eh! Sualdazi no está tranquilo, ¿por qué lo habrá hecho? Me lleva a otro más normal, si es que puedo usar esa palabra aquí. Ha titilado un momento. Con una cabriola, mi acompañante da la vuelta y me lleva a otro. Lo toco y pienso mi camino hasta aquí.

Dem... demasiado. Nuestra galaxia, el planeta Tierra, puedo ver sus... No, está rotando, está pasando el tiempo, ¡para! Me va a estallar la cabeza. Yo. Yo. Me estoy buscando a mí. Degall. No, por ahí no es. Mi vida, mi cara. Mi casa. ¡Detente, es mi tiempo! Me veo. Sí, soy yo, reconozco esa calle. Estoy recogiendo los malditos dados. Más atrás, más...

Sualdazi me arranca de la visión y sigue cabalgando entre acrobacias. Los cristales de alrededor brillan de colores que nunca había visto y caen hacia nosotros. Hay uno delante que es distinto. Sualdazi me acerca a él y lo agarro un instante. La bolsa. La dejo en el suelo y me alejo. La mujer retrocede mientras la sangre vuelve a su cuerpo. No veo más por el tirón. No sé de qué estoy rodeado y lo agradezco. Siento que, si lo comprendiese, me volvería loco. Es la única certeza que tengo. Agarro otro cristal y veo a la misma mujer huir de un sótano de piedra. ¡Ahí tira el dado mientras sangra! Eso me llevó hacia ella. Ese día di un paseo por el parque, pero me desvié al final porque... Simplemente lo hice. ¿Cómo me manipularon los dedos?

Seguimos volando mientras un millón de cristalitos intentan golpearnos. ¿Qué pasará si nos tocan los diamantes de tiempo que nos siguen? Las palabras de Obar no auguran nada bueno. Agarro otro que siento que debo tocar y veo mejor el sótano. Es mucho más profundo de lo que debería. Se arquea, la escaleras de repente suben y... ¿eso es una pared?

¡Maldita sea! Ni un momento de paz. Si tan solo tuviese unos segundos... He esquivado por muy poco un hilillo que conecta los diamantes. Ya ni me pregunto cosas. Sólo quiero saber cómo llegaron los dados a este mundo y cómo devolverlos. Alcanzo otro. El sótano es distinto. Hay un ritual, no veo la cara de la gente con las túnicas y las máscaras. Son iguales que el ojo de la abominación matemática. Nunca he visto ese dibujo del suelo. Parece...

Joder, otra vez. Quiero gritar, pero no me sale la voz. Era como si el dibujo se extendiese en más de tres dimensiones. Tengo que ver más. Ahí está el siguiente cristal. Extiendo la mano. La retiro con fuerza un instante después. Me ha visto. Está aquí. Está en los diamantes. Su mirada... me arden los brazos. ¿Cómo me ha seguido hasta aquí? Sualdazi tiembla como queja y me lleva al siguiente. Pero nos mira. Nos observa desde todos. Sualdazi también se da cuenta. Sus caminos nos alejan de la lluvia de diamantes, pero no avanzamos.

Sualdazi se mueve muy rápido. Me agarro con fuerza a él. Mis brazos se estiran hasta lo imposible, la visión se me parte. Tenemos que huir de aquí. De repente, mis manos no sujetan el fuego de Sualdazi. Floto. Cuando se da la vuelta, uno de los hilillos me rodea.

Intento respirar, pero no puedo.

Me siento desaparecer.


Los malditos dadosWhere stories live. Discover now