8. La mascota de la universidad

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La universidad mantenía un estilo antiguo, me gustaba. La mayoría de muros eran de piedra y madera. El recibidor estaba frío; visitarla en verano sería el mejor plan del día. Leo me lleva por unas escaleras de madera. Eso, junto a la luz cálida, me da la sensación de entrar de nuevo en la biblioteca de mi amigo.

—Ya veo de dónde sacaste la inspiración.

Se ríe. Mira el lugar con cariño, como si volviese al hogar. Y esa sensación se acrecienta conforme saluda a antiguos colegas. Pregunta por Obar, y todos le responden lo mismo: «Quizá en su despacho».

Recorremos unos cuantos pasillos y llegamos hasta el final de uno. El la última puerta hay una placa donde puedo leer: «Obar Ley». Leo está llamando, sin obtener respuesta. Murmura algo y coge su móvil. Mientras, yo miro a través de la ventana. Veo el bosque y las montañas. Se respira muchísima tranquilidad. Sería estupendo pasar aquí unas vacaciones. No dejo de pensar en los árboles. Parecen infinitos. Siento que podría entrar en el bosque y perderme en él para siempre. Y eso me da... ¿calma? A lo mejor estoy perdido incluso para la abominación matemática. No. Quizá no sea buena idea. He leído historias de cosas terribles que acechan en los bosques, como esa criatura que, si respondes a su llamado, te lleva a tanta velocidad que te calcina los pies. ¿Cómo era su nombre? Lo tengo en la punta de la lengua.

Doy un sobresalto cuando Leo apoya su mano en mi hombro. Maldita sea, casi lo tenía.

—Vamos —me dice—, está en la biblioteca cogiendo lo necesario.

Perdí el hilo de mis pensamientos del todo. Otra vez será. Deshacemos parte del camino y seguimos uno nuevo. Para mí, al menos.

Ya le veo, con varios libros abiertos sobre la mesa. No parece darse cuenta de que estamos a su lado.

—Hola, Obar. ¿Cómo va todo?

Levanta la vista un momento.

—Hola, me alegro de veros —dice con tono neutro. Sí, Leo me lo describió bien—. Casi tengo todo. Llévalo a la habitación ocho y explícale lo que tiene que hacer. Voy en seguida.

—Claro. Gracias por tu ayuda, Obar.

Se lo agradezco yo también. Como respuesta sólo obtenemos un escueto «De nada», como si le doliese decirlo.

Volvemos a caminar por la universidad, esta vez rumbo al último piso.

—Creo que está incómodo conmigo.

Leo pone una pequeña mueca antes de responderme.

—No se lo tengas en cuenta, le cuesta tratar con gente nueva. Además, no ha tenido mucho tiempo para mentalizarse de esto.

—Le entiendo un poco. ¿Qué es lo que tengo que saber?

—Bueno... es complicado de explicar. ¿Recuerdas tu proyección?

Me miro los brazos y los alzo. Se ríe al ver los tatuajes.

—¿Tú qué crees?

—Es bueno que no lo hayas olvidado, va a ser una experiencia parecida.

Me detengo en seco.

—¿Cómo que parecida? ¿Cómo de parecida?

—Sólo en lo más básico —dice con tono tranquilizador. No me funciona demasiado bien, pero sigo caminando.

—Creí que tenía que mirar el registro del universo o algo parecido.

—Así es, aunque... es un viaje. Uno largo. Tendrás toda la ayuda que necesites, claro.

Iluso de mí, pensaba que sería sencillo. Pero ya estoy aquí, sólo puedo seguir adelante.

—Explícamelo.

Los malditos dadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora