Capítulo 2

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MARTA

La chica nueva ya llevaba varios días en la tienda, pero aún no había vendido un mísero jabón. No tenía el desparpajo de Carmen ni la dulce carita de Claudia y, aunque me aseguraba que ambas la estaban ayudando mucho fuera de turno, la realidad era que avanzaba muy poco. Se quedaba allí plantada, mirando como entraban las clientas sin acercarse a ellas y mostrar su predisposición a ayudarlas en todo lo que solicitaran y sin ofrecer nuestros mejores productos, como debe de hacer una buena dependienta. Y para colmo, solía acercarse a mí todo lo que podía e intentaba entablar conversaciones conmigo, sin dejarme más remedio que reprenderla de la forma más disimulada posible y hacer que volviera al mostrador cabizbaja y disgustada. Porque esa era otra, cada vez que frustraba sus planes de hablar conmigo, su cara se llenaba de una tristeza y una frustración que le era imposible disimular delante de la gente. ¿Así cómo iba a vender nada? Cada vez tenía más la sensación de haberme equivocado al contratarla. Por eso, iba de camino a hablar con la Doctora Borrell antes de que la tienda abriese. Ella la había recomendado y no quería despedirla sin antes ponerla al corriente.

Al llegar al dispensario, llamé a la puerta un par de veces hasta que oí a Luz darme permiso para pasar. Siempre que entraba allí me invadía ese olor a alcohol y desinfectante tan característico de las consultas. Las paredes verde agua y las puertas blancas daban sensación de serenidad, mientras que la cama de hierro que había justo en la pared frontal me transmitía de todo menos comodidad. A veces, tenía pesadillas en las que me veía a mí misma desde fuera, en una cama así, rodeada de cables y médicos que me hablaban y me examinaban sin poder contestarles, sin tan siquiera poder abrir los ojos. Mi cuerpo se sacudió en un pequeño escalofrío que me hizo tomarme unos segundos para recomponerme. Por suerte, Luz no lo notó.

— ¿Marta? No la esperaba por aquí hasta la semana que viene — se extrañó la doctora desde su gran mesa llena de papeles —. ¿Ocurre algo? — preguntó a la vez que me invitaba a tomar asiento.

— Ocurre que la chica que me ha recomendado para la tienda no tiene ni idea de vender y Perfumerías de la Reina tiene una reputación.

— Pero solo lleva unos días, ¿no? Tenga un poco de paciencia. Aprenderá.

— No soy yo la que tiene que tener paciencia, Doctora. Si mi hermano Jesús ve los números de ventas de los últimos días, esa chica está en la calle a los dos segundos. Y no va a tardar en pasar.

— Ya... — los ojos de la doctora divagaron por la habitación intentando encontrar una solución. — No sé, quizás podría instruirla un poco usted misma.

— ¿Yo? ¿Acaso me ve cara de maestra?

— De la mejor, de hecho — sonrió con esa ternura que tenía la Doctora Borrell siempre en sus ojos —. Usted ha hecho que la tienda sea la piedra angular del negocio de su familia, y lo ha hecho en contra de todo pronóstico. ¿O acaso no es eso lo que me contó en una de nuestras charlas?

— Así es, pero contraté a dependientas cualificadas y con experiencia desde el principio, no les tuve que dar ninguna lección y no tuve compasión con las que no servían. ¿Por qué esta chica debería ser distinta?

— Dígamelo usted. Yo solo les concerté una entrevista, fue usted la que la contrató. ¿Por qué lo hizo?

La pregunta me cogió por sorpresa. Había ido allí a pedirle explicaciones, no a dárselas. Y hacerlo supondría romper el pacto al que llegué con Fina. Nadie excepto nosotras, sabría por qué le di la oportunidad. Sin embargo, después de las últimas recaudaciones de la tienda, necesitaba algo más que la bonita ambición de aquella muchacha para no dar por zanjado el asunto.

— ¿Por qué me la envió?

La doctora sonrió con paciencia. Sabía perfectamente que no le gustaba que le contestase con otra pregunta, aun así, me dejó ganar por esa vez.

RecuérdameOnde histórias criam vida. Descubra agora