MARTA
Aquella mañana tuve varias sorpresas. La primera fue el lazo de Fina, perfectamente anudado en su cuello, dispuesto a ser un aliado para su propia dueña, que, a pesar de haberse ido un con un enfado tremendo el día anterior, me dio la segunda sorpresa del día y se presentó allí, a primera hora, con una actitud completamente diferente.
Lo cierto es que no me lo esperaba. Tal como se había ido, temí que no volviese nunca más. Y extrañamente, eso me hizo dormir un poco más agitada de lo normal. No era la mejor vendedora del mundo, pero había algo en su mirada que me hizo arrepentirme, casi al segundo, de haberla amenazado con el despido. Sus ojos eran tan transparentes que podía leerlos en cada parpadeo. Su inquietud, su miedo, su ilusión, su esperanza, su alegría, su frustración..., todo estaba claro para mí en cuanto la miraba, aunque eso no significaba, ni de lejos, que pudiera entenderla. Más bien provocaba un constante baile entre mi impaciencia y mi curiosidad, porque esa chica era todo un misterio para mí y mis sentidos, que se habían disparado de todas las formas posibles desde que apareció.
Fina cruzó su mirada conmigo nada más oírme entrar en la tienda. No estaba tan sonriente como el día anterior, pero su saludo fue tan formal y educado como siempre. Sin embargo, esa mañana hizo algo diferente por completo: ignorarme. Siguió a lo suyo, no quiso entablar conversación y apenas contestaba con monosílabos a mis preguntas sobre la tienda. Eso sí, no paraba de echar ojeadas a la puerta como si estuviera esperando a alguien. Estaba a punto de preguntarle sobre ello cuando mi duda fue resuelta en forma de dos figuras conocidas. Carmen y Claudia entraron en la tienda uniformadas y sonrientes como si fuese lo más normal del mundo y Fina las saludó con un hilo de nerviosismo que no había tenido hasta ese instante. Por un momento pensé que estaba tan sorprendida como yo, pero tardé poco en descubrir que esas tres tramaban algo.
— Carmen, Claudia, ¿qué hacéis aquí? No es vuestro turno.
— Lo sabemos, Doña Marta — fue Carmen la que contestó —, pero Fina nos contó que le estaba costando un poco hacerse con la tienda y hemos querido echarle una mano hoy.
De nuevo me llevé una sorpresa y alcé las cejas para hacérselo saber. Ella enseguida me tranquilizó explicándome que no faltarían a sus turnos y así no habría ninguno descubierto. Eché una rápida ojeada a las otras dos chicas, que se habían acercado y estaban cuchicheando algo. Desde luego, no parecía que Fina supiese de qué iba todo aquello, aunque las estuviese esperando, pero no me gustó, en absoluto, que decidieran algo así sin contar conmigo. Carraspeé y ambas cesaron en su chismorreo y se quedaron firmes como soldados.
— Sois conscientes de que esto no es un patio de colegio, ¿verdad?
— Por supuesto, Doña Marta — volvió a hablar Carmen, que sabía de sobra que la tenía en alta estima y tendía a sobreproteger al resto de empleadas —. Claudia y yo no estamos aquí para andar de tertulia — ella también reprendió a sus compañeras con la mirada —. No se preocupe y deje que yo me encargue de organizarlo todo. Verá cómo la tienda funciona hoy como un reloj y, así Fina, puede soltarse un poco — volví a mirar a Fina que forzó una sonrisa que apenas disimuló su nerviosismo —. Puede ser una buena manera para que se adapte y aprenda, ¿no cree?
Regresé a los marrones ojos de Carmen y supe enseguida que algo tramaba. Sin embargo, algo de razón tenía sobre Fina. Trabajar con sus compañeras le daría más tranquilidad y le quitaría presión de cara a las ventas.
— Está bien — alcé un dedo como advertencia al ver cómo ensanchaba su sonrisa —, pero me voy a quedar aquí supervisando. No quiero que entren las clientas y estéis las tres de cháchara.
— No se arrepentirá, Doña Marta — hice un gesto afirmativo con la cabeza y Carmen se puso manos a la obra —. Claudia, puedes ir abriendo, yo le doy los últimos consejos a Fina.
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Recuérdame
FanfictionMarta no sabe quién es esa chica que se presenta como candidata a nueva dependienta. Fina hará cualquier cosa por hacerla recordar.