Luca

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Estoy parado en el centro de la cancha y las pelotas vuelan alrededor mío, pero no me interesa salir herido. Escucho que algunos alumnos me hablan, aunque no presto atención a lo que dicen y simplemente asiento con la cabeza, formulando una respuesta automática para todos ellos.

Mis ojos se mueven con rapidez por todo el espacio. Observo a mis alumnos y me aseguro de no ver el rostro de ningún desconocido, así como también me dedico a estudiar cada rincón del inmenso gimnasio. No hay sombras detrás de las pelotas de vóley, tampoco debajo de las gradas y su única puerta está cerrada. Todo parece estar en orden, al menos por ahora.

Entonces recibo un pelotazo en la nuca y salgo de mis pensamientos.

Uno de mis alumnos se disculpa conmigo y corre a buscar su pelota, así que finjo una sonrisa y decido moverme hacia un rincón.

Intento centrar mi atención en el entrenamiento y en todos los chicos que están pidiéndome ayuda para diferentes cosas, pero simplemente no puedo. Todos mis sentidos están enfocados en controlar que no haya intrusos entre nosotros, que nadie se haya infiltrado para vigilarme, porque no pienso poner en peligro la vida de unos chicos inocentes.

—Formen dos equipos. El resto salga de la cancha y esperen su turno —anuncio en un grito, a lo que los chicos obedecen de inmediato.

A medida que algunos salen de la cancha y se acomodan en las gradas, yo los estudio uno por uno, asegurándome de reconocer todos sus rostros. Luego hago lo mismo con los que están en la cancha, jugando un partido. Y recién en ese momento consigo relajarme apenas un poco.

Apoyo mi cabeza contra la pared y cierro los ojos un instante.

La realidad es que no pude dormir ni siquiera quince minutos de corrido. Me despertaba exaltado y corría de inmediato a mi ventana, para asegurarme de que no haya nadie espiándome ni a mí, ni a Ámbar. Entonces pasaba más tiempo del necesario corroborándolo y, al regresar a la cama, a los pocos minutos volvía a repetir el mismo proceso.

En la madrugada pensé en llamar a Ámbar, pero no quería correr el riesgo de despertarla. Además, tampoco me sentí cómodo con la idea de preocuparla todavía más, así que me pareció mejor guardarme la paranoia para mí mismo.

Cuando sonó mi despertador, yo me encontraba parado a un lado de mi ventana, mirando hacia la calle. Y ahí fue cuando caí en la cuenta de que realmente no había podido dormir casi nada, todo por culpa de un acosador misterioso.

Saco mi celular para mirar la hora y, al bloquearlo, me cuesta reconocer al chico que aparece en el reflejo de la pantalla. Tengo unas notorias ojeras, la mirada bastante apagada y el pelo completamente despeinado, sin contar que mi ropa está desalineada; jamás lucí peor en toda mi vida.

— ¿De qué es el disfraz?

Entonces me exalto y giro violentamente, preparado para enfrentarme a lo que sea. Pero mi adrenalina baja de golpe cuando veo que solamente se trata de Elián, quien me observa con una sonrisita burlona en el rostro.

—Entiendo tu entusiasmo, pero el disfraz de zombi tendrías que reservarlo para la fiesta de Halloween del club —continúa, sin borrar la sonrisa.

Su comentario hace que emboce una débil sonrisa.

—No dormí absolutamente nada —le comento.

— ¿Insomnio?

Asiento con la cabeza, aunque yo sé que no fue así.

—Eso es porque estás muy estresado —dice, poniendo una mano en mi hombro. Entonces siento un cosquilleo en mi estómago y me alejo con disimulo de él—. Quizás tendrías que tener menos horas de trabajo, porque el profesorado, tus alumnos y tus propios entrenamientos están exigiéndote bastante.

Las notas de Lola | Malenavitale ©Where stories live. Discover now