CAPÍTULO 11 3 DE AGOSTO 19:06 p.m. ÁNGEL

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EINSTEIN SE EQUIVOCABA CUANDO DECÍA QUE DIOS NO JUEGA A LOS DADOS CON EL UNIVERSO, ADEMÁS A VECES LOS ARROJA DONDE NO PODEMOS VERLOS.


Luss no era una aldea grande, sus casi cuatrocientos cincuenta habitantes lo demostraban. Pero era un pueblo acogedor y unido. Casi la mitad de su población nos habíamos congregado allí, para recibir instrucciones sobre el rastreo.

Policías con perros, bomberos y vecinos, nos agrupamos en aquella plaza para establecer los pasos a seguir en su búsqueda. Los primeros en llegar fueron los amigos de la familia, aunque no vi al señor De Luca por ningún lado.

Erin estaba a mi derecha, no se había separado de mí, me miraba distinto desde hacía unas horas. Sentía su mirada seguirme, y comentarme cosas sobre los presentes. En algún momento tuve que simular charlar por el móvil para disimular mis conversaciones con ella.

Llevábamos escuchando a los profesionales cerca de una hora dirigiéndonos de acuerdo al itinerario a seguir, pero ella no le quitaba la vista de encima a su hijo. Podría jurar haber visto algunas lágrimas en los rostros de ambos, como si se mirasen... y no pudiesen acercarse.

De nuevo esa sensación... podía notar su mirada sobre mí. Giré la cabeza para encontrarme sus ojos, y allí estaban, brillando en mi dirección como dos estrellas que iluminaban el cielo más triste.

- Gracias por lo que estás haciendo Ángel – susurró haciendo despertar algo en mí que cortaba mi respiración. Volteó de nuevo para prestarle atención al policía que hablaba con un megáfono en las manos. Cuando su pelo negro se movió, una sombra me hizo dar un paso hacia atrás.

- ¿Qué tienes ahí? – pregunté acercándome a ella sin disimular. Erin me miró extrañada y continué mirando su alta espalda. – Levántate el pelo, por favor.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo al comprobar lo que había visto la primera vez. Un gran moretón se extendía por la parte trasera de su cuello, parecía un fuerte golpe. No podía articular palabra, estaba en estado de shock.

- Di algo, por Dios – rogó volviéndose hacia mí con terror.

- T-tienes una gran contusión en la nuca Erin... como si te hubiesen golpeado.

Ella levantó su mano y se lo tocó con cuidado, cerrando los ojos a modo de queja. Luego, sonrió con pena y me miró.

- Ya te dije que Fabio no era cariñoso...

- Lo sé – me apresuré a decir en un susurro – pero esto no es un golpe cualquiera Erin, alguien con un golpe así no estaría...

Mierda...

- ¿Vivo? – preguntó con angustia

Mierda... qué bocazas soy.

De repente, Erin se llevó las manos a la cabeza, fijó sus oscuros ojos en los míos y retrocedieron unos pasos alejándose del gentío. La seguí despacio confuso por su reacción. Se adentró entre dos callejuelas y se sentó en el suelo sujetando su frente.

- ¿Qué ocurre? Dímelo.

Me arrodillé frente a ella, quería tocarla, abrazarla... y me sentía frustrado por no poder hacerlo. Busqué esas estrellas que me habían mirado hacía unos minutos, y las encontré empañadas en lágrimas.

- Acabo de recordar algo – sollozó – estos días me despertaba con un fuerte dolor justo ahí. Ángel, he visto algo... era un cenicero grande... de cristal... alguien lo sostenía antes de golpearme con él cuando huía.

LUSS: EL LÍMITE DE LA VERDADWhere stories live. Discover now