Capítulo 2

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Margot se acercó silenciosamente, apoyando los pies despacio entre la tierra mojada y las hojas caídas de los árboles, intentando no hacer ningún ruido brusco que pudiera asustar al lobo. Había llovido unas horas antes, y el olor que se respiraba en el bosque era el de la lluvia, pero ese animal no solo olía a humedad, había algo más, algo que Margot no pudo identificar pero que le pareció muy familiar. Siempre, desde pequeña, había pensado que su lobo tendría un olor similar al de los perros salvajes, pero, también olía a...  Margot no estaba segura y tampoco le quiso dar muchas vueltas. Extendió su mano derecha, pero el lobo retrocedió cuando ella se disponía a tocarlo. Margot, ante eso, no se movió, no alargó más el brazo, tampoco retrocedió, simplemente se quedo quieta, inmóvil, esperando el siguiente movimiento del animal. Tras varios segundos, se acercó a la joven y empezó a olfatearla dando vueltas alrededor de ella. Cuando, el animal terminó, Margot volvió a intentar tocarle, y esta vez, el animal se dejó acariciar. Su pelaje seguía húmedo por la lluvia, pero era más suave de lo que había imaginado. Unas terribles ganas de abrazarle inundaron a Margot, quería rodear al animal, sentirse lo más cerca de él, hundir su cara entre su espeso pelaje.  Y, eso fue exactamente lo que hizo, hundió sus brazos alrededor del cuello del lobo y apoyó su cabeza. Estuvieron de esa manera un par de minutos hasta que el lobo, de repente, y de manera brusca, se deshizo del abrazo y retrocedió unos cuantos metros. Aquel animal ya no miraba a la joven, tenía la vista en alguien o en algo que estaba situado detrás de ella.

¿Qué estaba pasando?

La joven, poco a poco, se fue girando, encontrándose con una preciosa loba de pelaje brillante, la cual mostraba los dientes. Margot, por instinto, retrocedió, hasta posicionarse cerca de su lobo, mientras la loba avanzaba con paso firme. Los dos lobos aullaron. El lobo se puso entre la joven y el otro animal, y al igual que esta última, también mostró los colmillos. Margot se fijó en la cesta que estaba en el suelo, la cual contenía la compra que debía entregarle a su abuela. La había dejado ahí, bien colocada para poder abrazar al animal sin problemas pero ahora estaba tirada y varias manzanas se habían salido de su interior. La agarró con fuerza, quizá le pudiese servir de escudo si la loba se le abalanzaba encima. El lobo giró la cabeza para observar a Margot, y, cuando los ojos de ambos conectaron, Margot sintió que se estaba comunicando con ella.

"Huye"

"Huye ahora, deprisa"

"¡Corre!"

Margot no se lo pensó dos veces, y escapó de ahí corriendo lo más rápido que sus piernas le permitían, pero, la loba, mucho más rápida que ella, alcanzó a morderle la parte trasera de sus abrigo. Enseguida su lobo consiguió liberarla del ataque y Margot continuó corriendo hasta llegar a casa de su abuela. Por suerte no estaba herida.

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-¡Abuela, ya estoy aquí!- gritó Margot, intentando que su respiración no sonase tan agitada. Cerró la puerta, pero no con llave, ya que su abuela siempre la mantenía abierta. Esto había provocado muchas peleas en el pasado entre ella y su hija, la madre de Margot, quien aseguraba que era un completo peligro no emplear la cerradura pero ella le quitaba importancia, diciendo que nadie entraría en una casa perdida del bosque. Lo cierto era que la casa se encontraba estratégicamente colocada para no ser vista desde los distintos caminos que recorrían el bosque.

-Cariño- dijo su abuela entrando en el salón.-Estaba preocupada, sueles venir mucho antes, ¿Ha pasado algo?

Margot dudó sobre contarle el incidente con los lobos, pero decidió, que al igual que la primera vez cuando era pequeña, lo mantendría en secreto.

-Nada, tan solo he discutido con mamá.- a la joven se le daba muy mal mentir, y su abuela tenía un don especial, además, para cazar al instante las mentiras, pero la excusa de la discusión era extremadamente convincente, al fin y al cabo, Margot y su madre estaban a todas horas discutiendo.

-¿De nuevo? ¿No discutisteis ya ayer?- sonrió su abuela, y su nieta le devolvió la sonrisa.

-Si- respondió quitándose el abrigo y apoyándolo en una de las sillas del salón, dejándolo de tal manera que no se viera el destrozo producido por la loba.- Pero ya sabes como es tu hija, siempre tiene que protestar por algo.- su abuela sonrió mientras asentía con la cabeza.

-No le hagas mucho caso, cielo.- dijo acercándose a la cesta y sacando los alimentos que se encontraban en el interior.- ¿Has podido conseguir todo?

-Si.- sonrió la joven orgullosa.

-En ese caso, no perdamos más tiempo, y vamos a hacer ya las galletas. 

Margot sonrió feliz mientras su abuela le tendía el delantal. Las galletas de la Abu eran lo mejor del mundo, tan crujientes y sabrosas que de solo pensar en ellas se le hacía la boca agua.

La relación que compartían abuela y nieta era de lo mejor. Siempre habían estado muy unidas pero se acentúo más cuando su madre se casó con Jimmy, un cazador que llegó al pueblo cundo ella tenía once años y que contrajo matrimonio con su madre solo un año después. Ni Margot ni su abuela aprobaban la relación, sobretodo por el hecho de que su trabajo era terminar con la vida de los animales. La joven, desde que su padrastro se mudó a su casa, evitaba estar en su hogar mucho más de lo necesario, y por lo tanto, pasaba largo tiempo en casa de su abuela.

-Mamá te manda besos.- recordó la joven mientras mezclaba con energía los ingredientes para crear la masa de las galletas- Y Jimmy al parecer también.

-¿Te vas a quedar a cenar, no?.- preguntó su abuela ignorando el comentario que acababa de hacer la joven.

-¿Qué pregunta es esa, Abu? El asesino de animales llega a casa sobre las ocho, y paso de cenar lo que sea que haya matado.

-¿Y a dormir?

-No, eso hoy no, me iré nada más cenar.

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Tras devorar la deliciosa cena preparada por su abuela, y terminarse hasta la última galleta, Margot se despidió.

-Abuela, me voy ya, si llego mucho más tarde, mamá se enfadara, y no me apetece escuchar sus gritos de nuevo.

-Ven con cuidado cielo.- dijo llevando la bandeja vacía de las galletas a la cocina.- Y, cuando llegues a casa, llámame, para que sepa que has llegado bien.

-Si.- aunque  la mayoría de las veces se olvidaba de llamar y era su abuela quien tenía que hacerlo para asegurarse de que su nieta estaba ya en casa.- Que duermas bien abuela.- se despidió plantándole un beso en la mejilla, a lo que su abuela le respondió con otro beso pero en la frente, como solía hacer.

Margot fue hasta la entrada de la casa y allí se puso el abrigo. Abrió la puerta, dispuesta a irse ya cuando su abela gritó: 

-Oh, cielo, espera, te olvidabas la cesta.

Margot se giró rápidamente, pero era demasiado tarde. Su abuela ya había visto las marcas de la loba en su abrigo.

-Date la vuelta.

-No es nada, Abu, antes me he enganchado con unas zarzas o algo por el estilo y se me ha dañado la parte de detrás, pero no te preocupes, estoy bien.

-¿Zarzas?

-Si.- contestó mientras le quitaba la cesta de las manos a su abuela.- me voy ya.

La abuela de Margot llevaba viviendo en el bosque desde hacia casi treinta años, y conocía lo que habitaba en él mejor que nadie. Eso no había sido producido por unas zarzas, si no por los lobos. Estaba segura, pero... 

¿Eso era posible?

¿Por qué volverían después de tantos años desaparecidos? 



Tíñeme de rojoWhere stories live. Discover now