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Ana y yo comenzamos a llevarnos bien, pasábamos los recesos juntas y hacíamos los trabajos en equipo, aunque de vez en cuando nos separábamos porque estábamos en talleres distintos

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Ana y yo comenzamos a llevarnos bien, pasábamos los recesos juntas y hacíamos los trabajos en equipo, aunque de vez en cuando nos separábamos porque estábamos en talleres distintos. Yo había elegido el de Electricidad, Ana el de Corte y confección y —gracias a Dios— las primas habían elegido el de Informática.

En el taller de Electricidad habíamos sólo dos mujeres, los treinta restantes eran hombres y por lo general estaban hablando de cosas de las que no me quería enterar. Jacobo estaba también en esta asignatura, pero al menos aquí me daba una pequeña tregua y no me molestaba. Quizás el profesor le intimidaba un poco más... no sabría decirlo.

Esa era la razón principal por la que me gustaba el taller. Era un pequeño remanso de paz y tranquilidad donde podía respirar sin ser perturbada.

Un día, durante la clase de historia —donde todos hacían más desorden— un escupitajo —a saber de quién— me cayó encima sin que me diera cuenta. La chica que solía sentarse atrás de mí corrió la voz y pronto tuve una sesión de burlas. Todos veían que tenía aquello colgando del cabello, menos yo. Sentía sus miradas, así que supe que se reían de mí, pero desconocía el motivo. Hasta que aquello llegó a oídos de Ana y fue a mi pupitre para decirme lo que pasaba. Fui al baño a llorar y a lavarme el cabello. Sentía náuseas y quería esconder la cabeza debajo de la tierra, como hacen las avestruces.

Pasé el resto de la clase ahí y el receso también. La asignatura siguiente era Electricidad, pero ese día ni siquiera el taller podía alegrarme. Lo único que deseaba era autocompadecerme y ser tragada por la tierra.

Antes de que terminara el receso me dirigí al salón de clases. En el trayecto sonó la campana y esperé desde fuera a que salieran todos del aula. Una vez vacío, entré y me senté en mi pupitre, acomodando la cabeza entre los brazos.

El ruido de una silla al fondo del salón me sobresaltó. Me giré rápidamente para ver de dónde provenía y me llevé una desagradable sorpresa cuando vi que era Jacobo, quien estaba sentado en el suelo, escondido entre dos pupitres. Parecía querer subir un pie al que tenía en frente.

Rayos. Nunca lo vi. Adiós paz reparadora.

Sin decir nada, opté por volver a mirar al frente e intentar calmarme de nuevo.

—Si yo fuera tú no me sentaría ahí.

Y a él, ¿qué le importaba? Así que lo ignoré.

—Si te ve algún profesor te pondrá un reporte por saltarte las clases —continuó.

Eso explicaba por qué él estaba ahí metido.

—No me importa —respondí secamente.

¿Ahora se preocupaba por mí después de todo lo que me había hecho? No sabía qué pretendía, pero no me sentía cómoda.

—Les llaman a tus padres —continuó hablando en tono casual—, pero si no te importa... tal vez la maestra Rebeca estaría feliz de venir a dar la cara por su hija.

Corazón de TiempoWhere stories live. Discover now