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Confirmado: Jacobo y Becky eran novios ahora

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Confirmado: Jacobo y Becky eran novios ahora. Y seguía sin saber por qué mi odioso yo se negaba a compartir a su mejor amigo con alguien más, pero ahora era inevitable y comencé a resignarme —o eso quería pensar—.

Durante el taller de electricidad, el profesor pidió que formáramos parejas para realizar una práctica. Jacobo fue hacia mí y se ofreció a ser mi compañero. Desde luego que acepté, últimamente pasábamos poco tiempo juntos y cualquier oportunidad para juntarnos era bienvenida.

—La práctica consiste en desarmar estos balastros —el profesor nos mostró unas cajas metálicas, de quince por veinticinco centímetros—, que, en palabras sencillas, es lo que hace funcionar las luces fluorescentes como éstas —señaló las lámparas de tubo que se encontraban sobre nuestras cabezas, en el techo—. Lo que harán será encontrar la bobina de alambre de cobre y las chapas de hierro que hay dentro. Abrir el balastro será fácil, lo complejo es quitar el material que recubre lo que quiero que encuentren, porque tiene una consistencia difícil de manipular.

Ana decía que estaba un poco loca porque me gustaba escuchar al profesor hablando de electricidad, pero era verdad, lo disfrutaba. 

—Ese material se llama asfalto, como el de las carreteras —continuó pasando entre nosotros con el balastro en las manos—, y está ahí para que el hierro y el alambre, que se calientan al rojo vivo, no provoquen un incendio.

Por el rabillo del ojo, vi que Jacobo se miraba las uñas, parecía no prestar atención al profesor, aunque yo sabía que sí escuchaba y aprendía todo lo que nos enseñaban. Sacaba mejores notas que yo y siempre parecía distraído, no sé cómo lo hacía.

—Eso es todo, señores. A trabajar —concluyó el profesor, volviendo a su escritorio.

Jacobo se puso de pie con un salto.

—¿Lista?

Le sonreí. Así me dijeran que íbamos a limpiar cien inodoros, mientras fuera en su compañía, me agradaría la idea.

Me levanté y fuimos juntos a elegir un balastro del montón que tenía el profesor en una esquina del aula. Otros compañeros hacían lo mismo.

—Mmm... —Jacobo observaba todas esas cajas de metal con una mano sobre la barbilla— ¿Cuál será más fácil de desarmar?

Me reí.

—¿Qué más da? Lo más probable es que vaya a ser igual de difícil.

Se encogió de hombros y eligió al fin.

Fuimos juntos a las mesas de trabajo. La mayoría de los compañeros ya se habían instalado y comenzamos a sacar la herramienta de nuestros estuches para ayudarnos en la tarea. Un leve bullicio comenzaba a crecer en el taller, los compañeros reían y conversaban en voz cada vez más alta.

—Me parece muy genial que hayas elegido este taller —comentó mi amigo con su sonrisa de siempre.

Me divirtió el comentario.

Corazón de TiempoWhere stories live. Discover now