Capítulo 5

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Distraído, JaeMin daba suaves golpes a la superficie de su pupitre con la punta de un bolígrafo negro. Ni siquiera las risas de sus compañeros y los ruidos de las pisadas lograban perturbarlo y empujarlo lejos del transe en el que se había sumido. No escuchaba, pues en su mente solo se repetía una y otra vez lo sucedido con YuNa.

Esa mañana, después de días de incertidumbre, volvió a verla. La muchacha lucía agotada y su tristeza, por más que intentara ocultarla, era evidente. Viendo a su único amigo con ojos desesperados, rogó por ayuda. 

Las punzadas en su vientre no eran más que una advertencia. Irene siempre lo decía, las almas permanecerían atrapadas en la tierra hasta que resolvieran sus asuntos pendientes. Podía tomarles meses, algunos años o muchas décadas, pero mientras más tardaran, más débiles se volverían. Por supuesto, una persona no podía morir dos veces. El fantasma sufriría una agonía eterna, con dolores cada vez más insoportables que destruirían su cordura.

YuNa no era una excepción a la regla. Por desgracia, la muchacha no recordaba nada más que su nombre y no estaba segura de tener un propósito por el que quedarse. Era un ente sin rumbo y eso comenzaba a causarle estragos. Necesitaba rememorar tanto: A su familia, a sus amigos, si es que fue asesinada o padeció una enfermedad mortal. Debía recordar y finalizar todos los capítulos que dejó inconclusos al morir tan joven. Con el tiempo en contra, YuNa solo podía implorar la ayuda de la única persona viva capaz de verla, Na JaeMin.

"Yo ni siquiera puedo salir de esta escuela, estoy atrapada", le había dicho la muchacha. "Pero tú... Tú puedes buscar mi nombre en el periódico, en una vieja noticia, no lo sé. De seguro aparezco en algún lado, ¿cierto? Debo estar registrada en algún lado".

Ella estaba tan desesperada y asustada. Por primera vez, había caído en cuenta de su lamentable situación.

"Me ayudarás... ¿Verdad?".

JaeMin no contestó de inmediato. Bajo la atenta mirada de la fantasma, permaneció tan quieto que pareció haberse congelado y, antes de que pudiese reaccionar, un grupo de escandalosas y parlanchinas muchachas irrumpió en el aula. YuNa y él se sobresaltaron. Ella solo atinó a darle una última mirada cargada de sentimiento antes de desaparecer. 

El resto del día, el recuerdo de aquellos ojos desconsolados se rehusó a abandonar su mente. Sentía inmensa culpa por no haberle dado una respuesta veloz, cosa que se esperaría de un verdadero amigo. La verdad era que, en el momento en que la muchacha recitó las cosas que él podía hacer por ella, su mente viajó varios años atrás y recorrió algunos pasajes de su propia vida que recordaba con melancolía.

JaeMin se reconocía a sí mismo como una persona llena de inseguridades, muchas, si no es que todas, ocasionadas por su peculiar capacidad sobrenatural. Capacidad de la que nunca había hecho uso para algo en particular, ni siquiera para presumir y aparentar que era un tipo interesante, pues no le enorgullecía. Si era totalmente honesto, más que solo no sentirse orgulloso, despreciaba un poco esa parte suya. Creía que su extraño don había sido el detonante de la irreconciliable separación entre sus padres y, sobre todo, la causa de que él creciese como un muchacho apagado y solitario. Ver fantasmas no lo convertía en alguien especial. Quizás cuando fue pequeño, pero a medida que creció y cayó en cuenta de que aquella habilidad no le era útil y solo ocasionaba preocupaciones constantes a su madre, deseó reprimirla a toda costa. Se esforzaba mucho en fingir que no escuchaba los alaridos de la gente muerta a su alrededor, al menos hasta que estos empezaban a atormentarlo y debía recurrir a Irene.

Con respecto a YuNa, le atribuía el comienzo de su amistad a varias circunstancias: ambos necesitaban compañía; eran adolescentes; y, sobre todo, era evidente que ella había sido una buena persona en vida, pues su comportamiento era ridículamente inofensivo. Distaba mucho de otros fantasmas que había visto antes, tan llenos de emociones negativas y deseos de lastimar. Por eso, cuando ella aseguró que él era el único capaz de ayudarla, JaeMin solo pudo replantearse lo que siempre había negado. Si él, con el don que poseía, podía apoyar a alguien que apreciaba, la habilidad de la que tanto tiempo había renegado era, entonces, absolutamente todo, menos inservible. 

El niño que podía ver fantasmas (Nomin) (EN EDICIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora