─━III. Negro y espeso

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TRES

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TRES.
NEGRO Y ESPESO
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—No es real.

Es lo primero que dice Mario, sus labios estrechados en una mueca que no combina con su rostro. Ash tilda su cabeza, confundido, pero se mantiene a raya y en las sombras.

—Fue extraviado hace apenas unas horas. Es por ello la reunión de emergencia.

—¿Y nos incluye a nosotros cómo? —dice Ana, alzando una de sus cejas y mirando puntuado a cada persona dentro de la habitación sentada alrededor de la mesa. La mujer prosigue cuando el silencio se alarga—. Prometimos dejar en paz a Japón y lo que sea en que se metieran. Aún más cuando se trata de maldiciones.

Ash no las ve, pero las siente.

La manera en la que las miradas que momentos antes estaban sobre Ana se deslizan hacia él, provocando que el sentimiento de no pertenecer al sitio se intensifique en sus intestinos. Él entiende, sí, y se ha disculpado, también. Pero es difícil de olvidar.

De dejar ir el hecho de que alguna vez, provocó un accidente internacional y que tanto Tokio como Nueva York prometieron no involucrarse en los asuntos del otro, a menos que alguno de los dos se quedaran sin sus juguetes favoritos.

Normalmente Ash no siente vergüenza. No siente pena, ni por él ni por nadie, pero los recuerdos siguen frescos y vívidos y le es imposible no desviar la mirada un poco por lo menos, hacia el suelo.

Lo acepta. Lo entiende. Está avergonzado de ello y si pudiera volver el tiempo atrás para evitar aquel malentendido, lo haría dos veces y una tercera solo para estar seguro.

Ana aclara su garganta y la abrumadora tensión en sus hombros disminuye con el resto de miradas. Ash se hunde entre las sombras que el anonimato produce, y finge volverse uno más con la pared en esperanzas de que lo olviden a él y su persona.

—No veo algún motivo por el que debamos meternos en sus asuntos, objeto maldito extraviado o no.

La mesa se sume en discusiones, en exclamaciones ariscas que reclaman, que no olvidan. En personas que quieren recobrar un poco de la credibilidad ante el personal de Tokio, de los que aún están viciosos contra Gojou Satoru y su fuerza, su poder, su estatus que alcanza más el de un Dios que ningún otro.

Ash comparte una mirada con Ana, y hay algo en los ojos de la mujer que le deja intranquilo. Hay algo en ella que siempre le ha dejado intranquilo.

La cosa es, Ash es ciego.

Él ve lo poco que su maldita existencia le deja ver, pero ¿Ana? Ana siempre ha sido clara para él. Siempre ha sido cómo ese faro en la penumbra, en el medio de una niebla tan densa que ni los más expertos navegantes son capaces de cruzar.

Ana es su faro, su maldición la niebla, y Ash es el barco que prefiere hundirse a seguir la luz.

—En tal caso —dice ella, girando su rostro y efectivamente llamando la atención de los presentes, los que minutos antes discutían a un hombre que no les prestaría ni un minuto de su día—. Dejemos que sea Ash quien monitoree esto.

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