─━V. Hay alguien, aún.

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CINCO

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CINCO.
HAY ALGUIEN, AÚN.
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Tokio sigue siendo ruidosa, y el ajuste de ambiente le desconcierta un poco.

Ash mira a su alrededor sin ver y la cabeza le da vueltas, se aferra al brazo de Gina y esta asiente, comprendiendo. Los mueve con cuidado a través de las multitudes, y la cantidad desorbitante de personas a su alrededor solo logran confundirlo más.

Nueva York es igual. Nueva York no es tan mal. En Nueva York, Ash no tiene que moverse como humano, no tiene que andar entre los contingentes de personas moviéndose como caracoles en dos únicas direcciones, no tiene que ser el lobo entre las ovejas. En Nueva York él puede parpadear y aparecer en cientos de lugares a la vez si así lo desea, en Nueva York él y Gina pueden chasquear sus dedos y desvanecerse en el aire como el humo mismo.

Pero Tokio es ruidosa, y no es Nueva York, y Ash ya está cansado de la ciudad incluso antes de haberla visto por completo.

—Entonces, no alertar a los ancianos de aquí, ¿cierto?

Gina asiente, porque Gina es la única que prestó atención a lo que Liam Everwood les decía sobre su misión. La mujer gira en una esquina y sigue caminando de frente, siempre al frente, aferrándose ligeramente más a Ash cuando las multitudes se triplican.

—Tenemos la obligación de presentarnos ante ellos, de cualquier manera —agrega él, porque Ash sabe y entiende que a Gina no le podría importar menos lo que los Altos Cargos quieran o necesiten—. Tarde o temprano, se van a enterar de que estamos aquí.

Una mujer pasa a su lado y les mira de reojo. Ash inclina la cabeza, le sonríe y sigue andando cuando la mujer se apura en salir de su vista. Gina chasquea la lengua, pero sigue andando.

—Creí que solo bastaría con presentarnos ante el director de Tokio Tech —dice, obviamente disgustada—. Sería mejor para cualquiera. Para nosotros, en especial.

Ash asiente, y desvía su mirada hacia su derecha, hacia las tiendas de ropa y las de miscelánea que se entrelazan en la calle, de donde brotan personas tras más personas, y el estómago se le revuelve un poco. Recuerda entonces el vómito negro lleno de escarabajos y maldiciones y suspira, derrotado.

—Aquella vez —dice Gina de repente, como si le hubiera leído la mente—. Tu vómito, ¿está empeorando, o solo me lo pareció a mi?

—A mi, también —dice al final, cuando se cansa de ocultar la verdad—. Parece que se hace más negro con el pasar del tiempo, ¿no?

Gina suspira, abatida, y sus uñas se clavan ligeramente en la piel de su brazo, pero Ash no se queja. No se aparta del toque ni rehuye temeroso de el. Una leve mueca se extiende por su rostro pero nada más.

—Y va a seguir empeorando, ¿no es así?

Ash se encoge de hombros. Las pequeñas vibraciones que produce el andar de las multitudes por la calle le llegan tenues a los oídos, pero aquello no impide que escuche la amargura en la voz de su compañera.

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