13. Provocación

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4:12 am

Estoy dando vueltas en la cama sin poder pegar ojo. No estoy mal, solo estoy decepcionada.
Creo.
Bueno, mejor dicho, creía. Al recordar las palabras de Daniel, una pequeña lágrima nace y acaricia mi mejilla hasta llegar a la comisura de mis labios. El sutil sabor salado, se hace presente en mi boca y una pequeña tosecilla, rompe el silencio de mi oscura habitación.
Sentirme así, dolida, comenzaba a ser habitual.
Me levanto sigilosa en busca de un vaso de agua para despejarme un poco y volver a intentar dormirme, pero cuando regreso a la habitación me llama la atención la pequeña luz parpadeante de uno de los extremos de mi teléfono, luz indicadora de una notificación reciente. Frunzo el ceño, ¿Quién puede ser a estas horas?
Enciendo la pantalla y curiosamente no me sorprendo al ver el mensaje de Daniel. Decía que lo sentía por haberme tratado así, que solo estaba tenso y no sabía cómo sobrellevar la situación.
Cuando no contesto y vuelvo a cerrar los ojos sobre mi almohada, la vibración y la iluminación de la pantalla de mi teléfono vuelven a molestarme.

Daniel: mañana no trabajo, pero iré si quieres al chiringuito sobre las 9 con un McDonald's para hablar las cosas

Yo solo contesto con el emoticono del pulgar alzado y vuelvo a lanzar el móvil a la mesilla. Parece que algo dentro de mi se calma y por fin logro conciliar el sueño.

Al día siguiente

-¡Ala pedazo de moratón Gabi!- exclama Luna mientras le enseño las consecuencias de la caída de ayer.
Estamos paseando a los perros por las afueras del barrio, fumando y cantando. Básicamente, desconectando un poco de la vida social, que falta me hace.
Por la mañana, me había levantado con un buenos días de Daniel. Me sorprende la capacidad que tiene para hacer como si no hubiese pasado nada, pero me sorprende todavía más la capacidad que tengo yo para seguirle el rollo y comerme todo mi orgullo.
Supongo que así es el amor.
Cuando vamos a nuestras casas a comer, yo lo hago rápido. Tengo turno a las 4 en el chiringuito y el paseo se ha alargado más de la cuenta.
Engullo como un pavo, me pongo una de mis mejores galas, camiseta y pantalón negro, y me dirijo al chiringuito.
El día está tan tranquilo que se hace incluso pesado. Hasta que no llegan las 8, toda mi clientela había sido un señor que quería un poleo menta con anís y las señoras de la biblioteca del barrio a tomar café. A partir de esa hora, comenzaron a llegar mis amigos del barrio y algunas generaciones arriba que se juntaban con nosotros esporádicamente.
Al ser la única clientela presente, a nadie le importaba si me sentaba con ellos, o incluso si también tomaba algunas copas. Total solo tendría que atenderles a ellos, no es una tarea demasiado difícil.
Había música, buen ambiente y ningún cliente molestando nuestra fiesta casi privada. El calorcito de la Ginebra empezaba a acomodarse en mis mejillas cuando Daniel llegó sonriendo al verme, como si fuera el primer día.
En su mano trae nuestra cena. Se acerca a mí mientras saluda al resto y prepara una mesa aparte para sentarnos a cenar. Cuando sirvo la siguiente ronda de copas, a parte de para mí misma, también le pongo una a Daniel, que me sonríe y en una mirada de ojos entreabiertos pregunta:
-¿Se está poniendo chispi en el trabajo señorita?-
De seguido agarra mis mejillas y me planta un beso en los labios que me deja alucinando.
- Sí - digo con las mejillas completamente calientes, ya sin saber si es por él o por el alcohol.
- ¿Cenamos?- dice sin separarse demasiado.
Solo asiento y nos sentamos en la mesa que había preparado un poco alejados del grupo. Hacía tiempo que me apetecía una buena hamburguesa, y la estaba disfrutando bastante, pero la combinación de está con sus besos sorpresa, es lo que realmente está haciendo que esta cena sea, hasta la fecha, mi cena favorita.
Por debajo de la mesa su mano está sobre mi pierna, apretándola levemente, enviando cosquilleos a la parte baja de mi abdomen. Se estaba creando una atmósfera pesada que nos envolvía a ambos y no dejaba que fuésemos conscientes del resto de la gente, que nos miraba con cara de curiosidad y otros incluso con asco.
-Gabi voy a ir a cerrar y nos quedamos todos dentro hasta que queráis, así no entra nadie. ¿Qué te parece?- dijo levantándose cortando la conexión momentánea.
-Me parece bien- le sonrió.
A veces pienso que nunca he tenido sonrisas tan sinceras, que me salgan desde tan adentro, más que las que le dedico a él. Sí, me hiere sin piedad, pero también saca esa parte de mi que es real. Me hace sentir con tanta intensidad, que quema. Cuando estoy con él, me siento realmente viva.
Habían dado las 11. Copa va, copa viene, he acabado subida encima de las mesas bailando bajo la expectación de todos los allí presentes. Los de género masculino cautivados. He de confesar que cuando el alcohol entra en mi cuerpo, hay algo que sale, y es la vergüenza. Pero también aumenta mi... como decirlo, ¿mi calentura?
Es decir, que cuando bebo me encanta gustar y la ausencia de vergüenza hace que provoque hasta al apuntador. Pero sobre todo a Daniel. Me encanta provocar a Daniel, que ya lo había hecho huir de mí en repetidas ocasiones tras la frase de "hay gente delante". En este momento acabo de volver a arrinconarlo. Sitúo mis labios a escasos centímetros de su cuello y respiro suavemente mientras le acaricio el pecho con la yema de los dedos, tensando cada músculo de su cuerpo. Daniel traga hondo y yo le sigo provocando. Adelanto una pierna, colocándola entre las suyas y le susurro rozando su oreja con los labios húmedos que me bese. No duda. Su mano agarra mi nuca y profundiza el beso, la otra desciende por mi espalda hasta llegar al culo y lo aprieta de manera ruda pegándome a él todo lo que puede. Las mías descienden por sus brazos y se detienen en la zona baja de su abdomen, colándose por debajo de la camiseta. Y entonces lo puteo. Empujo desde esta zona para liberarme de su agarre y acentímetros de su boca hablo.
-Voy a por agua- y así me voy, dejándole con la respiración agitada, rascándose la nuca en frustración.
La gente estaba absorta en sus cosas. Unos bailaban, otros jugaban a juegos de beber, otros al futbolín y otros simplemente charlaban, pero yo no perdía a Daniel de vista, y sabía perfectamente que él a mi tampoco. Las provocaciones eran mutuas y el juego se volvía cada vez más difícil de evitar. Cada vez era más complicado separarse de él, sin antes desnudarle y hacer por fin lo que llevo deseando desde que le conozco. Cada vez mi cuerpo lo pedía más y más. Necesitaba sentirlo por completo, pero estaba claro que hoy no era el día. Quería hacerlo en una cama, solos, para poder soltar todas las ganas y disfrutarnos como se merece.
Estoy sentada encima de una de las mesas con Daniel entre mis piernas besándome. Su boca sabe a whisky y la temperatura fría de su lengua me está volviendo loca. Al final voy a tirarme a la piscina para bajar la temperatura de mi cuerpo entero o voy a morirme en cualquier momento por sobrecalentamiento.
-Necesito ir al baño, me estoy meando- suelta Daniel con una voz ronca que parece que salía del fondo de su cuerpo.
Y así se gira y se va...
Me quedo sentada en la mesa, pensativa, esperando a que vuelva.
Mi mente sigue acalorada, y entonces, me levanto y me dirijo como una flecha al cuarto de baño masculino. Allí, me apoyo en la pared esperando a que salga. Lo oigo gruñir palabrotas desde la puerta, y por fin, se oye la cadena y sale. Cuando me ve, me mira entre sorprendido y confuso. Finalmente, hablo aclarando sus dudas.
-¿Te habían seguido al baño alguna vez?- pregunto mirándolo con picardía.
-La verdad, no-.

ROTA (cuando el alma pide auxilio)Where stories live. Discover now