5. secuencia de notas menores

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Veo la gran nube de humo negro aún concentrada y escucho gritos acompañados de sonidos de lo que parecen ser miles de celulares.

Me calzo unos tenis y salgo corriendo solo con mis llaves y mi teléfono en mano.

Comienzo a llamar a Amaia en cuanto cruzo la puerta, pero no responde.

Me digo a mí misma que no ha estado ahí, que me estoy precipitando y quizás por venir en el metro no tiene cobertura o no puede atender.

Que está en casa igual de consternada que yo y que me devolverá la llamada apenas salga del shock.

La gente corre por la calle al igual que yo, aunque todos parecen ir en dirección contraria.

¿¡Por qué no están yendo hacia la explosión!?

Los teléfonos no paran de sonar, algunos lloran, otros cuentan lo que han visto y todo se resume en una gran explosión frente a Gran Vía.

Empujo personas tratando de ir lo más rápido que mis piernas me permiten mientras las sirenas suenan de fondo como en una película de acción.

Vuelvo a marcar, tres tonos, siete tonos, doce tonos, buzón de voz.

Contesta Amaia, por favor.

A medida que me acerco la película de acción se convierte en una de terror.

El humo es más denso, la policía ya cercó el perímetro y todavía me faltan como cuatro calles, lo único que se escucha ahora es llanto y celulares sin responder.

Algunos murmuran que ha sido un atentado, pero la policía no dice ni una palabra.

Personas lanzan toallas y mantas desde los edificios y veo que dejan pasar a personas voluntarias. Logro alcanzar algunas sábanas que lanza una chica de un primer piso y me adentro en la situación.

Y entonces la vida comienza a pasar en cámara lenta, veo personas heridas por todos lados siendo atendidos por policías, bomberos y paramédicos, les ponen cintas con colores para saber a quiénes sacarán primero.

No es necesario ser doctor para saber que mucha de esta gente no llegará al hospital y mi corazón cruje.

Voy entregando las sábanas a personal de salud para que saquen a las personas en ellas, porque no hay suficientes camillas en toda Madrid como para esta cantidad de heridos.

¿Dónde estás Amaia?

Una mujer joven como de mi edad está bajo unos escombros y apenas susurra por ayuda, me acerco corriendo y alerto a los paramédicos para que la ayuden porque se ve que está perdiendo mucha sangre, alguien viene corriendo hasta nosotras y medianamente chequea sus signos vitales.

Me ve con pesar.

- ¿Qué puedo hacer? - le pregunto.

- Ayúdale a morir en paz - me responde casi inaudible.

- ¡Pero debe haber una solución!

- Me gustaría decir que sí, pero no es así, dele unos últimos minutos de tranquilidad si es posible.

Suena horrible, insensible y inhumano, pero a veces las cosas son lo que son, así que me arrodillo a su lado, le doy la mano y le hablo.

- Óyeme que sepas que seguramente dejas acá mucha gente que te quiere y te valora mucho aunque no te lo hayan dicho antes - le digo no sé si por ella o por mí.

- Mamá no quería que saliera hoy de casa. Mis hijos se quedaron con ella, no me despedí de ellos porque estaba de mala hostia - las lágrimas le corren por la cara mientras habla.

- Estoy segura de que te recordarán de buenas y de que ella los cuidará muy bien.

Y entonces se va, deja de apretarme la mano y no escucho su respiración ni por lo bajo.

¿Por qué la vida nos hace esto?

Por favor, que Amaia esté bien le pido a la fuerza mayor que sea que pueda ayudarme.

Sigo caminando y veo personas afectadas de todas las edades, clases, razas, religiones... Todos sufriendo por igual, porque supongo que nadie se espera vivir algo como esto, todos nos sentimos ajenos cuando lo vemos en otros países ¿Por qué nos pasaría a nosotros si somos gente buena?

Mi teléfono suena y es un número extranjero desconocido.

- Aló - contesto.

- Laia, es Juan Pablo Isaza - me responden del otro lado de la línea y puedo sentirlo tan tenso como yo - ¿Está bien?

- Aún no lo sé.

- ¿Usted sabe algo de Leo y Amaia? Vi en las noticias que hubo dos explosiones pero ninguno contesta el teléfono.

- No lo sé, ella iba a salir a mi casa hace un rato - comienzo a llorar pensando en la posibilidad de que sí lo haya hecho - No lo sé Juan Pablo, estoy buscándolos por la calle y... y yo... - me enredo sin saber qué más decirle.

- No se preocupe, todo estará bien, solo confiemos ¿Sí? Pero usted está bien y eso también es importante, sin embargo está haciendo algo muy heróico y peligroso, creo que lo mejor es que vuelva a casa, no se sabe qué pueda suceder en las próximas horas.

- ¡No puedo dejarlos ahí fuera! No puedo vivir una vida sin ellos, Isaza - sollozo.

- No nos adelantemos a los hechos, por favor vaya a casa, se lo pido, estoy seguro de que ellos podrán comunicarse con nosotros pronto, tengamos un poco de fe, la esperanza es lo último que se pierde.

Y tan solo esas palabras me sirven de contención y soporte aún en la distancia.

- Está bien, cualquier cosa que sepa lo llamaré ¿Vale?

- Vale. Por favor manténgase a salvo.

Colgamos y doy una última mirada al panorama con mi corazón pendiendo de un hilo.

No los quiero perder, no los puedo perder. Ellos son lo único que tengo en la vida y no sabría cómo seguir adelante si me llegaran a faltar.

Doy media vuelta y me voy a casa.

Son las 8:43 de la noche, la noticia está en todos los canales, se han reportado más de 400 muertos y cientos de heridos

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Son las 8:43 de la noche, la noticia está en todos los canales, se han reportado más de 400 muertos y cientos de heridos. Juan Pablo tenía razón, fueron dos explosiones en el metro, una en la estación Gran Vía y otra en Sol, que es la que le sigue, había una tercera bomba en Tirso de Molina que no llegó a detonar gracias a alguna fuerza divina, porque es justo ahí donde estaba buscando a Amaia.

Me jodí todo el esmalte de las uñas por la ansiedad y no me importa.

Solo me importan ellos.

Y ahora que estoy aquí y ha pasado tanto rato ya no quiero que me llamen, no quiero ser llamada por la policía, no quiero que me den una mala noticia.

Apago la tele y me siento frente a la ventana, las luces de toda la ciudad siguen encendidas, el revuelo al fondo en Gran Vía aún es notorio.

Mi teléfono suena opacando los sonidos de la urbe.

Es la madre de Amaia.

Han pasado cuatro tonos y aún no le cojo la llamada porque no sé si quiero saber lo que tiene para decirme.

Me envalentono para el séptimo tono y cuando contesto no hace falta que me diga nada, porque su llanto desgarrador me lo dice todo.

La he perdido.

Para siempre.

Machu Picchu ~ Juan Pablo Isaza (Morat)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora