5. Mordiscos

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El martes, Lexy estuvo la mayor parte del día sola.

Su jefe se mantuvo ocupado entre reuniones y capacitaciones que buscaban mejorar las estadísticas de la empresa.

Por la tarde y casi a la hora de salida, la jovencita recibió un alentador correo electrónico por parte de Joseph, al parecer, el único que se preocupaba por ella, y viajó con una tonta sonrisa a casa, donde se encontró con su abuela materna, quien también era su mejor amiga.

Sus padres habían salido por la tarde y prometían llegar después de las ocho. Por otro lado, su prometido dormía tranquilamente en el piso de arriba, entregándoles privacidad y tiempo para charlar con sinceridad.

—¿Té o café? —preguntó la joven y se movió ágil por la cocina.

—Un té estaría bien —contestó la abuela y cortó dos trozo del pastel que había comprado en una bollería cercana—. ¿Y qué tal el trabajo?

—Excelente —respondió una jovial Lexy y sonrió para agregar más picante a su confesión.

—Creí que te iba a encontrar ojerosa y malhumorada, pero me has dado una sorpresa —confesó la abuela y se acomodó en la mesita que la humilde cocina disponía—. Secretaria, ¿verdad?

—Sí, de Joseph Storni —acotó Lexy y buscó el azúcar con la mirada.

—Storni, suena importante —sonrió Elena, la abuela—. ¿Es guapo?

—¡Abuela, por favor! —contraatacó Lexy y se rio a carcajadas.

—Joseph Storni suena a guapo —siguió la picante anciana—. ¿Podría visitarte en la oficina para conocerlo? —curioseó y le ofreció un juguetón movimiento de cejas.

Lexy se quedó callada y muy complicada y, de la nada, se sonrojó y volvió a la timidez de siempre.

—Abuela... —ronroneó la muchacha.

—¿Y usa una corbata? —siguió la madura mujer y abrió enormes ojos al obviar que su nieta estaba complicada con su inusual petición.

—Sí, Abu, viste elegante —detalló Lexy y suspiró cuando recordó a Esteban.

—Me encantan los hombres elegantes, pero no te pongas triste, no te lo voy a quitar —bromeó la anciana.

—¿Qué? —preguntó Lexy riéndose, haciéndose la tonta.

—Ya le pusiste el ojo, ¿o no? —insistió.

—Tú estás loca, yo no voy poniendo el ojo, menos a mi jefe —suavizó, pero su abuela bufó.

—Deja de ser tan tonta, niña, aprovecha que eres joven, hazme caso, yo tengo más experiencia —atacó la abuela y le guiñó un ojo—. Cuando estés casada, te vas a lamentar. Cuando seas la señora de ese bueno para nada te vas a lamentar por no haber probado otros pasteles.

Retozó alegre y mordió el pastel de manzana que tenía entre los dedos, cerrando los ojos para disfrutar de la dulzura y la crema de la tarta.

—Abuela, no es tan simple.

—¡Sí, es simple! Eres tan linda, Lexy, si sonrieras más seguido tendríamos filas de hombres esperándote.

Lexy rio y se relajó en la silla para engullirse el rico pastel que su abuela había escogido para comer junto a ella y cambió el rumbo de la conversación cuando investigó sobre su reciente viaje a Australia.

A los pocos minutos, Esteban apareció de la nada y, no obstante, saludó con cortesía, Lexy percibió la molestia del hombre. Podía transmitírsela aún con la mirada.

Siempre míaWhere stories live. Discover now