10. Desaparecida

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En el interior del edificio en que la empresa Open Global tenía establecida sus oficinas, Joseph Storni se hallaba en un lio mental del que no era capaz de escapar.

Ese día había llegado más temprano que de costumbre y solicitado a su asistente personal que le consiguiera un ramo de rosas para acceder al perdón de Lexy Bouvier; estaba al corriente de que la había lastimado y, si bien, no estaba seguro de que tenía que decir para acompañar a las hermosas rosas que tenía para ella, iba a jugárselas de todos modos.

El hombre esperó con tranquilidad, sentado en su escritorio, contando los minutos para que la hora de ingreso llegara, pero por más que esperó, la joven nunca apareció y casi al mediodía el joven empresario perdió la cabeza y empezó a pensar lo peor.

Como primera opción usó la tecnología para ponerse en contacto con ella y tras enviarle un correo electrónico cada media hora, correos que Lexy jamás respondió, aceptó que era hora de ir un poquito más lejos.

La llamó a su número privado.

"El número al que usted llama no se encuentra disponible, por favor inténtelo de nuevo más tarde". —Fue todo lo que obtuvo cuando la llamó una y otra vez, pensando que tal vez se trataba de un problema con su teléfono.

Cuando la hora de la comida llegó, le pidió a la secretaria de finanzas que cubriera su puesto por el resto del día y, no obstante, buscó discreción en su actuar, su hermana menor apareció para fastidia su vida un ratito.

—Yo venía a rescatarte para que fuéramos a comer unos burritos —retozó su hermana, alegre como siempre.

—Lo siento, tengo trabajo —excusó Joseph, caminando hacia su auto.

—¿Trabajo? —Rio ella—. Joseph, es la hora de almuerzo, no puedes comer y trabajar al mismo tiempo, no sería sano —regañó.

—Lo siento, Em's, tengo algo importante que hacer —refutó él.

—¿Algo más importante que yo? —interceptó su hermana y se plantó ante él para mirarlo a la cara—. ¿Qué te preocupa? —insistió y masajeó sus hombros desde su baja posición.

—Algunas cosas —contestó frío.

—¿Esas cosas tienen nombre? —molestó su curiosa hermana.

—Sí, pero no te incumben —escupió Joseph con seriedad.

—¡Ay, Joseph, no seas tan egoísta! —sollozó ella, victima como siempre, usando sus técnicas para obtener un poco de información.

Joseph suspiró y miró a cada lado, no obstante, quiso explicarle aquello que le acomplejaba, tuvo que mantenerse callado y es que tenía compañeros de trabajo cerca y no estaba en condiciones de exponerse ante ellos.

—Sube al auto —pidió y la joven bailó de felicidad.

Emma obedeció a las idas de su hermano y lo acompañó en un viaje de carretera de casi media hora. La joven se mantuvo callada durante la mayor parte del recorrido y prefirió alegrar el interior del silencioso automóvil con un poco de música.

Se preocupó cuando su hermano aparcó bajo un grueso roble que les brindaba sombra y aunque ella esperó que el hombre hiciera o dijera algo, se quedaron quietos y silenciosos en el interior del vehículo, en una zona baja de la ciudad.

—¿Qué onda? —molestó Emma tras casi cinco minutos de espera y giró en su asiento para mirarlo—. ¿Qué hacemos aquí?

—Aquí vive Lexy —confesó sin mirarla y apagó el estéreo.

Ya se estaba mareando.

—¿Lexy? ¿Lexy... tu secretaria? —preguntó una coqueta Emma y aplaudió de felicidad cuando el hombre a su lado asintió con la cabeza—. ¿Y por qué estamos aquí?

—Hoy no asistió al trabajo y no contesta a mis llamadas, tampoco excusó su falta con recursos humanos —suspiró—. Le envíe cinco correos y...

—¿Cinco correos? —burló Emma y le pegó un empujón con el hombro.

—No es una broma, Emma, esto es algo serio —dijo él con enojo.

—¿Qué tan serio? —coqueteó Emma, sintiendo que la preocupación de su hermano iba más allá que una relación de empleada y jefe.

Joseph suspiró y se tocó la frente y el cabello con la punta de los dedos y, si bien, quería responder a las odiosas interrogantes de su hermana, no tuvo las palabras correctas para contestar a lo poco que conocía de su nueva empleada.

—Ven, acompáñame, intentaré hablar con ella y saber qué ha ocurrido —dijo calmo.

—No me lo perdería ni loca...

Caminaron uno al lado del otro, silenciosos, pisando con temor en las desconocidas calles de la residencia en que Lexy Bouvier vivía. Ingresaron por una pequeña cerca de madera que envolvía la parte delantera de la casa de dos plantas.

Se miraron a la cara cuando estuvieron frente a la puerta, ninguno fue capaz de golpear o presionar el botón del timbre a su lado.

—Tu eres el interesado —insinuó Emma y se cruzó de brazos, a la espera de que su hermano reaccionara.

Joseph titubeó y mostró lo frustrado que se sentía, además de confundido, y acobardado por enfrentar a Lexy, retrocedió un par de pasos, dispuesto a marchar. Emma se anticipó a su cobardía y plantó un trío de fuertes golpes contra la madera de la puerta y con la mano libre sostuvo a su hermano desde el brazo, obligándolo a quedarse.

No bastó mucho para que un hombre de expresiones cansadas les abriera la puerta y los saludara con vitalidad.

—Ho-hola —titubeó Joseph, recordando al padre de Lexy, con quien se había encontrado la primera vez que se había atrevido a visitarla.

—Hola, usted otra vez —entusiasmó el padre de la joven y dejó que la puerta se abriera para mostrar el interior de la propiedad—. Lexy no está...

—¿Cómo? —insistió Storni preocupado.

—Salió temprano al trabajo, nos dejó una nota —musitó, mirando hacia la calle—. Dijo que hoy trabajaba mediodía, así que debe estar por llegar —confesó, mirando a todos lados, como si estuviera esperándola.

—¿Fu-fue a su trabajo? —preguntó Joseph, más preocupado ahora que no conocía el paradero de la chiquilla—. Señor Bouvier, me presento, soy Joseph... —intentó revelar la verdad, pero su hermana le propinó un pellizco en el brazo, pero eso no fue obstáculo para que siguiera—: su hija no llegó al...

—¡Señor Bouvier! muchas gracias por su atención —interrumpió Emma y le golpeó el brazo a su hermano para callarlo—. Vendremos más tarde a buscar a Lexy.

—Claro, yo le diré que pasaron —contestó el hombre desde la propiedad, mientras detalló la forma en que la jovencita se llevaba a arrastras al elegante hombre—. ¡Disculpe! —gritó y caminó junto a ellos para perseguirlos—. ¿De dónde conocen a mi Lexy?

Emma y Joseph se miraron preocupados y, aunque Joseph siempre resultaba un buen mentiroso, con la situación de Lexy se convertía en un idiota de pocas palabras, por lo que su hermana se vio obligada a intervenir.

—De la universidad —contestó, intentado recordar la carta de presentación de la muchacha, esa que había leído de curiosa—. Cursamos Relaciones públicas un tiempo juntas... ¡juntos! —arregló, señalando a Joseph y se rio para aliviar la cosa—. Pero ella se cambió de carrera y perdimos el contacto —mintió y aunque el padre de Lexy asintió conforme, no se tragó la mentira de la muchacha.

—Claro, yo le diré que vinieron... —les siguió el juego.

Desde la entrada de su propiedad los observó hasta que se marcharon en un lujoso auto negro y se quedó allí por las próximas dos horas, esperando a su única hija, pues, empezaba a sentir que algo no estaba bien.

Siempre míaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora