Poemas de amor, sexo y otras carencias

Quédate con todo eso

 El anillo.

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Sí, quédate con el anillo,
ese anillo de mierda que te regalé
y no por ser un anillo de mierda
tienes que rechazarlo, porque
ese anillo de mierda, está
lleno de las cosas que pienso
cuando te miro
y que no quiero que luego digas:
"Con este anillo de mierda,
él piensa que me va a
convencer".

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No, quédate con el anillo de mierda
Ese anillo que no cuesta más
que una entrada al cine,
pero que para mí vale
más que
una cadena de una trasnacional.
¿Y sabes por qué?
Porque quiero que me aceptes
la porquería de anillo
y me digas:
"Sí, quiero casarme contigo".

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El teatro de a dos.

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Sí, quédate con el teatro de a dos,
donde tú eras la que actuaba
y yo aplaudía como un mono amaestrado
sin saber que todas esas mierdas
que puedes hacer y las hacías
eran las mierdas que en realidad
me importaban
y me comían poco a poco
dejándome en los huesos
como un cadáver sonriente.

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No, quédate con el teatro fingido,
que armaste y desarmaste y volviste
a desarmar y luego lo armaste de nuevo,
con mis entrañas y mis deseos
y mis maneras de vivir y sobrevivir
teniendo como lienzo mi nuca y mi
espalda llena de granos asquerosos
¿Y sabes por qué?
Porque todos esos teatros de a dos
son los que quiero que recuerdes
cuando no los vuelvas a tener
y me digas:
"¿Hay que salir por ahí?".

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Mis palabras de amor.

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Sí, aunque sólo hayan sido
tonterías inventadas para ti.
Esas palabras hijas del demonio
que poco han sido para ti.
¡Ah! ¡Qué poco el demonio significa para ti!
y que poco me pensabas diciendo:
"Con esas palabras de mierda
piensa este que me va a
llevar a la cama".

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No, esas palabras de amor, todas
te las puedes quedar y mandarlas
a la mierda, a la basura, a la comida del perro,
a envolverlo con un pañal lleno de caca,
a un balde y vomitar sobre ellas
bilis, pus, comida putrefacta mezclada
con licores baratos y especias picantes,
al bacín de orina y sangre podridos.
Pero no las mandes al olvido y
las pongas en un cajón junto a
las medias sin pares y las promesas
nunca cumplidas y las veces que
les dices a ese viejo conocido que
encuentras en la calle:
"Estamos en contacto, nos llamamos".

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Los poemas.

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Sí, quédate con los cuatro o cinco
poemas donde eres una reina cargada
en hombros y que escupe a la multitud
y se limpia el polvo de la calle con
los pétalos de las rosas que le regalan
y los pañuelos con "¡Te amo!" firmados.
Crucifica mis poemas y ábreles
las entrañas y cortarles las piernas
sácales los ojos y dales a los cuervos
y a los buitres y a los zorros
y a los perros y a los chanchos.
Pero no te olvides del par de poemas
donde ya no eres reina y sólo eres mortal
y piensas que no existen o
me los quieres devolver.

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No, quédate con todos ellos,
cada uno que cuenta como eres de humana
y como te amo y te deseo.
Hay muchos de ellos que son
directamente para ti y por ti
y no te los voy a decir, porque sé
que ya te has dado cuenta de todo.
Bésalos y acaricialos y quédatelos.
Guardalos en tu cajoncito de joyas,
al lado de tus calzones,
junto al cepillo de dientes y las
toallas de mano. Y diles que los
quiero mucho antes de
contarles el cuento para ir a dormir.

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Los regalos.

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Sí, todos los regalos que conseguí con dinero,
también aquellos que no conseguí con dinero.
Quédate con todas las mierdas
y las que no son mierdas también.
Quédate con todo, todo cuanto quieras
y lo que no quieras, no.
Quédate las sonrisas y los abrazos
y los tiempos para escogerlos.
Quédate la crema para la golpes y las pastillas
para el estómago y el papel tapiz y el baño.

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No, no necesito nada,
puedo comenzar de cero.
No necesito los "Quédate a dormir"
Ni necesito los abrazos a medianoche.
Tampoco las noches de cine.
Ni siquiera el pollo con papas fritas.
Obviamente están descartados
Los momentos en la cocina
Las caminatas a las once de la noche
Mis tardanzas por tu culpa
Las partidas de videojuegos
Y todos los demás regalos.

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Y enumera todas las cosas
que odias de mí y quédatelas
también
para siempre.