El Torneo

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Sus finos dedos asieron la empuñadura de la espada y la apretó con fuerza. El frio metal lo reconforto de manera ligera, logrando que inhalara y exhalara de forma pausada.

-Parece que vas a vomitar- observo el moreno con diversión que rallaba en lo burlón. Alexander alzo la vista del suelo del Cuartel, topándose con la sonrisa gatuna de su hermano.

-No eres de ayuda, Magnus- gruño.

Alec se recargo contra la pared de brillante mármol blanco y aspiro el suave olor del lugar. Cuero y metal. El Cuartel era un lugar que a pesar de su propósito rezumbaba una vibra de paz, casi armonía pura. A su alrededor los ángeles conversaban de forma amena, soltando pequeñas risas y amontonándose en pequeños grupos junto a los estantes de donde las armas celestiales brillaban. Todos estaban emocionados, extasiados, listos para probarse frente a sus hermanos mayores y su Padre. Alec por su parte estaba nervioso. Quizás Magnus tenía razón e iba a vomitar. Sus alas se agitaban estresadas. Y el constante movimiento de cada una de sus plumas no ayudaba a controlar sus nervios.

Ese era el día del Torneo.

Los ángeles en el Cielo se clasificaban en tres grupos: rasos, mayores y arcángeles. La mayoría de los ángeles desde su creación tenían un puesto y un deber definido, pero existían unos cuantos ángeles que no tenían un propósito definido. Por ello se llevaba a cabo el Torneo, donde los ángeles demostraban sus habilidades, y así poder ser elegidos para ser guerreros, guardianes o simples mensajes. Las tareas eran infinitas, pero las oportunidades no tanto.

Alec llevaba años anhelando convertirse en un guerrero, pero a minutos del tan ansiado Torneo estaba aterrado.

¿Qué haría si perdía contra alguno de sus hermanos? ¿Podría pasar la eternidad relegado a una tarea mediocre?

-Oh vamos. Lo harás de maravilla- le animo Magnus examinando su reflejo en el metal de su espada- Estoy seguro que uno de los pomposos arcángeles te escogerá.

Alec deseo darse de golpes en la pared. Magnus desde su creación siempre había sido el despreocupado de los dos. Juntos habían sido querubines, pequeños niños que se retaban para ver quien volaba más alto y se respaldaban en sus travesuras contra sus hermanos mayores , y habían permanecido unidos desde entonces, cuidándose y apoyándose mutuamente como ahora.

Aunque Magnus no solía ser muy realista la mayoría de las veces.

Es decir, ¿Arcángeles? ¿En serio?

En el cielo solo existían siete arcángeles, y cada uno tenía un grupo muy selecto de cuatro ángeles bajo su mando. Solo los mejores, los cuales al ser elegidos pasaban a ser ángeles mayores. Y no era ningún secreto en el cielo que en ese Torneo los arcángeles buscaban a los últimos reclutas para cerrar sus filas por los siguientes milenios.

Alec miro a Magnus escéptico, no podía estar hablando en serio.

-¿Qué? No me vengas con tus lloriqueos de siempre sobre no ser suficientemente bueno para...

-Magnus...

-No, Alexander.- le detuvo rotundo - Tu eres uno de los mejores guerreros del Cielo. Lo sabes, yo lo sé. Todo el mundo lo sabe. Si no. ¿Por qué crees que Nathaniel te tiene tanta saña? Teme que le quites su oportunidad de ascender a la elite.

Alexander bufo. Nathaniel era uno de los ángeles a los que les tenía muy poco afecto, y aunque era bueno en el campo de batalla no seguía los preceptos que su Padre les había enseñado. Además solo cuatro ángeles podían ascender a la elite. Los únicos que aún tenían un puesto entre sus filas eran Uriel, Gabriel, Michael y Lucifer. Rafael, Raziel y Samuel ya habían cerrado sus filas dos lunas atrás.

El Ángel y la Princesa del Infierno de Rosas (Alexander Lightwood)Where stories live. Discover now