Espejo

151 22 2
                                    

Me senté frente al espejo, un rostro de plata que me devolvía la mirada hasta el momento había permanecido desconocida para mi. Por primera vez vi mi rostro. Por un momento, pensé que el espejo era mágico, pues la chica en él se veía como mi madre. Me tomo unos segundos darme cuenta que era yo. Yo me parecía a mi madre, aunque no tenía su pelo lacio. El mío caía en rizos, enmarcando mis ojos violetas.

Violeta...

No eran herencia de mi madre, quien tuvo ojos azules. Ni de mi padre con sus ojos negros, aunque ahora sabia que Kazuo no había sido mi padre.

¿Mis ojos eran herencia del yonkai?

No deseaba saber la respuesta.

Aun así, estuve un largo rato observándome. Recorrí cada centímetro del rostro que tanto se empeñó mi familia en esconder. ¿Qué había de extraño en él? Había visto suficientes mujeres en mi clan para saber que era bella. Pero mi madre y mi hermana también lo habían sido. ¿Qué me hacía distinta a ellas? No lo comprendía.

Me pregunte si algún día sabría la razón, o siquiera todavía importaba.

Alexander me prometió que no me escondería los espejos, ni tendría que volver a usar un velo, porque no era mi rostro lo que mi familia realmente había deseado esconder durante años, era mi existencia lo que tan celosamente habían guardado, aunque les había costado la vida a todos ellos.

Fue entonces que en el espejo, vi algo más que mi rostro.

Vi a la princesa del clan Taira. La cuarta hija del líder Kazuo y su esposa Mitzuki. Hermana menor de Ryu, Takeshi y Nadeshiko. Vi a la princesa que había sido escondida en el interior del palacio de su clan, bajo un velo y lejos de los espejos. Vi a la niña obediente, sumisa, recatada. Vi a la niña prometida un emperador desconocido. Vi a la niña que algún día se haría emperatriz y traería herederos al mundo. Vi a la niña que crecería y envejecería tras los muros de otro palacio, como cualquier otro mortal.

En el espejo vi a Taira no Bara.

La princesa humana.

Pero ella no era yo.

Ya no más.

Ella no era real. Nada de ella lo había sido. Todo había sido una ilusión. Una mentira. Ella no era una Taira, ella ni siquiera era humana.

Sentí un enorme vacío en mi pecho.

¿Quién era la persona frente a mí? ¿Quién era la niña en el espejo que me devolvía la mirada? ¿Realmente era yo? Había pasado tantos años sin ver mi rostro... sin saber quién era... Ni siquiera sé quién soy.

Princesa.

Humana.

Taira.

Monstruo.

Hanyo.

Bara.

Rozen.

Las palabras de mi madre volvieron a mi mente como un susurro en el viento: "Ese es tu verdadero nombre. Quien eres en realidad."

Ella siempre lo supo, tal vez por ello oculto mi nombre y me presto otro. Oculto todo lo que yo era y me regalo unos años de paz, de amor. Alargando mi ignorancia todo lo que había podido para protegerme... fue por ello que sonreí. Aún cuando mis ojos se nublan con lágrimas, sonreí. Sonreí mientras lloraba, porque era lo único que podía hacer.

- ¿Te duele algo? - pregunto Alec alarmado- ¿Por qué lloras?

No pude responderle. Quizás no lo hubiera comprendido.

Pero lloraba por Bara: La princesa humana que había perdido a su familia, su clan, su vida, su futuro.

Llore por todo lo que ella había perdido. Y, por último, llore por su muerte. Porque esa niña ya no existía. Había muerto aquella noche junto a su familia, junto a su clan. Porque la niña que había salido huyendo del palacio fue Rozen.

La desconocida Rozen.

Ella había nacido esa noche en la nieve, mientras observaba desde la colina como el hogar de su infancia ardía hasta las cenizas.

Entonces me levante, limpie las lágrimas de mi rostro y me gire a Alexander. El tenshi. El hombre que había curado sin saber que era un ángel, y que se había autoproclamado como mi ángel de la guarda. Yo aún no terminaba por entender que significaba eso.

- ¿Lista para irnos, Bara? – pregunto.

-Rozen- dije.

- ¿Qué?

-Mi nombre...- aclare- mi verdadero nombre es Rozen. Bara era un apodo que mi familia me dio. Nadie... nadie lo sabía. Eres la primera persona que lo sabe.

Él sonrió. Una brillante sonrisa que ilumino sus ojos.

-Es un bonito nombre.

Yo asentí con una sonrisa. El extendió los brazos en una muda invitación que acepte; me cargo y extendió sus alas negras.

Me sentí libre.

Enterré a Bara y a mi familia en mi corazón. Los llevaría conmigo el resto de mi existencia, pero no como una carga, sino como un recuerdo de los días más brillantes de mi vida.

Mientras Rozen: la bruja, la hanyo, extendió sus brazos libres. Sin restricciones, sin temor. Todo un mundo se abría frente a mi y lo arrasaría por completo.

***
Esto lo escribí hace tiempo y quise compartírselos. Es la explicación de como la bruja escogió su nombre, y ya a partir de los siguientes capítulos es el que utiliza de forma oficial. Gracias por leer y votar, y un especial abrazo a los que comentan, siempre me sacan una sonrisa. Besos. 

El Ángel y la Princesa del Infierno de Rosas (Alexander Lightwood)Where stories live. Discover now