Cerezos

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Había días buenos y días malos.

Alexander aprendió a lidiar con ellos tras ensayo y error, y de nuevo error. Erraba más veces de las que lograba acertar, pero bueno, nadie tiene un manual de como cuidar a una niña mitad humana, y Alexander se dio cuenta más tarde que temprano que nada de su milenario entrenamiento de guerrero le ayudaría a lidiar con una niña de diez años (los demonios eran más sencillos en comparación).

Hubo días en que la niña no tenia el ánimo suficiente para levantarse de la cama, de comer o simplemente de responderle al ángel. Otras veces, las veces que Alec suspiraba contento, la niña corría por el prado descalza, entusiasmada por su libertad recogía flores y adornaba cada superficie de la casa con ellas. Porque finalmente se le podía considerar una casa al lugar que Alec construyó. Más pequeña que el palacio donde Rozen vivió, pero mucho más reconfortante que una simple choza.

Aun así los días "malos" eran más comunes de lo deseado, y Alec no sabia como llegar a la pequeña durante esos días, donde parecía un poco fuera de lugar y hasta deprimida. Ella parecía absorta en su propio mundo la mayor parte del tiempo, tan lejana que le resultaba imposible alcanzarla. Y Alec lo detestaba.

Como ángel, Alec podía escuchar la tristeza que emanaba el alma de la niña, lo perdida y asustaba que estaba. Podía sentir la necesidad de apoyo y consuelo que anhelaba.

Por ello intentaba hablar con ella, sacaba temas banales, le narraba de la creación del universo, de sus hermanos, y Rozen lo escuchaba atenta, con ojos brillantes y su interminable curiosidad, entonces Alec daba un paso a ella, movido por su esperanza y por su desesperación y le cuestionaba sobre sus inquietudes, y el azabache se daba de tope contra un muro que Rozen alzaba entre ellos y lo alejaba contundente.

Fue cuando Alec aprendió que mencionarle a los humanos (o mitad humanos) que podía leer los sentimientos e inquietudes del alma era una mala idea. Muy mala idea. Más aun si el humano era del género femenino.

Al menos no menciono que podía leer su mente de desearlo. Tuvo el suficiente sentido común para guardarse esa información.

Aun así, Alec fue atacado por toda clase de objetos que la pequeña tuvo a su alcance para arrojarle y durante una semana Rozen no quiso verlo, prohibiéndole incluso la entrada a la casa.

Alec no lo entendía.

¿Por qué ella insistía en apartarlo?

¿Acaso su actitud era algo común entre los niños de su edad?

¿Cómo diablos lidiaban los humanos con ellos?

En definitiva, Alec no tenia ni puta idea de nada, pero no era su culpa, en sentimientos e ideas humanas el prácticamente era un bebé.  Así que Rozen lo ignoraba y pasaba de él todo el tiempo, y cuando estaba a punto de rendirse, una pequeña idea lo asalto.

Fue espontáneo, y quizás un poco sin sentido, pero como si volverá a ser un querubín que se esconde se sus hermanos mayores, durante la noche Alexander planto semillas en los alrededores de la casa, más de las necesarias pero no le importo.

Cuando el sol se alzo al día siguiente, y Rozen salió de la casa para recoger agua del rio se quedo sin aliento. Hermosos cerezos en brote decoraban el paisaje, tiñendo de rosa la espesura del bosque y ocultando tras sus frondosas ramas y flores la casa. La niña soltó la cubeta y busco al culpable de tan maravillosa sorpresa bajo las ramas de uno de los cerezos. Sin dudarlo corrió hacia el y salto a sus brazos, Alec la estrecho con cariño, aliviado que hubiera pasado todo.

-Es increíble- dijo Rozen, con su rostro escondido en el cuello del ángel.

-Me alegra que te haya gustado. 

-¿Cómo hiciste que crecieran tan rápido?

-Es sencillo acelerar el crecimiento de las plantas, y está permitido porque no interfiere con los humanos directamente.

Rozen sonrió para finalmente salir de los brazos de azabache.

-Gracias- musito. Alec asintió, satisfecho consigo mismo. Ahora todo estaría bien...- También te perdono.

Alec ladeo la cabeza confundido.

-¿Por qué me perdonas?

La sonrisa de Rozen desapareció.

-¿Por ser un entrometido?- cuestiono ella perdiendo su paciencia, si es que tenia algo de eso.

-¿Entrometido? No soy un entrometido.

-¡Claro que si lo eres! Todo el tiempo andas molestándome con preguntas.

-Eso es porque me preocupo por ti. Eres mi responsabilidad y tengo que velar por tu tranquilidad ¿Qué tiene de malo eso?- Rozen se sonrojo, ignoro el calor de su rostro y se cruzo de brazos molesta.

-¡Eso no significa que tengas que meter las narices en mis asuntos todo el tiempo!

-No puedo meter la "nariz" en tus asuntos. Eso no tiene lógica.

La niña puso los ojos en blanco.

-Entonces ya no te perdono.

-¿Por qué tendrías que perdonarme?- pregunto Alec aun más confundido.

Rozen soltó un grito indignado y le dio la espalda, caminando furiosa a la casa.

Alec se quedó estupefacto. ¿Ahora que había hecho?

El Ángel y la Princesa del Infierno de Rosas (Alexander Lightwood)Where stories live. Discover now