Lucifer

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Aquella mañana, una fuerza desconocidas tiro de los músculos de Alec para impulsarlo a levantarse antes del amanecer. A juzgar por el silencio que reinaba en los pasillos, la mayoría de los habitantes en la torre no debían haberse puesto en marcha aun, así que se vistió, tomó sus espadas gemelas y salió del edificio siguiendo el camino de piedras que recorría todos los días. 

Las torres de mármol esparcidas por el cielo relucían aun en la penumbra rosada, como agujas de marfil, hermosas y terribles, y extrañamente tranquilizantes. En aquel paseo matutino, andando con paciencia y silencio por las calles prácticamente desiertas, si fue capaz de notar la mayor parte de elementos que constituían una de las mayores creaciones de su padre. El hogar que había sido creado para el y sus hermanos. Los edificios iban perdiendo altura a medida que se alejaba de la torre de Los Ángeles mayores. Vio a unos cuantos ángeles preparándose para iniciar con sus tareas diarias. El ultimo callejón que tomo desembocaba en un mirador elevado que ofrecía una buena perspectiva del panorama que derramaba, imposiblemente verde, mas allá de la zona construida. 

Observo el río sinuoso que costaba en dos la vista, como una cinta plateada con numerosos hilos mas delgados que descendían desde los picos lejanos. Allá arriba distinguió es espejo plateado que no estaba conectado a ningún caudal, un hermoso lago que su Padre había creado sin propósito aparente. Descendió le una escaleras flanqueadas por fuentes y estatuas de mármol que representaban a los arcángeles y se encontró con uno de los tantos lugares de entrenamiento que tenían en el Cielo. Era uno de los centros menos concurridos por los ángeles, pues las torres de los arcángeles estaban a pocos metros del lugar. Siete en total, una para cada arcángel, todas de cristal opaco, grueso y brillante como miel. 

El centro de entrenamiento se trataba de un campo de hierba que ocupaba miles de metros cuadrados; el rocío salpicaba aun las hojas verdes que se mecían con un viento suave, como perlas esparcidas por el paisaje. Solo había una persona a la vista, y se llevo una sorpresa al reconocerle.

Lucifer estaba practicando tiro con arco. Alec parpadeó un par de veces, sorprendido y un tanto confundido. Sus ojos escrutaron el paisaje, recorriendo una buena distancia de campo hasta dar con la diana, colocada a mas de doscientos metros del arcángel. Era imposible que la flecha recorriera tanto espacio sin caer por la gravedad ni desviarse, y desde luego que acertara en el blanco era infinitamente más improbable.

Como si las limitaciones no le afectaran, Lucifer saco una nueva flecha del carcaj y la coloco en el arco. Las volutas de los extremos estaban bellamente gravadas y la cuerda finísima relucía como hilo de plata. Tenso el arco con facilidad y soltó la saeta, el sonido de la cuerda al distenderse fue como un latigazo. 

Dio en el blanco, o al menos en lo que a Alec le pareció justo el centro de la diana, con un chasquido seco que se oyó incluso desde aquella distancia. Lucifer sonrío satisfecho con el resultado. Alec no pudo esconder su maravilla, había visto tirar con arco a varios ángeles, razos y mayores, pero ninguno pareció poder igual al lucero del alba.

-Buenos días, Alexander- saludo el arcángel sin separa la vista de la diana.

El ángel dio un respingón, sintiéndose avergonzado al ser descubierto. El arcángel bajo el arco y le dedico una mirada de soslayo, con una ligera sonrisa en los labios.

-Buenos días. Lamentó la interrupción hermano, no era mi intención espiarte.- se disculpó sonrojándose- Puedo retirarme si deseas.

-Tranquilo, Alexander. No eres ninguna molestia, al contrario me alegra verte. Se que mucho de tu entrenamiento me corresponde pero las ultimas semanas he estado ocupado.- el arcángel suspiro, frunciendo su ceño levemente irritado- Samuel y Rafael pueden ser toda una molestia cuando se lo proponen. 

El Ángel y la Princesa del Infierno de Rosas (Alexander Lightwood)Where stories live. Discover now