INVIERNO

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Invierno

Porque las grandes pasiones se encuentran

entre nuestros pedazos al derrumbarnos


Madeleine nunca resultó capaz de explicar cuál fue el momento exacto en el que su mundo se cayó un poco, pero tal vez la razón de eso sea porque la caída resultó suceder por partes.

El primer golpe no dio tregua y no fue menos importante sólo por el hecho de ser el primero. Madeleine se encontraba en el jardín de su casa, tenía trece años y el otoño que la rodeaba incrementaba sus ánimos, siendo que podía jugar con las hojas anaranjadas que caían a sus pies. Aún mejor, podía hacerlo con Abe, ya que en unos minutos debería llegar con sus tíos, esa era la razón por la que la niña estaba en el jardín delantero, de otra forma, no se encontraría afuera de su casa, porque el frío ambiente comenzaba a irritarle.

No tardaron mucho en llegar. Fueron unos pocos minutos los que pasaron hasta que vio la silueta de sus tíos acercarse, con Abe en el medio de ellos.

Los saludó con entusiasmo, pero notó que su primo estaba algo extraño y aguardó a estar a solas con él para preguntarle al respecto.

Se sentaron en su habitación, cada uno en una esquina de la cama, estaban echados a lo ancho de la misma, y se miraban sin mucha expresión.

—¿Qué te pasa? —preguntó finalmente.

—Nada, Mad —suspiró.

—¿Alise te rechazó? —preguntó descaradamente, logrando que su primo rodase los ojos.

—No, Alise no me rechazó porque en un primer lugar nunca le dije que me gusta y no le voy a decir —informó.

Madeleine decidió hacer silencio unos segundos, por las dudas de que su primo quisiera seguir hablando, pero no lo hizo. Entonces, decidió que, si Abe no lo decía, era porque realmente no era importante, pero que tal vez pudiese hacer cambiar su humor.

—¡Vamos a tomar un helado! —exclamó, levantándose de su cama— ayer me dieron algo de dinero, así que yo te invito.

—No lo sé, Mad —se quejó— ya casi es invierno, ¿no te parece que hace mucho frío como para algo así.

—Nunca hace demasiado frío como para un helado, así que ahora te vas a levantar y me vas a acompañar a tomar un helado.

Sin decir más, la niña tomó su dinero, para luego sujetar la mano de su primo y lo arrastró hacia afuera de la cama, obligándolo a bajar las escaleras y a dirigirse a la entrada de su casa.

—Vamos a tomar un helado —informó Madeleine a sus padres, que estaban charlando en la sala.

Al abrir la puerta, el viento frío la golpeó instantáneamente, pero no se permitió dudar al dar los pasos que la sacaron de su casa, con Abe bien sujeto a su mano derecha.

—¿Quieres ir a la heladería que está más cerca, pero es más fea, o a la que está a siete cuadras y es artesanal? —preguntó, sin detener su andar.

—Me da igual, Mad —suspiró.

—A la artesanal será —concluyó la niña, dejando la mano de su primo al notar que ya caminaba por su cuenta.

Al llegar al destino, Madeleine pidió un helado de chocolate, Abe uno de limón, y se sentaron junto a una ventana.

—Estoy empezando a odiar el frío —se quejó la niña— sé que falta mucho para el verano...

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