Capítulo Diez

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William quería arrancarse el pelo de la desesperación y, sin duda, como todo siguiera igual que en los últimos tres días, iba a comenzar a hacerlo.

Adoraba a su hermana. De verdad que lo hacía. Pero su comportamiento desde que había llegado había provocado que quisiera estrangularla.

Y no porque estuviera triste, alegre o enfadada en demasía. Tampoco porque le hubiera gritado o reprochado algo. 

Lo que le desesperaba de Lily era precisamente todo lo contrario; que no hablaba. Nada. Con nadie. 

Porque no, se negaba a llamar conversación a aquellos monosílabos que se veía obligada a soltar cuando la apelaban directamente y el silencio no era una opción. 

Si hubiese pensado que ese era su nuevo carácter, que en verdad la nueva Lily, la Lily adulta, era tímida y reservada, lo hubiera dejado estar y tranquilamente hubiera hecho lo posible por ganarse su confianza y, poco a poco, conocer a su nuevo yo. 

Pero no, ella no se había vuelto retraída. 

Lo veía en el brillo de sus ojos cada vez que le preguntaba algo, en como se mordía la lengua al contestar las preguntas que le hacía, en las miradas desafiantes con los que observaba a su madre cuando la degradaba con sus comentarios y, sobre todo, en su indómito rostro cada vez que se perdía en sus ensoñaciones.

Había algo que no estaba bien. Lo sentía. 

Algo estaba encerrado en su interior, haciéndola sufrir. 

Y la completa incertidumbre que le causaba el desconocimiento de qué era lo que la dañaba lo estaba matando.

 Así que, en un intento por atajar el problema de raíz y dejar de darle infructuosas vueltas al asunto, había decidido aprovechar la visita de su madre a unas amigas para llevársela, por primera vez a solas, de paseo por Hyde Park. 

Así no tendría escapatoria. 

O eso es lo que pensaba, pero los monosílabos habían sido todo lo que había conseguido en una hora y media de caminata. 

Y ahora ni si quiera lo miraba a la cara al hablar. 

Oh, que bien le hubiese venido un consejo de Amber en aquel momento. Si tan sólo se hubiera dignado a contestar a alguna de las misivas que había enviado en los últimos días a casa de su padre. 

Tan pronto como esa idea apareció en su mente intentó apartarla, pero no lo consiguió y la imagen de la chica apareció rápida e irremediablemente, en su cabeza.  

Una profunda culpabilidad lo embargó. Su hermana estaba con él de nuevo, se suponía que tendría que estar centrado en ella, en su relación y solamente en eso. 

Y sin embargo su traicionera mente, cada vez que tenía un momento libre, se dedicaba a pensar en la joven y delicada muchacha que sentía que lo había abandonado y a aferrarse a la esperanza de que, en algún momento, volvería a mostrar algún interés en él. 

Pero no lo había hecho, pensó con acritud.

En realidad no podía enfadarse con ella, sabía que no. Al fin y al cabo él solo era... uno de sus muchos clientes. 

Es verdad que ella había insinuado el nacimiento de una amistad, pero era demasiado pronto para llamar a la relación entre ambos de ese modo. Por lo que, no pasaba nada si priorizaba otras relaciones que probablemente estaban más desarrolladas. 

Y casi había logrado convencerse de que no le importaba. 

Casi.

Hasta que, como si al pensar en ella la hubiera invocado, la vio aparecer del brazo de un apuesto desconocido caminado despreocupadamente en su dirección. 

Lady Soñadora Adams ( Saga héroes de guerra 3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora