Prólogo

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Iba a llegar tarde.

Iba llegar muy, pero que muy tarde.

William miró el reloj de bolsillo que su padre le había regalado por su decimoctavo cumpleaños, hacía ya dos meses, y maldijo en voz alta.

Se suponía que tenía que estar en el muelle que se encontraba al otro lado de la ciudad en quince minutos para así embarcar, por primera vez, con las tropas inglesas y, sin embargo, allí estaba, con el tiempo encima y aún muy lejos de su destino.

¿Cómo es que se había despitado tanto? ¿En qué momento había perdido tanto tiempo? Se preguntaba a sí mismo una y otra vez con frustración. El ya lo tenía todo calculado el día anterior, meticulosamente, cada segundo de cada minuto de esa día. Y sin embargo...

La respuesta le llegó de repente.

Las despedidas, eso era lo que no había medido en su plan.

No había contado con el abrazo y la palmada en la espalda que su hermano mayor, Stefan, le había proporcionado, ni con el discurso de aprobación y orgullo que su padre le había dirigido debido a su decisión de hacer lo que todo el mundo esperaba que hiciera como buen segundo hijo de un duque, alistarse en el ejército.

Pero no solo ahí había gastado minutos de más, recordó, pues la despedida de su hermana pequeña, Lily, que sí que había anotado en su itinerario, se suponía que tenía que haber durado cinco minutos,no quince.

Pero su pequeña, con sus coletitas rubias atadas con lazos rosas brillantes que hacían juego con su vestidito, se había arrojado a sus brazos llorando y William se había sentido tan conmovido, enternecido y culpable que no se había podido ir hasta que había conseguido que ella se tranquilizase.

Y de eso no se arrepentía en lo absoluto, pues sabía que su corazón, ya de por sí acongojado por el adiós a sus seres queridos, no hubiera resistido el irse dejando a su hermana llorando por él.

Pero eso no quitaba que ahora estuviera terriblemente preocupado porque...

¿Que impresión le causaría a su capitán si llegaba tarde el primer día?

Una no muy buena, desde luego.

Apremiado por el tiempo, o más bien su falta de él, William echó un último vistazo a su padre, que le sonreía afablemente; a su hermano, que le guiñó un ojo; a su madre, quien lo observaba seria desde la puerta y a su hermana, quien decía adiós agitando su manita una y otra vez en el aire.

Y después dobló la esquina, dispuesto a cabalgar lo más rápido que pudiese.

Pero entonces, quiso el destino que se le soltara de repente un ribete del uniforme y, mientras se lo colocaba, tuvo que cabalgar a paso lento. Cosa que también tuvo que seguir haciendo mientras se ajustaba la espada que al parecer se había colocado mal y se reabrochaba los botones que descubrió, con irritación, que estaban mal abotonados.

¡Maldita sea! ¿Es que nada en ese día podía salirle bien?

La respuesta a esa pregunta le llegó en froma de grito agudo diez minutos después, cuando al fin se disponía a azuzar su caballo para recuperar el tiempo perdido.

Al principio no iba a detenerse, era solo una niña gritando de alregía mientras jugaba, pensó, y él tenía mucha, mucha prisa.

Pero el llanto desconsolado que siguió al grito desdibujó su teoría de que había sido una exclamación fruto de una diversión infantil por lo que, a sabiendas que aquello era lo correcto, pero aún así maldiciendo su suerte, William acabó por bajar del caballo dispuesto a ayudar a la damisela en apuros.

Lady Soñadora Adams ( Saga héroes de guerra 3)Tempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang