Capítulo Cuatro

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William observó a Jeremy hablar y asintió, esperando que él no se diera cuenta de que no estaba prestando atención a nada de lo que le estaba diciendo. Ni de lo que llavaba dieciéndole desde que habían entrado en el salón de baile, hacía más o menos una hora.

Al principio todo había ido bien porque, tal y como lo había planeado, permaneció en la sacristía durante la boda, en una esquina del salón durante la comida y en el balcón durante la primera parte del baile, gracias a lo cual, nadie se había percatado de su presencia.

Hasta que Harding se empeñó en que le acompañara al salón de baile para presentarle a su recién nombrada esposa, la habladora y risueña Cristal.

Y así, lo inevitable había sucedido. Se había reencontrado con la sociedad. Una que despreciaba, que lo oprimía, que llevaba toda su vida obligándolo a ser quien ellos esperaban que fuera y no quien en realidad quería ser.

Pero nada de eso importaba. No cuando la felicidad de su hermana dependía de ello.

Así que, por ella, se había forzado a entrar en el salón y a hacer oídos sordos a las exclamaciones de horror de las damas cuando vieron su rostro, a los que se taparon consternados sus bocas sin poder creer lo que le había pasado al hermoso semblante del que en su día había sido nombrado "niño de oro" de la sociedad, a las burlas de las damas mayores que hacían apuestas sobre que desesperada dama accedería ahora a casarse con él a cambio de dinero y cómo haría ésta para soportar mirarlo durante las noches, a las risas mal disimisuladas de los caballeros que en su día le habían envidiado por ganarse las sonrisas de todas las señoritas y ahora...

William no quería a muchas personas. No desde que había ido a la guerra y, al volver, se había hallado sin padre, hermano y madre. Le costaba mucho confiar en la gente, pensaba siempre mal de todos, esperaba lo peor. Pero cuando lo hacía, cuando en verdad lograba llegar a amar a alguien, daba todo por esa persona, hasta el final.

Así que lo soportó todo sin perder la compostura que tanto le costaba mantener por Lily, se repetía una y otra vez mientras tiraba cada cinco segundos de los puños de su camisa para asegurarse de que estuvieran bien bajados.

Si todos aquellos chismosos se horrorizaban sólo con ver su rostro, no quería ni imaginarse que dirían al ver su cuerpo y especialmente, Dios no lo quisiera, su espalda.

Pero no lo harían, jamás la verían, ni siquiera su futura esposa. Sólo con imaginarse la cara de asco que pondría cualquier dama si algún día llegara a...

No, aquello no sucedería, se repetía incesantemente. Él se encargaría de todo. Lo mantedría todo bajo control. No había de que preocuparse. Todo estaba y estaría bien.

Pero ni aún así podía dejar de temblar.

Al igual que Amberly quien, desde el otro lado de la sala, observaba angustiada a su hermana con los ojos llenos de lágrimas. Tanto a ella como a Victoria la emoción de despedirse de la pequeña de la familia las había dejado sin palabras y con el corazón encogido. Era por su bien, se decía a sí misma, eso era lo que ella quería, lo que la haría feliz.

Pero no por ello dejaría de echarla terriblemente de menos ni le dolería menos su marcha.

Sí, puede que la concentración de Amberly no hubiera estado todo el día puesta en su hermana. Puede que hubiera estado en otro sitio, buscando entre la cara de los presentes de la iglesia, los ojos de los comensales y las sonrisas de los asistentes al baile a aquella persona que tanto deseaba ver. Pero justo en aquel instante toda su atención estaba en Cristal, porque ese momento era sólo suyo, de las tres y, quizás por ello, quiso el destino que fuera aquel el precioso instante en el que lo vio.

Lady Soñadora Adams ( Saga héroes de guerra 3)Where stories live. Discover now