El trabajo de Papá

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El pequeño pablo siempre quiso saber de qué trabajaba su padre, al cual admiraba profundamente, para saber en que trabajaría cuando sea de grande. Tal era su admiración por el que estaba decidido a hacer lo que haga, sea aburrido o no. De esta manera, cuando la escuela anuncio un viaje al lugar de trabajo de sus padres para saber que hacen, no podía contener su emoción.

Su madre, sospechando lo que se iba a encontrar, trataba de mantenerlo calmado, de bajar sus expectativas y conseguir que durmiera sin ningún resultado. Esa energía infantil incontenible se había desatado por ver a su padre haciendo lo que siempre hace fuera de casa.

Desde talar un árbol hasta luchar contra dragones, su imaginación se había desatado. Sin la menor idea de que es un trabajo, solo representaba en dibujos lo que él creía que hacia fuera su padre.

Su heroísmo, sus viajes épicos, su valor y coraje solo podrían salir de los libros que le leía antes de dormir y difícilmente podrían igualarse a la realidad. Si, el pequeño apenas sabía que eso no era real.

La mañana del lunes, el padre se había marchado temprano como siempre, antes de que el niño se levante. La madre despertándose al mismo tiempo, preparo el desayuno, lo sirvió y despidió al padre para esperar al niño y darle de desayunar.

El reloj marcó exactamente las seis cuando el niño salto de su cama. Inquieto por la emoción no había logrado dormir. Después de desayunar se fue a la escuela lleno de ilusión.

La maestra con pocos ánimos los llevo en orden. Haciendo fila subieron y bajaron del bus y en fila se mantuvieron mientras ella hablaba con los guardias frente a una enorme y gris puerta de metal coronada con cámaras de vigilancia que miraban atentamente a todos los niños.

La impaciencia se notaba en los muy ilusionados niños en el tono de su voz, en los jugueteos entre ellos y en las intermitentes disoluciones de la ordenada fila que apenas los contenía.

Los guardias abrieron las puertas. Al principio una pequeña y estrecha y al ver el lento flujo de los niños, a regañadientes, abrieron una puerta más grande.

Al entrar tuvieron que esperar en un patio grande donde no había nada más que suelo gris y paredes blancas con franjas celestes marcadas por algunas manchas de manos, especialmente en la parte del marcador biométrico donde los trabajadores que entraban marcaban su asistencia.

El silencio habitual del primer patio se rompe con las conversaciones de los niños que habían disuelto la fila hace rato. Pablo miraba con cuidado todo el lugar esperando esa sensación de fascinación que asumía sentiría al llegar, pero el gris paisaje, las cámaras vigilando y el serio rostro de los guardias lo intimidaban.

Después de un largo rato, los guardias les permitieron avanzar a las zonas de la oficina.

Los niños entraban por una puerta angosta de vidrio opaco y llenaban cada oficina con sus risas y jugueteos. La maestra explicaba lo que hacía el departamento de contabilidad, el de facturación, el de atención al cliente, el de enfermería pero los niños no atendían más que a sus propias jugarretas constantemente reprimidas por la segunda maestra que trataba de contenerlos. Pablo por su parte, veía el mismo ambiente gris de paredes blancas con franjas celestes dentro de las oficinas que se repetía en cada una de las que visitaban, a la vez que se acercaba a los trabajadores pegados a sus computadoras y que apenas levantaban la mirada de sus pantallas para verlo.

El amasijo de niños seguía su loca algarabía ante la irritación de sus profesores y los guardias hasta que llegaron al departamento de financiero.

Allí, entre escritorios metálicos, computadoras y papeles, estaba el padre de pablo, dormido, con una expresión de aburrimiento que no desapareció cuando despertó y retomo su trabajo que continuo hasta que vio a su hijo, con el rostro descompuesto y al borde de las lágrimas.

Al final de la excursión, la profesora con fingido entusiasmo pregunto sobre lo que habían aprendido. Las respuestas ambiguas y esquivas de los alumnos dejaban claro que no atendieron nada, excepto pablo, sentado en una esquina con la mirada perdida.

Su profesora se acercó y pregunto.

— ¿Qué pasa Pablito? ¿No te gustó la excursión?

Sin mirarla, respondió —Quiero ir a casa...

Los Frutos del Tiempo; Relatos cortos IIIWhere stories live. Discover now