Kenneth

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Una luz tenue ingresaba por debajo de mis párpados a medida que intentaba abrirlos. Podía escuchar la voz de mi madre a lo lejos, tratando de despertarme de mi sueño, pero no era capaz. Era como si algo hubiera pegado mis párpados para que no volvieran a separarse por más que intentara. Como ese episodio de Tom y Jerry que tantas veces pasaban en televisión, el cual siempre veía con mis hermanos cuando eramos más pequeños pero que con el paso del tiempo dejamos de hacer. Todo cambia cuando te haces mayor.

Abrí los ojos como de golpe al escuchar a mi madre en mi oído, gritándome que escapara, que me fuera de ahí, pero me era imposible. La luz me cegó por unos escasos minutos en lo que trataba de acostumbrarme a resplandor. Sentí como una gota de sudor recorrió mi rostro e intenté limpiarla, pero unas sogas me impidieron hacerlo. Estaba amarrado a una silla tanto de manos como de pies y no creía que era una buena señal. No. Corrección: no es una buena señal.

—Por fin despiertas, Kenneth —miré a mi derecha y vi a Vannessa en la misma situación que yo y, por lo visto, ya había intentado escapar de sus amarres: sus muñecas se veían bastantes dañadas, en carne viva. Levanté mi mirada a sus ojos y podía jurar que había estado llorando, tenía los ojos hinchados y sus mejillas brillaban a contra luz—. Eres el último.

—¿En dónde estamos? —me atreví a decir. Noté que mi voz estaba un tono más grave que lo normal, por lo que carraspeé antes de continuar: —¿Quién nos puso aquí?

—No sabemos —me giré para encarar a Zara, la cual no apartaba la vista de su falda. Recuerdo que su pijama se lo habían regalado nuestros padres en su cumpleaños número catorce y le había encantado. Es triste ver que lo único tiene de ellos está completamente arruinado. Le miré el rostro, notando que de alguna manera se había cortado cerca de su labio pero no había sangre. Mi corazón se encogió al pensar en lo feliz que estaba ayer en la noche, al creer que no volvería a sonreír al igual que antes. Zara tragó saliva antes de girarse hacia mí, apretando los ojos con tristeza—. No recordamos que pasó desde que nos sedaron...

—Pero —continuó Jordan, algo más relajado que nuestras dos hermanas—, tenemos sospechas de que fueron los mismos hombres que lo hicieron todo esto —por lo visto, había estado analizando la situación apenas había despertado a un lado de Zara, amarrado a una silla al igual que nosotros tres. Asintió, uniendo cabos—. Los mismos que nos sacaron de nuestra casa. Los mismos que nos atacaron en esa especie de bosque.

—Y estás en lo correcto —Todas nuestras miradas se levantaron para centrarse en la chica delante nuestro. Era la misma chica rubia que apareció el día de la muerte de nuestros padres. Noté como Vann se tensaba ante su presencia, al igual que Jordan, el cual se puso en alerta apenas apareció—.Tranquilos, no pienso hacerles daño.

—Lo dices cuando nos tienen amarrados a una silla —se burló Vann, torciendo un poco su cabeza mientras arrugaba un poco la nariz.

La rubia se rió entre dientes mientras se sentaba en una silla delante de nosotros, la cual no me había percatado de su existencia debido a la luz que tenía frente a mí e impedía que viera más allá de esta. —Dije que no iba a hacerles daño, pero no creo que ustedes piensen lo mismo.

—¿Tú crees que no lo haremos después de todo lo que nos sucedió? —gritó Jordan, llamando su atención—. ¿Crees que confiaremos en ustedes por el simple hecho de aparecen en nuestra casa y matar a los que nos amenazaron?

—Les salvamos la vida —dijo en su defensa Florence, mientras se acomodaba en su asiento. Lentamente noté que no estabamos solos ni mucho menos, habían varios muebles alrededor y uno que otro chico oculto entre las sombras. Fruncí el ceño y aparté la vista, centrándome en la conversación.

—No creo que esto sea salvarnos la vida —le respondió Vann, cortando el intento de la chica a parecer una buena persona. No podíamos confiar en esa mujer, en nadie de este lugar. Si esos hombres aparecieron en nuestra casa no fue por obra del destino—. Parece más una condena.

Florence cruzó sus brazos mientras se acercaba un poco al escritorio delante de ella, levantando una ceja. — ¿Y a que los estamos condenando?

—A vivir una vida que ya no nos pertenece...

Hubo un largo silencio donde nadie pensó en hablar. Lo que dijo Vann era verdad, si nos quedamos con estos hombres de seguro nos obligarán a hacer cosas que no queremos, y no creo que sea sencillo escaparse de ellos.

La rubia se pasó la mano por el cabello, algo rendida y cansada. —Está bien, si quieren que los soltemos —hizo señas a sus compañeros y en cuestión de segundos se acercaron y con una navaja fueron cortando las sogas. Apenas pude moverlas sentí un peso menos en mi cuerpo, como si finalmente pudiera ser libre de algo que toda mi vida me tuviera prisionero. Suspiré y miré a mis hermanos, notando que experimentaban el mismo sentimiento que yo—. Ahora, ¿confían en nosotros?

—Confiar no es la palabra que yo usaría —dije, atrayendo las miradas de los presentes—. Un león no confía en un humano porque le quita las amarras...

—Pero lo hace pensar si realmente es tan malo como cree —completó Florence, enderezandose con una sonrisa torcida en su labio—. Así que, ¿qué dicen?

Nos miramos unos segundos antes de que alguno decidiera hablar. —¿Quiénes son y por qué mataron a nuestros padres? —soltó Zara, levantando la vista completamente rota. Aparté la mirada de ella, al igual que Jordan y Vann, para luego mirar al frente, esperando una respuesta.

La chica suspiró levantándose del asiento para luego rodear su escritorio y sentarse en el borde de este, apoyando sus manos a cada lado de su cuerpo.—Antes de explicarles que sucedió —dijo, sonriendo—, debo explicarles quiénes son realmente y por qué están aquí.

El LegadoWhere stories live. Discover now