Jordan

88 7 1
                                    

Fuimos escoltados por varios chicos vestidos de negro por unos amplios pasillos de concreto blanco. Completamente blanco. No estaba seguro de dónde estábamos ni cómo exactamente fuimos traídos hasta aquí, pero sí que no tenía que fiarme de ellos.

Ibamos en una perfecta fila, mirando todo a nuestro alrededor, aunque realmente no había mucho que ver. Como dije antes, eran simplemente pasillos de concreto blanco. —¿Dónde estamos, exactamente? —preguntó Vannessa, rompiendo el monótono sonido de nuestros zapatos golpeando las baldosas—. Porque no parece una guardería de niños.

Florence no se molestó en detener su paso, siquiera se detuvo a mirar a Vann, pero se notó una pequeña risa en su voz, lo cual me molestó un tanto menos que a mi hermana. —¿Estás diciendo que son niños?

—No, pero nos tratan como unos —dijo instantáneamente Vann, como si sabía que ella iba a responder eso. Cruzó sus brazos, igual de desinteresada que la rubia, simplemente que en su voz se notaba la molestia y el disgusto que esa chica provocaba en ella.

Ahora fue nuestro turno de tratar evitar reír. Vannessa siempre había sido así, contestadora y testaruda al hablar. Buscaba llevar la contraria a todos para demostrar que las cosas no son siempre como decimos, y sí, es molesto muchas veces, pero en momentos como en este... eran algo más que agradables.

Florence decidió no continuar con la conversación al notar que Vann iba a seguir respondiendo a cada palabra que dijera, por lo que volvió a reinar el silencio. Por lo visto, nadie iba a contestar la pregunta de mi hermana, y parecía que iba a quedar en el olvido, por lo que decidí volver a preguntar. —¿Nos dirán dónde estamos o tendrá que ser todo un misterio?

—Están actualmente en la base central del campamento, también conocido como Centro de Reunión —dijo el chico de antes. Seraphine, si no me equivoco. Y, al igual que todos aquí, no nos miraba siquiera para responder.

Fruncí el ceño. —¿...Y eso es todo? —bufó Vannessa, cruzándose de brazos.

—¿Qué más quieres que diga? No te tenemos que contar la historia completa del lugar —le contestó fríamente el chico. "Oh no... esto no acabará bien." Creo que el peor error que alguien puede hacer es contradecir a Vann.

"Esto va a ser divertido..." Escuché en mi cabeza, pero no era mi voz. Estaba seguro que era la de Kenneth, pero cuando me giré a mirarlo, estaba concentrado en cualquier otra cosa que en mí o en los chicos. Fruncí el ceño, confundido. Tal vez sea que estoy imaginando su voz. Es normal.

—Ah, perdón, señor "yo no hablo con chicas de otro elemento" —se burló, recordando lo que minutos atrás había sucedido. No quería girarme hacia él, pero pude notar de reojo que los músculos de su cuerpo se tensaron. Vann prosiguió—, pero si no recuerdas, nos están obligando a quedarnos aquí en contra de nuestra voluntad.

—Nadie te está obligando, puedes irte cuando gustes —se limitó a decir calmadamente, pero aún así se notaba lo tenso que estaba. Todos lo veiamos, pero Vannessa decidió ignorarlo y seguir.

—¿Estás de joda? —dijo, subiendo algo de tono—. ¿Tú crees que no noté que nos pusieron un rastreador en la nuca? ¿Qué tan tonta crees que soy?

"Espera... ¿Qué?" —Que tenemos... ¡¿Qué?! —gritó Kenneth, tocandose la nuca y, al igual que él, también lo hicimos Zara y yo. Y efectivamente ahí estaba, una sutura recién hecha lo suficientemente pequeña para pasar desapercibido a la vista, pero no al tacto. Aún el hilo estaba ligeramente levantado por las esquinas y era algo rasposo. Maldije por lo bajo.

—Lo vi cuando te giraste a ver a Jordan, cuando estábamos sentados en esa oficina, y comprobé si todos los teníamos. —soltó el aire que contenía, dejando caer sus brazos a los costados de su cuerpo—. Y así fue. No estaba segura de qué era, pero cuando Florence confirmó con sus gestos que nos iban a encontrar sea como sea si alguna vez decidíamos irnos, era obvio que algo nos habían metido para localizarnos. Solo fue cosa de unir los puntos.

Desvié la vista hacia la blanca pared, la cual terminaba en un elevador plateado, el cual estaba acompañado de una verde planta. Tal vez no era tan verde como se veía, pero comparado con lo demás, era el verde más vibrante y colorido que haya visto en mi vida. Esperamos unos segundos después de que Seraphine apretara el botón para llevarnos al primer piso, donde el silencio volvió a reinar.

El ascensor se abrió frente a nosotros, dejando ver a unos chicos no muchos años menores que yo (un año mayor que Vannessa, podría decir. Incluso creo que de la edad de Kenneth) con ropas en tonos verdes y cafés. Y aún cuando le hicieron sonrisitas a mis hermanas, eso no fue lo que más me llamó la atención, si no que estaban esposados de brazos y pies mientras eran empujados por, ¿adivinen quién? Más gente vestida de negro. Fruncí el ceño mientras ingresamos al ascensor, el cual para mi sorpresa indicaba que estábamos tres pisos bajo la superficie. ¿Por qué estábamos bajo suelo? ¿Y por qué habían más pisos bajo tierra que sobre esta?

Las puertas se cerraron y con suerte alcanzamos a entrar todos sin que estas nos aplastaran o que el cable del ascensor se tensara y rompiera por nuestro peso. Pero para que eso fuera capaz, todos los hombres de negro se quedaron afuera, salvo por Seraphine. —¿Quiénes eran ellos? —preguntó Zara, murmurando. Por poco lo pasabamos de alto si el ascensor no hubiera estado en completo silencio—. ¿Y por qué estaban esposados?

—Debieron de ser rebeldes —le quitó la importancia Florence, haciendo un gesto con la mano—. De seguro quisieron escapar o atacaron a alguien. Hay muchos de ellos por aquí, así que será mejor que tengan cuidado.

—¿Qué harán con ellos? —preguntó Kenneth, aún mirando por donde se los habían llevado.

—Nada especial —dijo al mismo tiempo que las puertas del elevador se abrían de par en par, dejando ver uno que otro chico de algun color distintivo a su elemento y muchos hombres de negro—. Simplemente los harán recordar por qué están aquí y cuales son las reglas de este lugar. Pero no tienen que tener miedo, a ustedes no les pasará nada.

Florence salió del elevador junto a Seraphine, dejandonos a nosotros cuatro en el interior, intercambiando miradas de miedo y curiosidad. Era obvio que no nos harían nada, puesto que nos necesitaban. Pero, ¿Qué estarán dispuestos a hacer para que estemos con ellos? ¿Qué pasará cuando se aburran de nosotros? ¿Qué sucedería si nos escapamos? Dudo que nos dejen volver como si nada. ¿...Y si no somos quienes realmente creen que somos?

Mil dudas rondaban en mi cabeza, pero de una sola cosa estaba seguro: no tenemos que confiar en nadie.

El LegadoDär berättelser lever. Upptäck nu