Parte 1

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Las primeras gotas de lluvia helada le besaron la frente sudorosa, se apartó del sendero y caminó entre los altos árboles que le cubrían del cielo grisáceo. De todas formas sabía que su caballo, Harad, necesitaría tiempo para descansar de su larga travesía y, admitiéndose a regañadientes, su propio cuerpo también le exigía, puesto que hacía dos días que se negaba desistir perseguir a su presa. A pesar de ser un guerrero de gran estatura encontraba disgusto en recordar que simplemente era un humano de carne y hueso, y que necesitaba cosas tales como techo y comida, porque eran distracciones de la única meta que importaba. Al aproximarse el atardecer Bjorn levantó sus ojos al cielo y vio de entre las hojas del Bosque de Throld un manto anaranjado cubrir las nubes, sin embargo seguía llorando a cántaros... y en la lejanía un hilo de humo que partía el cielo en dos.

Llegó a la ciudad con el anochecer todavía lejano. No era una ciudad demasiado grande, según observó Bjorn, poseía una sola calle principal apedreada, donde se agrupaban los mercaderes y luego las calles se esparcían en todas direcciones por caminos de tierra húmeda. También notó que las murallas no tenían más de tres metros de altura, hechas por madera de árboles de la región.

Bjorn desmontó de su caballo y lo guiaba por las riendas en la calle principal del pueblo, y por decir calle Bjorn quería decir que era el único lugar centralizado que la gente llana poseía. Mientras caminaba notó que los locales lo miraban con gran asombro y hasta algunos con miedo, puesto que llevaba a un caballo de Karadahr, joven y de rasgos fieros, que lo acompañaba desde el comienzo de su cacería; los caballos criados en Karadahr son caballos más grandes que cualquier otro y de un gran corazón; aunque se había acostumbrado a ser el centro de atención a lo largo de su vida, por lo que ocupo su mente de cosas de mayor importancia.

"Refugio. Una hacha bien afilada"

Cerca de la mitad del recorrido le pareció distinguir un establo, aunque era difícil deducirlo porque ningún animal se hallaba allí. Puesto que aunque estuviera dentro de una ciudad apenas calificaba como una, parecía que nadie se quedaba a vivir aquí por mucho tiempo, y la gente local tenía un aire sombrío y reservado.

-¿Cuánto por la noche?- Bjorn le dijo en una voz monótona al encargado, quien se sobresaltó momentáneamente al tener la realización de que por fin haría un trabajo en este pueblo olvidado, y más ante un caballo de gran porte.

-S...serían u...unas dos monedas de dragón por ese caballo que llevas allí; o diez monedas de bronce-

Bajo la piel de oso, que llevaba colgada a su espalda, sacó una bolsa de cuero negro. Al meter la mano se oyeron cientos de tintineos, como si una batalla ocurría allí adentro.

Colocó en las manos avejentadas del encargado diez monedas de bronce, con el caballo de Karadahr esculpido en el metal, el sello real de la Casa de Elnadur. E inmediatamente volvió a meter sus manos en la bolsa, de la que salieron dos monedas de oro, con el dragón rampante de la Casa de Aenor. Al caer las monedas en sus manos sus ojos veían en descreimiento. Volvió a meter la bolsa dentro de sus pieles y dio media vuelta sin mayor importancia; el oro no le era problema.

El viejo las sostuvo con manos temblorosas.

-¿Por qué soy merecedor de tanta generosidad?- preguntó intentado resolver el acertijo.

Sin detenerse Bjorn le dijo, con cierta advertencia.

-Por tu silencio-

"Aunque sólo lo compre por un tiempo"

Entró sin decir una palabra a la posada local, Bjorn nunca había pisado un solo pie en este pueblo, pero a lo largo de sus andanzas reconocía que todas las posadas tenían ciertas similitudes, como ventanas muy anchas, si estaban sucias o limpias era elección del dueño, o demasiadas luces encendidas o demasiado pocas.

Sus botas mojadas dejaban una impronta de barro mientras caminaba por la madera vieja y gris, con las pocas miradas cansadas del lugar observándole de soslayo, hasta sentarse en su lugar preferido de las posadas, al lado de la ventana. Colgó su piel de oso en la silla de al lado y estiró sus pies subiéndolos a la mesa, donde los dejó reposar. Luego, mientras la encargada de la posada se le acercaba con cara tensa, tomó su hacha de mano y una piedra de amolar. El acero era viejo y algo gastado, cosa que cambiaría una vez que empezara a afilarlo puesto que estaba hecho de metales de calidad, la madera seguía fuerte, el herrero no mentía cuando dijo que hacía buenas armas. Esculpida en la madera estaba adornada con un homenaje a los jinetes de Karadahr, que galopaban rampantes a lomos de sus sementales; y cuyo diseño seguía en el acero, donde también se les agregó letras simbolizando la buena suerte, y frases a los dioses, provenientes de la antigua Karadarh, cuando las tribus de los jinetes recelaban sus tierras.

La encargada se posó a su lado.

-¿Su orden?-

-Cerveza. Y carne- dijo, y le dio 5 monedas de bronce. Luego, cuando se fue, empezó a pasar la piedra por el acero. Cada vez que pasaba la piedra parecía que cortaba el mismísimo aire; y aunque los pueblerinos le habían quitado sus ojos de encima sabía perfectamente que seguían pensando en él.

Sin embargo poca importancia le otorgaba quien pudiera estar observándolo o no; inexorablemente; aún en descanso el nombre de su presa surgía desde su mente.

"Reghel", lo pensó tan claro que casi podía susurrarlo. Él era el asesino de su padre y su hacha estaba reservada para su venganza, con el deseo que le quemaba el pecho tan intensamente como al instante de su muerte.

Los guardias del pueblo, apenas unos jóvenes con caras blandas que revelaban que todavía no han matado a nadie, irrumpieron inadvertidamente y todos en la posada se sobresaltaron, la encargada que había quedado a medio camino de distancia derramo media tarro de cerveza en su atuendo... menos Bjorn; que no pudo hacer otra cosa más que esbozar una sonrisa.

-Tan sólo les pido que me dejen llevarme la cerveza; me encuentro sediento-

Saga de BjornWhere stories live. Discover now