C A P Í T U L O U N O

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Era una mañana más, nuestra pequeña Ivy despertaba con sus huesos temblando y hecha una pequeña bolita tratando de no sentir tanto frío. Se levantó y su cuerpo dolía por completo, claro que era lo que traía el hecho de dormir en la calle.

Su ropa estaba andrajosa, rota y húmeda, por el rocío que había caído en la noche. Ingresó a la pequeña cafetería en frente del callejón donde dormía, rogando que no la descubriesen para poder calentarse un poco y luego salir a conseguir dinero para comer algo. Si mal no lo recordaba, no había comido algo desde hacía dos tardes, cuando se encontró un billete de diez dólares en el suelo.

El lugar estaba algo vacío pero nadie le prestó atención mientras entraba, o eso pensó. En la otra esquina, un gran hombre la observaba. Se encontraba allí porque ese pequeño lugar un tanto desconocido, le hacía desconectarse del gran mundo en el que trabajaba. Por lo general se pasaba solo una vez a la semana y por la tarde, así que nunca había visto a esa niña con aspecto sucio que cruzó la puerta.

La observó en silencio, preguntándose porqué se encontraba así. El verla tan sola, le produjo cierta sensación de protección, cosa que lo desconcertó. ¿De dónde venía aquello?, Al ser tan solitario, nunca se había preocupado por otra persona más que en él mismo. Vió que se acercaba a la chimenea, como intentaba pasar desapercibida y que al momento en el que el calor la alcanzó, su pequeño cuerpo se estremecía.

Se preguntó la razón de su aspecto y dedujo que su situación económica debía de ser precoz. La chica, sin ser consciente de que la observaban, tomó rumbo a los baños, donde intentó asearse un poco con el agua de allí.

Salió con la barbilla baja, mirando al suelo, intentando no llamar la atención y no se dió cuenta del gran cuerpo que se interponía entre ella y la puerta de salida. Chocó con él y la fuerza la desequilibró, causando que cayera de espaldas y un agudo dolor se expandiera por su columna.

Levantó la mirada y por entre sus pestañas vió a un tipo con aspecto duro pero hermoso, causando nerviosismo y vergüenza en la adolescente.

-L-lo sient-to señ-or- Ivy se disculpó mientras se levantaba.
-No te preocupes, yo tampoco te ví- Leandro extendió su mano para ayudarle a levantarse y cuando ésta la tomó, él notó lo delgada y pequeña que era, se veía tan frágil. Sentía una opresión en el pecho al imaginarse lo mal que debía de haberlo pasado a tan corta edad y eso le trajo recuerdos de su pasado.

-¿Estás bien, pequeña?- preguntó con real preocupación. La susodicha se sonrojó al oír como le decía y sin despegar los ojos del suelo, le respondió:
-S-sí, es-stoy bien- intentó liberar su diminuta mano, sin éxito, ya que el gran hombre no quería hacerlo.

-¿Quieres comer algo?- dijo Leandro e Ivy negó, pero para aumentar su vergüenza, su estómago lanzó un gran ruido  y la dueña sintió sus mejillas arder.

El empresario largó una pequeña risa, que trajo la atención de Ivy, la cual alzó su cabeza y admiró al hombre. Lo que más le llamó la atención fue el par de ojos grises que se habían ablandado al verla. Se quedó boquiabierta, sin creerse que alguien como él, se encontrara en un lugar de ese tipo.

La mano de Leandro seguía unida a la de Ivy, por lo que la jaló hacia la mesa en la que estaba sentado desde un principio y apartó la silla para ella.

-Gracias- dijo por fin, sin tartamudear. Había respirado con profundidad para calmar sus nervios y cuando lo consiguió, continuó.

-No hace falta, ya me iba a...- Leandro la interrumpió.

-No irás a ninguna parte, pequeña. Comerás algo, yo invito.- Sin darle tiempo para réplicas, llamó a la camarera y pidió un par de muffins, y una leche con chocolate caliente. La camarera se retiró y un gran silencio llenó el ambiente. Él la observó, recorrió todo su rostro y grabó sus rasgos. Una pequeña nariz de botón, un ojo era verde oscuro, el otro de un verde más brillante y unos labios carnosos pero pálidos. Su cabello marrón se veía sucio, igual que su ropa, pero a pesar de esto, tenía una belleza cautivadora.

La chica que los atendió regresó con su pedido e Ivy reconoció que tenía hambre, tanta, que no le importó tener modales y se zampó todo prácticamente de un solo golpe. Su cuerpo se sentía cálido, pues entre la calefacción y el chocolate caliente, la habían hecho entrar en calor.

-¿Dónde vives, pequeña?- preguntó cuando ésta terminó de comer. La chica bajó su cabeza y luego intentó responder:

-Y-yo n-no...- se quedó callada nuevamente, no sabía cómo responder sin que la vergüenza se la tragase viva.

-¿Tú no, qué?- continuó al ver que enmudecía, pero Ivy no respondió a su pregunta, sino que la ignoró y dijo:

-Yo ya debo irme, señor. Muchas gracias por el desayuno.- se levantó de la silla y comenzó a caminar en dirección a la salida, tan rápido que al minuto siguiente ya había cruzado la puerta. Pero Leandro no iba a dejarlo allí, arrojó un par de billetes sobre la mesa, dejando más de lo que debería pagar y salió detrás de ella, para descubrir hacia donde se dirigía. La vió cruzar al callejón, tomar una mochila un tanto rota y caminar por la vereda de enfrente.

Con los hombros encorvados, Ivy comenzó a tiritar por el frío que ya calaba sus huesos, por lo que Leandro corrió y la alcanzó, poniéndole una chaqueta en los hombros y diciéndole:
-No me dijiste tu nombre, pequeña. Yo soy Leandro, ¿Cómo te llamas?- al principio, Ivy se asustó, ya que la había tomado por sorpresa, pero se dió la vuelta y fijó sus ojos en el señor de la cafetería, que ahora tenía un nombre para sus pensamientos.

-M-me llam-mo Ivy, s-señor.- dijo con nerviosismo. «Ivy» saboreó su nombre y tomó su mano nuevamente.

-¿A dónde te diriges, pequeña Ivy?- la nombrada solo se encogió de hombros, iba a dónde sus pies la llevaran, a ver si tenía suerte y conseguía algo de dinero por ahí.

-¿No sabes a dónde irás?- consultó un desconcertado Leandro, hasta que recordó que probablemente no tenía hogar. -Entonces... Si mis suposiciones son correctas, pequeña, tu estás durmiendo en el callejón frente a la cafetería, ¿Verdad?- se arriesgó a preguntar.

La chica se sonrojó hasta el tono más intenso de rojo posible, con vergüenza de admitir que así era, por lo que solo asintió mientras veía el suelo resquebrajado como si fuese lo más interesante del mundo. Leandro la tomó por su barbilla y le hizo mirarle de frente. Sin saber de dónde, unas cuantas palabras salieron de su boca.

-Puedes quedarte conmigo, en mi casa. El tiempo que tú quieras. Yo sé que no me conoces, pero no puedo dejarte sola y a tu suerte...-

Ivy se quedó boquiabierta, ¿Quién, en su sano juicio, invitaba a alguien que vivía en la calle para que habitara su hogar? No supo que decir, solo pudo preguntarse cuántas veces había hecho esto antes y porqué lo hacía.

-¿Vendrás?- interrogó esperanzado, aunque sin entender porqué se comportaba así. La pequeña solo pudo asentir de forma insegura y segundos más tarde, era arrastrada al lujoso Mercedes que se encontraba aparcado.

«No tengo nada más que perder» pensó antes de subirse.

Volver a nacer (EN PAUSA)Where stories live. Discover now