Capítulo 33 🎤

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Eran cerca de las seis de la mañana cuando la claridad que se filtraba por la ventana despertó a Lautaro, no recordaba siquiera en qué momento se había quedado dormido, pero estaba seguro de que no hacía demasiado

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Eran cerca de las seis de la mañana cuando la claridad que se filtraba por la ventana despertó a Lautaro, no recordaba siquiera en qué momento se había quedado dormido, pero estaba seguro de que no hacía demasiado.

El cuerpo tibio de Gaby reposaba en sus brazos, laxo y desnudo. Su cabello rojo se arremolinaba desordenado sobre la cama, su torso y sus pies habían quedado descubiertos, mientras que de la cintura hasta las rodillas la cubría una sábana negra. Lautaro la observó y dedicó los siguientes minutos a adorarla. Esa mujer se le había colado hasta el último resquicio del alma y no sabía cómo haría para poder separarse de ella.

Todo el deseo por tantos días contenidos explotó en fuegos artificiales en la noche anterior. Hicieron el amor dos veces, la primera de las cuales pareció un acto puramente instintivo y casi animal tras el cual Lautaro se sintió compungido. Él era un amante considerado que se tomaba su tiempo para preparar el terreno y hacer sentir a su pareja deseada y complacida. Sin embargo, no había tenido oportunidad de aquello, apenas pudo contenerse y, aunque todo fue intenso, acabó rapidísimo.

A pesar de que el fin de semana anterior habían compartido intimidad, esa era la primera vez que él se adentraba en ella, y temía que ella se sintiera mal por aquella efusividad. Pero la verdad era que todo ese acto desesperado fue una reacción a su pedido, era ella quien prácticamente le había rogado que la penetrara sin juegos previos.

Gaby le aseguró que ella se había sentido igual y él logró calmarse un poco mientras en la oscuridad de la noche y bajo las sábanas oscuras, sus cuerpos desnudos se abrazaban a la par que ellos conversaban de la vida y desnudaban también sus almas un poco más.

Luego, hubo lugar a una segunda vez en la que las cosas fueron de manera más suaves y dulces, él se dedicó a recorrerla entera y prodigarle placer en cada centímetro de su piel, y ella no se quedó atrás.

Lautaro recorrió con su mente aquellas escenas y sintió que el calor volvía a quemarle las venas. ¿Qué era eso que aquella mujer lograba en él con su sola presencia? Le agradaba Gabriela, le gustaba su libertad sexual, la forma en la que era consciente de su sensualidad y utilizaba aquello para encantarlo. Le gustaba que parecía animada a experimentar lo que fuera. Y eso era sin contar lo mucho que le impresionaban su personalidad y su ternura incluso cuando estaba vestida y con otras personas, como por ejemplo Pili.

De pronto se recordó que ella dormía, por suerte aquella noche no había venido a su cama como solía hacerlo y esperaba que no despertara hasta las ocho o las nueve.

Volvió su mirada a los cabellos rojizos que descansaban sobre su almohada, los peino entre sus dedos mientras admiraba esas pecas que lo enloquecían y trataba de recordar el sitio y la forma exacta de cada una. Observó el rostro sereno de aquella muchacha y lo comparó con la noche anterior, sonrió ante la imagen de Gabriela colmada de placer. Delineó los labios con la vista y deseó volver a saborear sus besos, bajó los ojos por el cuello y llegó a los pechos. Le encantaban esos pechos que parecían haber sido diseñados para sus manos.

Un salto al vacíoWhere stories live. Discover now