Capítulo 34. Certezas

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34: Certezas

34: Certezas

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Kayla

Su nombre dio vueltas por mi cabeza. Era una palabra poderosa, intensa. Más que los movimientos desenfrenados y desperados de nuestros cuerpos.

No parábamos de besarnos, de acariciarnos. Él no volvió a decirme "conejita" ni una sola vez mientras sus dedos rozaban mi espalda, tironeando del body para quitármelo, y me enviaban deliciosos escalofríos por la columna. Me llamó "Kayla" y lo hizo con verdadera devoción.

Me aferré a su cintura y lloriqueé cuando se separó de mi para deshacerse de mi ropa. Me dejó completamente desnuda, excepto las medias, que se me bajaron hasta las rodillas en un segundo y le clavé las uñas en cuanto lo recuperé.

Gemí, incontrolable, a medida que recuperábamos el ritmo. Elevé mis caderas y me froté contra su pelvis, buscando el lugar justo donde mi clítoris recibía el calor de su piel.

Empezamos a jadear y de nuevo nuestras mentes cayeron en picada, ansiosas y depravadas. Nos dimos duro contra el fondo de un abismo que ardía y aprisionaba. Perdimos la consciencia a un nivel profundo, perdimos la individualidad. No éramos dos seres separados, éramos uno solo.

Eso me asustó, pero no entendí de qué tenía miedo hasta que grité con mi segundo orgasmo de la noche. Hodeskalle también gritó y ahogó sus ronquidos toscos de placer en mi cuello. Acabó dentro de mí y mientras recuperaba lentamente la claridad de mis pensamientos, primero creí que era eso lo que me daba miedo.

Sin embargo, sabía muy bien que mi ovulación había terminado. No había riesgos para mí. Segundos después, me di cuenta de que eso no era lo que me asustaba, porque de alguna manera demente y sin sentido, pensé que, si quedaba embarazada, un hijo suyo no sería nada horrible. Solo si fuera suyo.

Skalle besó mi garganta a medida que terminaba, recuperándose también. Salió de mi interior y se hizo a un lado. Se recostó junto a mí y por varios segundos, los dos observamos el techo de mi habitación en silencio, con poco aire en los pulmones y en la cabeza.

No, definitivamente que no era nada de eso, lo de tener hijos, lo que me dio miedo. Lo que me asustó, en medio de toda la turbación por el inmenso placer, fue la certeza de que ambos estábamos conectados a un nivel que jamás podría haber imaginado. Que era más de lo que podía entender.

No dijimos nada y me dio la sensación de que ninguno se atrevía a abrir la boca. Me dio la sensación de que él estaba pensando lo mismo que yo. Cerré los ojos y la imagen de una pequeña marca rojo oscuro, con la forma de una hojita, deambuló por mi mente.

Tragué saliva.

—Ska... Aleksi —susurré, girándome hacia él. No lo miré a la cara. No tuve el valor para hacerlo y clavé los ojos en los músculos de su brazo, a la altura de mi rostro.

Hodeskalle [Libro 1 y 2]Where stories live. Discover now