Libro 2: Capítulo 31. Caos

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83: Caos 

83: Caos 

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Kayla

Mi madre se acercó a mi después de besar a mi padre y suplicarle que volviera con vida. La mayoría ya se estaba acomodando en los autos en los que nos dividiríamos, pero no me moví hasta que ella me aferró las manos.

—Estoy segura de que puedes cuidarte sola —me dijo—. Pero por favor, vigila que tu hermano no haga ninguna estupidez.

Fruncí el ceño.

—Mamá, Elliot no es ningún estúpido —le dije. Por suerte, mi hermano no estaba ahí. Él viajaría con Hunter, Alice, Sam y Bryony en el helicóptero. Saldrían un poco después que nosotros—. Sabe perfectamente pelear y defenderse.

Ella hizo una mueca. Había incredulidad en ese gesto. No confiaba para nada en Elliot y eso me entristeció. Durante mucho tiempo, yo fui la niña responsable y perfecta y él el desastroso rebelde. Pensé que eso ya había desaparecido del imaginativo de mi familia, que ahora yo era la contestona, la que desobedecía, pero aparentemente, no era así. Al menos no para mi madre.

—Elliot no es el inútil que tu crees, mamá —insistí. Ella solo bajó la cabeza.

—Lo sé, lo sé. Es que... él... no mide las consecuencias de sus actos y tampoco es muy listo... Si se quedara... Podría servir mejor cuidándonos que en una batalla donde puede cometer errores...

—Mamá, ya basta —dije, ofuscándome—. Él es perfectamente capaz de manejarse como corresponde. ¡Y procura que él no te escuche decir estas cosas! —Le solté las manos y me metí en el auto—. Adiós.

Ella no me dijo nada más y yo de verdad le pedí a los cielos que no se le ocurriera decirle nada de eso a Elliot mismo. Mi hermano tenía muy clara la forma en la que la familia lo veía, tanto como yo misma. No sería agradable para él encima tener que oír de la boca de su propia madre que no lo consideraba listo o capaz.

Me quedé callada junto a Aleksi mientras los tres autos que nos llevaban al punto de encuentro a media distancia de Calix, salían del estacionamiento. No dije ni una sola palabra hasta que él mismo me tocó el brazo.

—Sé que Elliot se labró un poco su fama. ¿Pero no lo ven que lo hace apropósito? —mascullé, entonces. Oliver, que estaba sentado en el asiento del acompañante, carraspeó. Nuestro conductor, uno de los últimos miembros de nuestra guardia de seguridad, permaneció mudo.

—Creo que hay muchas cosas que no ven —respondió Alek, con tranquilidad.

—Es que no puedo creer que de todas las cosas que podía decirme ahora, viene a decirme que mi hermano es un inútil. Jamás lo ha visto pelear, ni defenderse. ¡Ni nada! —exclamé—. A veces, realmente no entiendo a mis padres.

Me crucé de brazos. Nadie me contradijo, tampoco aportaron nada más, pero a mi me siguió carcomiendo esa situación hasta que dejamos la ciudad y entramos en la autopista. Ahí, los nervios por lo que se venía fue lo que primó sobre todos mis sentidos y preocupaciones.

Hodeskalle [Libro 1 y 2]Where stories live. Discover now