Bad Boys, Soft Boys, y otros descorazonados ~ 1 y 2

Capítulo 2: Porque nada bueno pasa en el primer capítulo

Dicen que el primer párrafo es la parte más importante de una historia, ya que es la primera impresión que un lector tiene para decidir si vale la pena seguir leyendo y, por lo tanto, es la primera oportunidad para que todo se vaya directo a la mierda. Así que salgamos de esto y evitemos la molestia de tener buenas expectativas para esta historia haciendo que el primer párrafo sea una basura.

De hecho, la primera parte de toda historia suele ser la peor. Por lo tanto, como habrás notado, nos hemos de saltar el capítulo uno y vamos directamente al capítulo dos. Nada bueno sucede en el primer capítulo de todos modos.

Todos los primeros capítulos de las historias adolescentes, o adulto joven, o como sea que lo llaman ahora, comienzan de la misma manera: el protagonista se despierta, se prepara frente a un espejo, lo que les brinda la oportunidad perfecta para hacer un monólogo sobre lo hermosamente feos que son, con su imperfecta piel perfecta, orbes oculares que servirían mejor como luces de emergencia durante una noche lluviosa con colores imposibles, como esmeralda, aguamarina y lo que sea que se suponga que es el azul hielo. El hielo no es azul.

Los padres llaman al protagonista a desayunar, donde describen que se acaban de mudar o están a punto de comenzar un nuevo año escolar, generalmente con el mejor amigo/interés amoroso potencial apareciendo al final del capítulo, y llegan a la escuela justo a tiempo para ponerse al día con el resto de sus amigos/personajes de reparto, con la campana sonando justo a tiempo para que terminen la diarrea informativa que convenientemente explica todo lo que debes saber sobre ellos. Si tienen suerte, se topan con un "personaje completamente promedio", con un pasado misterioso que cambiara la vida del protagonista con el poder del amor, o alguna mierda igualmente estúpida. ¿Por qué eligen el primer día de escuela para informar lo que hicieron durante las vacaciones? ¿Acaso no tiene redes sociales, o celulares, o siquiera un teléfono fijo?

Créeme, soy un experto, porque esa ha sido mi vida durante los últimos doce años: un asalto sin fin de clichés de primer capítulo, día tras día, ad infinitum.

Mi nombre es Ayden Gómez, y soy un bad boy. Contra mi voluntad, claro está.

Desde que me desperté una noche calurosa cuando tenía solo nueve años y descubrí que, de repente, no solo tenía un six pack donde se suponía que debería estar mi abdomen, sino que de repente había crecido hasta la tierna altura de un metro ochenta y ocho centímetros, supe que estaba destinado a ser un bad boy. No podía pasar un día sin atraer miradas de niños y niñas por igual, y de repente tuve que cambiar de escuela cada los años debido a que cada vez que iba a la escuela, me encontraba en el medio de una trama completamente fuera de mi control. Lo he visto todo. Asesinatos misteriosos causados por mafiosos escolares, incendios, mi papá fue transferido a una nueva ciudad que me obligó a un nuevo entorno, una profecía de una vieja loca en la calle oliendo pintura de grafiti diciéndome que "él vendrá a recogerme y llevarme a su reino, y sobre ti recaerá el destino de la humanidad". Cada año, en cada oportunidad posible, el destino me lanza un cliché de mierda.

Porque no soy cualquier bad boy. No, ojalá fuera así de fácil. Nací para ser el más peligroso de los bad boys: El "bad boy" estudiante nuevo. Aquel que siempre anda cambiando escuelas, enamora a alguna lela rica e inexplicablemente virgen, y tiene una reputación que se mueve más rápido que COVID en concierto de Chayanne.

Pero mírame no más, haciendo monólogos. Creo que esa es la peor parte de ser un chico malo: los monólogos. Siento esta... picazón, esta compulsión, de detenerme y monologar internamente, describiendo todo lo que me rodea. Es la maldición del bad boy: siempre callado, misterioso, y taciturno. Pero eso termina hoy.

Este es el primer día de mi último año de secundaria, lo que significa que tengo que soportar esta mierda solo un año más. Suena fácil, ¿verdad?