XI

436 61 124
                                    

Jonathan acaba de ganarse un premio al amigo del año. En cuanto han vuelto y han confirmado que el profesor de matemáticas detenido tiene en su casa restos de sangre y un bote con recuerdos de otras víctimas, no ha dudado en llevar a los jefes hasta su mesa.

Ahí se los ha encontrado él cuando ha vuelto de llevar a una celda al asesino, revisando su carpeta con teorías y con fotos de todos sus sospechosos habituales. Por un momento, se le revuelve el estómago ante la posibilidad, pero Jonathan lo mira con esa sonrisa tan suya, que le pone de los nervios.

—¿Ocurre algo? —Se apoya en el escritorio, tratando de reprimir los nervios.

—Ballester nos ha estado enseñando lo que estuviste trabajando estos días. Parece que ibas tras una buena pista.

Comparten una mirada. La de su amigo parece querer decir: "ni se te ocurra decir que casi te echo para atrás, que gracias a mí saben que eres un genio". La suya muestra mil emociones, sin saber por cuál decantarse.

—Sí, señor, estuve revisando datos, pero tampoco ha sido...

—No se quite importancia, si hubiéramos sabido esto podríamos haber hecho algunas preguntas en el colegio. —Toquetea sin parar su carpeta, poniéndolo de los nervios—. Me alegro de que al final haya tenido su oportunidad con este caso, Hernández.

Traga saliva y se esfuerza por sonreír.

—Muchas gracias, señor. Hago lo que puedo.

El inspector lo mira, con los ojos brillantes. Acaba por señalarlo, como si hubiera tenido una buena idea.

—Usted sería un muy buen inspector.

—Algún día me gustaría serlo. —Se sonroja. No esperaba que la conversación fuera por ahí.

—Espero que sea pronto. Me encantaría trabajar contigo, así que ya sabes. Yo puedo hablar con gente de los que examinan para que sean majos, en un par de meses...

—¿En serio? —Su corazón se acelera, por una vez con ilusión.

—En serio, Hernández, ya verás como muy pronto estaremos trabajando juntos. De momento sigue así y estudia, que si todo va bien te metemos en nada.

Le falta un poco más de azúcar en sangre para salir volando en cuanto el grupito de Homicidios desaparece, no sin antes darle todos una palmadita en la espalda.

—Oye —Jonathan se queda para el final—, que siento haberte echado para atrás, está claro que necesitamos a alguien que piense... fuera de la caja, creo que se llama.

—No te preocupes, alguien tenía que bajarme de la nube en la que me estaba montando demasiado rápido. —Se encoge de hombros.

—Ah, entonces de nada. Disfruta el momento, ¿eh?

Se lleva otra palmadita antes de perderlo de vista. Únicamente cuando se ve solo en su escritorio consigue respirar y deslizarse en su silla. Cierra los ojos, sintiendo la comodidad del respaldo en su espalda. Es perfecta.

Y conforme piensa en lo que ha vivido en las últimas horas, una sonrisa cruza su rostro, al mismo tiempo que el cansancio comienza a invadirlo. Deben ser las cuatro o las cinco de la madrugada, no ha descansado antes del turno nocturno y han sido demasiadas emociones.

Abre los ojos ante el sentimiento de que lo único que le apetece es llamar a Raoul. Quiere que sea el primero en saber lo que ha conseguido.

Saca el móvil. Sus cejas se alzan a límites insospechados cuando descubre muchísimas llamadas perdidas. Hay unas cuantas de Ricky, de Kibo y demasiadas de Nerea. Los mensajes no le ayudan mucho, pues todo el mundo parece agobiado.

En el improbable caso de una emergencia-RAGONEYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora