XXI

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Dos meses después...

Juan Antonio abre un ojo ante el hedor que le entra en las fosas nasales. Todo parece estar bien, en teoría. Su habitación tiene el nivel justo de orden para que una madre no se muera de histeria, pero la famosa silla está llena de ropa que no sabe si puede lavar, pero tampoco está tan bien para volver al armario.

Fuera de las cuatro paredes de su habitación se escuchan voces, así que sus compañeros de piso deben estar despiertos. Bufa al descubrir que son las cuatro de la mañana. Genial.

Abre la puerta con fuerza, pero ni siquiera eso llama la atención de nadie. Se escuchan risas en el salón-cocina, así que allí se dirige, con el ceño fruncido.

Efectivamente, allí están. Tiene tres compañeros de piso, con los que se suele llevar bien. Es difícil vivir en un barrio como la Fama y no acabar mal por algún motivo, pero era el único que se podía permitir. Claro, con tres compañeros adictos a la fiesta (y a alguna sustancia desconocida para él), pero es mejor que volver a casa.

—¡Juanan! —Uno de ellos lo saluda, arrastrando las vocales—. Qué guapo estás, ven aquí, vamos a cantar. ¿Cómo era esa canción? "A puro dolor".

—¿Sabéis que en unas horas entro a un turno? —Aprieta los dientes para que su tono no se convierta en una amenaza.

—¡Felicidades, tío!

—¡Tengo que dormir! No sé si podré hacerlo en las próximas veinticuatro horas, necesito descanso. —Vuelve a olisquear, pues desde que está allí se ha vuelto más fuerte—. ¿Y qué mierda es eso que huele?

—No sé, será alguna planta nueva que se ha traído el Joaquín, no le hagas mucho caso.

—Mira, me da igual, necesito descansar y dormir todo lo que pueda, así que todo el mundo fuera de aquí.

—Va, tío. —El segundo en hablar lo abraza por los hombros—. No seas aguafiestas, que estamos en viernes.

—A mí no me hace gracia trabajar sábado y domingo, pero aquí estamos. Fuera.

Se acerca a la cocina para beber un poco de agua, mientras alguno de ellos empieza a salir sin oponer mucha más resistencia. Pero ahí el olor se incrementa, lo que empieza a preocuparle. Pocas veces ha olido algo así.

Abre uno de los armarios clavados a la pared, puesto ahí para esconder la máquina del gas, que calienta en las noches de invierno y que cada vez necesitan menos, con abril abriéndose paso.

Se le eriza la piel al instante.

—¿Quién ha quitado la válvula que regula esto? —Se gira de golpe, deteniendo a todos los presentes.

—Tío —uno de los amigos de sus compañeros levanta la cabeza, mostrándola. La estaba usando para tocar la guitarra, como si de una púa se tratara—, me sobraba la pieza y me molaba para tocar un ratito. ¿Era importante?

—¿Importante? —alza mucho más la voz—. Ahora sí que tenéis que salir de aquí. El gas se está escapando. Esto podría explotar en cualquier momento.

Algunos palidecen, otros se lo toman a broma, pero todos lo siguen cuando empieza a instigarles para que salgan del pequeño adosado en el que viven todos. Su corazón va a toda velocidad antes de recuperar su móvil y salir por patas. Quizá todavía pueda llamar a los bomberos y evitar...

Nada. Explota antes de poder girarse hacia el único sitio que había podido llamar hogar hasta ahora.

—¡Bua, menuda pasada! —grita uno de sus compañeros de piso.

El resto de la fiesta chilla también, entre risas. Como si esto no supusiera que podrían haber muerto todos. Como si no significara que se van a quedar sin casa y sin fianza.

En el improbable caso de una emergencia-RAGONEYTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon