Capitulo 2, Parte 1

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CIARDIS TOMÓ NOTA CON AIRE AUSENTE de que el crujido de la puerta se podía arreglar con un poco de aceite que engrasara las bisagras rígidas de la base. Se lo diría más tarde a Mary.

La mujer de cabello blanco estaba de pie al lado de la ventana, con la vista fija en un trozo de pergamino, una carta. "Sabe leer", pensó Ciardis con envidia. Ella siempre había querido aprender, pero no podía permitirse pagar las lecciones privadas de la maestra y, como era huérfana, los habitantes del pueblo que pagaban el sueldo de la maestra por sus clases bisemanales, no podían dejarle asistir.

La mujer alzo una mano elegante y le hizo señas de que entrara.

—Me alegro mucho de que hayas venido —dijo—. Esa mezcla hará maravillas por mis trajes.

—¿Trajes? —preguntó Ciardis.

—Sí —repuso la mujer. Soltó una carcajada—. No pensarías que era para ropa de batalla o algo así, ¿verdad?

Ciardis se ruborizó y guardó silencio. Eso era exactamente lo que había pensado. Los uniformes militares a menudo eran rojos para disimular las manchas de sangre.

La mujer se adelantó un paso, con su vestido rozando el suelo de madera pulida. Se llevó un dedo a los labios y miró de arriba abajo a Ciardis con indiferencia estudiada. La chica se sintió como un insecto bajo una lente de aumento y se esforzó por no encogerse ante aquel escrutinio. Levantó en el aire la mezcla roja, con la esperanza de devolver la atención de la mujer a la razón de su visita.

La dama la tomó con habilidad.

—¿Siempre has sido lavandera? —preguntó.

—Sí —repuso Ciardis—. Desde que puedo recordar.

—¿Nada más? —preguntó la mujer.

—No —respondió la chica, con algo de resentimiento. Después de todo, había tenido suerte de conseguir aquel trabajo. Nadie quería contratar a una chica sin lazos familiares.

La mujer ladeó la cabeza con coquetería, mostrando su cuello suave y los rizos ordenados de un modo hermoso en una especie de moño.

—¿Y eso es todo lo que siempre has querido ser?

—Por supuesto que no —replicó Ciardis, cortante—. Pero no hay muchos trabajos que admitan a una chica huérfana, ¿verdad?

A la mujer le brillaron los ojos. Se echó a reír.

—Ah, veo que tienes espíritu después de todo.

Esa vez, Ciardis la miró a los ojos y dijo:

—Si me paga lo prometido, nuestro acuerdo quedará cerrado, mi señora. Y yo volveré a mi cuarto.

—¿Te gustaría hacer lo que hago yo? —preguntó la mujer.

—Teniendo en cuenta que no sé lo que hace, mi señora, me sería difícil contestar a eso.

—Querida —respondió la mujer con solemnidad—. Soy una compañera.

Ciardis palideció y casi tropezó cuando se inclinó para hacer una reverencia. Se maldijo interiormente por su torpeza.

—Mis... mis disculpas, mi señora. No lo sabía. Esperaba... Es decir, no sabía qué aspecto tenía una compañera.

Cuando alzó la vista, notó que la mujer la miraba con curiosidad.

—Sí, bueno, no siempre vamos por ahí anunciando quiénes somos —repuso—. Puedes llamarme lady Serena.

Ciardis cerró brevemente los ojos y asintió. Sus pensamientos se agitaban nerviosos dentro de su cabeza. "¿Una compañera... una compañera de verdad?".

Las compañeras eran miembros legendarios de la corte del emperador. Se contaban muchas historias sobre su belleza, su gracia y, sobre todo, su poder. Todas las mejores casas nobles tenían empleada a una... O, al menos, eso era lo que Ciardis había oído.

Se esforzó por rememorar la conversación de las chicas sobre la visitante del sur y recordó el susurro de Marianne. "Ya sabéis lo que dicen, que en Sandrin ocurre de todo. Ese tipo de personas son una abominación. Las compañeras no son más que mujeres de moral libertina.".

Pero aquello no podía ser. Era imposible. Las compañeras nunca abandonaban las cortes y aquella no tenía marcas. "Le venderé el producto y me iré", pensó Ciardis.

—Mis disculpas, lady Serena —dijo en voz alta—. No suelen venir compañeras tan lejos de la corte.

La mujer se echó a reír.

—Tendrás que aprender a controlar mejor tu tono de voz, querida. Me has dicho muchas cosas aunque hayas hablado poco. No me crees, ¿verdad?

Antes de que Ciardis pudiera protestar, lady Serena se bajó la solapa y mostró la marca de una verdadera miembro del Gremio de compañeras.

Justo debajo de la clavícula lucía el emblema de las cortes imperiales, un león rojo galopando, rodeado por las enredaderas retorcidas del símbolo del Gremio de Compañeros.

Ciardis abrió mucho los ojos. Aquella marca era inconfundible. La mujer era lo que afirmaba ser. Ciardis la miró a los ojos y susurró:

—¿Hablaba en serio cuando me ha preguntado si quería ser una compañera?

La mujer asintió con una sonrisa astuta.

—Tienes la constitución apropiada y, por qué no decirlo, un aspecto exótico. Imagino que podrías encontrar un Padrino adecuado.

Al oír aquello, Ciardis se sintió desvanecer.

Antes de que pudiera reaccionar, lady Serena dijo:

—Piénsalo bien, señorita... —miró expectante a Ciardis.

—Ciardis —repuso esta.

—Ah, hasta tu nombre es encantador. No tendrás que cambiarlo —lady Serena miró a su alrededor para cerciorarse de que no las oía nadie y se inclinó hacia Ciardis—. Mi nombre de nacimiento era Gertrude.

Ciardis reprimió una risita. La dama se enderezó y sonrió.

—Ah, tienes sentido del humor. Mejor. Lo necesitarás. Yo te patrocinaré, joven Ciardis, pero es una vida dura. Aunque todas las privaciones valen la pena si encuentras al Padrino adecuado —movió regiamente la cabeza—. Partimos mañana por la mañana con la caravana. Despídete de todo el mundo antes.

Ciardis asintió sin palabras y se volvió aturdida para salir de la estancia.

—¿Querida? —dijo la voz melodiosa de lady Serena.

Ciardis se volvió. La dama le tendió una pequeña bolsa de monedas.

—Tus veinticinco chelines.

Hasta que Ciardis no salió de la posada, no se dio cuenta de que a lady Serena no se la había ocurrido que pudiera rehusar su oferta.

Cuando cerró la puerta y se apoyó en ella, notó que tenía las manos húmedas de sudor nervioso. Se las secó en el trapo que llevaba a la cintura y se guardó el dinero en el bolsillo mientras pensaba con envidia: "Dudo mucho de que nadie le diga que no alguna vez".

Juramento de Crianza (Libro 1 Luz de la Corte en Espanol)Where stories live. Discover now