Capítulo 3: Primer viaje.

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Rebobinemos, ¿vale? Después de que el estirado con mal gusto anunciara solemne que la tía Rosa me había señalado como beneficiaria de su estrambótico piso y un reloj de bolsillo volví a casa descompuesta y sin mi brujita de favorita.

—Hola —dije en voz alta, dejando las llaves en el cenicero de cristal que hay en la entrada y usamos como guarda llaves.

Nadie me respondió, supuse que Lidia seguía en la peluquería. Si de por sí, juntas, jamás de los jamases, salíamos a la hora de cierre estando ella sola menos. Me quité la chaqueta de camino al salón-comedor-cocina y la lancé de cualquier manera sobre una de las sillas (esto pone de los nervios a Lidia, porque para algo tenemos "un bonito" perchero en la entrada). Saqué de mi totebag del grupo surcoreano Stray Kids la cajita verde pastel y la examiné antes de ir a darme una ducha. No iba a meterme en la cama con la cara llena de churretones negros, y menos aún con el olor a muerte, pino y frío que se me había pegado a la ropa y a la piel.

Una vez con el pijama puesto y el pelo seco, fui a nuestro salón multifuncional, pero no para hacerme la cena, tenía el estómago tan cerrado que ni aire me entraba, sino para coger la cajita y mi teléfono. Me encerré en mi habitación, me metí en la cama y miré las notificaciones que sabía que tenía por la luz blanca que parpadeaba en la zona superior de la cámara frontal. La mayoría eran mensajes de WhatsApp e Instagram dándome el pésame por la pérdida.

—Qué pesados, tío —refunfuñé dejando en visto a todos. Hasta a mis mejores amigos Tony y Lidia, la última quería saber cómo había ido la visita al notario.

Es comprensible que mis ganas de socializar estuvieran a ras de suelo, ¿verdad? Pues, aun así, el reconcome me hizo responder a Tony y Lidia antes de trastear la caja del reloj. Porque a los amigos no se les deja en leído, lo siento. A ellos dos no (no aplicable a situaciones puntuales en las que no quiero ahondar ahora mismo).

«Estoy, sin más. No me apetece hablar. Mañana será otro día, pesadilla», escribí a Tony.

«Te cuento mañana durante el desayuno. No vengas muy tarde», este mensaje fue para Lidia.

Solté el móvil entre las sábanas, me tapé la cabeza y toqueteé la caja como si fuera un tesoro. La abrí con delicadeza, primero deshice el lazo y después aparté la tapa. Un trocito de papel me calló en el pecho cuando volqué la caja para ver mejor el cachivache.

"Para mi Daniela, que debe aprender de sus fallos como yo no lo hice de los míos".

En ese momento me quedé tiesa y más confusa que cuando se me desactivan los subtítulos en mitad de un capítulo de k-drama o anime. Entrecerré los ojos, saqué el reloj redondo que olía a óxido y justo dieron las nueve de la noche. Oí el cantar de un cuco, y eso me puso la carne de gallina. Porque todo el mundo sabe que un reloj de bolsillo no suena así, y si no te resulta raro, siento decirte, en una película de miedo serías el primero en morir por escéptico. A su vez, también, me llegó un match de Tinder que ignoré por completo.

¿Qué hubieras hecho si estuvieras en mi lugar? Seguro que algo inteligente, como dejar el reloj en la mesita de noche, pasar de él e irte a dormir. Pues yo, la más lista de toda España, le di la vuelta al condenado reloj y me puse a leer la inscripción que tenía grabada en el reverso:

"Pasado, presente y futuro; en cualquier tiempo se conjuga y encuentra el amor".

O no. Quizá compartimos la misma neurona. Si hubieses hecho lo mismo que yo, podemos ser amigüis (y si no también, tranqui). En fin, que la leí como si no hubiera visto The Mummy y no supiera lo que le pasó a Evelyn Carnahan por leer El libro de los muertos (lo suyo es más grave, obvio). Esta vez la curiosidad no mató al gato, ni devolvió la vida a Imhotep, sino que me transportó a cuando tenía dieciocho años y estaba a punto de intimar con alguien por primera vez en la vida. Puto Ángel, el primer tío que me hizo ghosting después de follar, que no el último. Pero sí el que más dolió. 

Un viaje al centro de mis latidos ©Where stories live. Discover now