Capítulo 13: Cómo duele este silencio.

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Salí del recuerdo con el bajo vientre calentito y la boca hecha agua. Aquella tarde, después de ellos comer, cada uno, una palmera de chocolate rellena de natillas y yo un capuchino y media tostada de tomate (me sentí muy culpable por haber merendado y esa noche no cené), Cristian fue a ver a su novia y Toni y yo vimos Somnia en mi casa. ¿Recuerdas lo que te he contado que pasó, verdad? Pues, al día siguiente, cuando salí del curro (los Lunes no es que sean ajetreados en ninguna peluquería), me encontré con un WhatsApp de Toni informándome que se había atrevido a dar el paso con Laura. Se me rompe el corazón escribir esto, de verdad te lo digo. No porque, en su momento, leer la noticia no me entusiasmó. Que también. Si no porque fue como un pellizco de monja directo al corazón. Si es que por aquel entonces ya me hacía tilín Toni y yo no quería verlo. ¡Hale, ya lo he dicho!

Laura y Toni no llegaron a durar más de un año y medio, y no puedo no sentirme un poco culpable por ello. Laura me odiaba, pero a muerte. Supongo que mi forma de ser la sacaba de quicio, y la buena relación que había entre mi amigo y yo también. Si las miradas matasen yo estaría contándote esto a través de la ouija. Amigui, que no te vea yo haciendo la ouija ni ningún ritual para contactar con los muertos que he visto muchas pelis en las que los protagonistas no acaban nada bien y no quiero eso para ti. Total. Discutían siempre que hacíamos planes los cuatro. Incluso un día Lidia se hartó y echó a Laura de su casa porque, jugando al Twister, caí sobre la tripa de mi amigo en un intento fallido por colocar el pie derecho en un círculo amarillo, y casi me aparta de él de los pelos. Desde ese desencuentro, Toni estuvo unos meses desaparecido, pero Lidia y yo sabíamos que estaba bien. Lo sabíamos porque Laura subía historias a Instagram con él día sí y día también. Por eso nos resultó tan raro que lo dejaran de repente, con lo bien que parecía irles por redes.

Cuando pudimos quedar las dos con Toni, nos contó que el tiempo que había estado alejado de nosotras había sido un infierno, nos había echado de menos. Laura sacaba los dientes a cualquiera que se le acercara, chico, chica y viceversa. Más aún si ese cualquiera era yo. Según ella había un rollo raro entre nosotros, como los típicos amigos que hacen un parejón y todo el mundo lo ve menos ellos. La cosa es que yo sí lo veía, pero prefería mirar a otro lado y, ahora, por lo que ha pasado después de esta noche tan movidita de viajes en el tiempo, supongo que él también.

—Elige otra antes de que el temblor vuelva —me apremió la voz del reloj.

Respondí con un movimiento rápido de cabeza y caminé hasta la puerta que había tras de mí. Cuando abrí la puerta la voz de mi padre hizo eco por toda la sala redonda y yo rodé los ojos.

—Solo necesito que me dejes sesenta euros para regalarle a Manu el guantelete de Thanos.

Es que lo mío es de novela turca, te lo juro. Eso fue en la navidad de dos mil diecinueve, y yo ya estaba trabajando para Lidia y viviendo con ella. Mi padre me llamó un miércoles por la noche, yo estaba tumbada en la cama mientras veía el último capítulo de Kingdom, una serie de zombis surcoreana que hay en Netflix, y tuvo la cara dura de pedirme dinero para hacer un regalo de reyes a uno de los niños de su novia. Para eso sí le rentaba que yo fuera su niña.

—No puedo, papá, tengo un alquiler que pagar y una nevera que llenar. Además de que el mes que viene me pasan el seguro del coche y quiero pasar unas buenas navidades sin sentirme asfixiada por hacerlo.

Mi progenitor resopló al otro lado de la línea.

—Eres una egoísta. Una persona sola no gasta nada, no como una familia. No te supondría gran cosa darme sesenta euros. Tú sabrás lo que haces. Espero que puedas dormir bien pensando que un niño de doce años va a quedarse sin lo que más desea para reyes.

Un viaje al centro de mis latidos ©Where stories live. Discover now