Capítulo 6: El falso Loki del Aliexprees.

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Cerré los párpados con fuerza, vi esferas de color amarillas y verdes a causa de la potente luz. El estómago me dio un vuelco cuando caí en el sofá del chill out. Abrí un ojo, curiosa, y me levanté rápido al ver que no me había equivocado, Javi estaba sentado a mi lado, con su mano sobre mi rodilla, haciendo chistes malos que sólo me hacían gracia a mí. Reía a carcajadas tapándome la boca (lo sigo haciendo) y me echaba para atrás súperexagerada. Quizá fueran los nervios por presentarles a mis amigos, porque Javi no era tan gracioso.

La Daniela de diecinueve años no era tan diferente a la de dieciocho. Tenía la misma mirada de ilusión y sonrisa boba con los chicos que le gustaban, y se imaginaba con ellos cogida de la mano por las calles más románticas de Granada. Lo único que cambiaba era su aspecto. Todos hemos pasado por épocas en las que nuestro pelo temblaba al ver unas tijeras o un pincel y comprábamos ropa y complementos horribles porque eran la moda y no íbamos a quedarnos atrás. Los pañuelos palestinos, el flequillo torcido de dos colores, los cinturones gigantes o los clips para el pelo con forma de estrella, qué fea moda (decidme que no fui la única que sucumbió, menos a la del flequillo, al mal gusto, por Dios). Ahora, si aparezco con un color nuevo, un piercing o un tatuaje que llevaba mil rondándome la cabeza, que sepas, es por una crisis existencial y no por moda. Me he adaptado a mis necesidades y no a las de la sociedad. Pues bien, a los diecinueve decidí que el rubio me quedaría genial, el rubio con mechas, unas más amarillas y otras rozando el blanco. No parecía española con mi piel blanca como la nieve, pecas en los hombros y cuello, los ojos verdes y el intento de rubio platino. Las cejas oscuras me delataban, eso sí. Cambié la dirección del flequillo, lo llevaba largo y en cortina. Caí en la moda de los falsos jeans, siempre de tiro alto, y las camisas de cuadros.

—¿Nos echamos un party? —ofreció Lidia llevándose a la boca un fruto seco de los que nos habían servido con los refrescos.

—Por mí sí —respondió Toni haciendo amago de levantarse.

Lidia lo tomó del brazo y le hizo señas con los ojos para que se quedara con Javi. Me sonrió, quería que fuéramos las dos.

El chill out quedaba cerca de casa y siempre estaba lleno. Tenía dos salas enormes bien separadas: una abría a partir de las nueve de la noche, era una sala de baile con barra, billar, futbolín y dardos; la otra era más vespertina, de tranquileo y meriendas que se alargan. Lo que más nos gustaba de ese sitio, en la actualidad cerrado por obras en la zona de tarde (ampliación para máquinas recreativas y consolas), era que al consumir ya sea batidos, refrescos, gofres o lo que te apeteciera de la carta podías acceder a una alacena con juegos de mesa. En ella podrías encontrar desde los típicos partys, trivial y demás juegos en familia, a juegos de rol estilo Zombicide y Blood Rage.

—Es un poco raro, ¿no?

—¿El qué? —pregunté mientras buscaba el party más actual.

—No sé, llámame loca, pero me da la sensación de que se esfuerza demasiado en caernos bien.

—Loca —solté de puntillas y saqué el party del fondo del estante más alto. Lidia chasqueó la lengua.

Lidia no tenía problemas con los hombres, tampoco con las mujeres, simplemente el amor no estaba hecho para ella, ni el sexo. Se declaró asexual a los veinte, después de un largo periodo de terapia forzada por parte de su madre porque tenía la acérrima idea de que a su única hija le pasaba algo malo en la mollera (palabras textuales). Cuando le puso nombre a eso malo lloró y le retiró la palabra durante semanas. La culpaba de arrebatarle la oportunidad y el sueño de ser abuela. Y tú dirás, como dijimos todos, qué tendrá que ver la velocidad con el tocino (aparte de que cuando más comas tocino más lento correrás). Lidia quería ser madre, lo tenía claro mucho antes que su propia sexualidad.

Un viaje al centro de mis latidos ©Where stories live. Discover now