Querida sociedad

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Querida sociedad,

te escribo porque he llegado a mi límite. Soy una chica de diecisiete años con las ideas más claras que se puede tener, teniendo en cuenta que aún soy una niña, no he vivido ni una tercera parte de mi vida y estoy en esa etapa de la vida adolescente en la que las hormonas te nublan la mente y la mayoría de veces actúan por ti sin que puedas evitarlo.

Me gusta cantar en la ducha, leer y escuchar el silencio. Cualquiera diría que soy rara, diferente o cualquier otro calificativo que se asemejara con esa pequeña parte de la población mundial que no sigue tus normas... Pero, aquí me tienes, escribiéndote.

No soy ni de lejos el mejor ejemplo a seguir; tengo mil defectos por cada una de mis virtudes, cometo errores a diario que no siempre puedo enmendar, me caigo y me levanto aunque el golpe en cuestión haya sido fuerte, siempre he sido insegura y me ha costado Dios y ayuda que la gente me viera interiormente, pues siempre he sido de las personas que sienten hacia sus adentros y no hacia el mundo por miedo a ser rechazado y/o juzgado.

Siempre he sido de las personas que se quedan en las sombras, de las que prefieren pasar desapercibidas por todos para que los golpes los reciban aquellos que van al frente del pelotón. Eso se ha acabado.

Me tienes harta. No soporto tu superficialidad ni tus normas sin sentido. No entiendo la finalidad de tus patrones, no capto la dirección de tus indirectas ni comparto la mayoría de tus creencias.

Me gustaría saber en qué momento se te ocurrió hacer de nuestra vida algo tan complicado, en qué momento decidiste hacernos infelices viviendo en el interior de un caparazón en el que encerramos nuestro verdadero yo, y sólo mostramos al mundo el brillante y pulido exterior que nos has obligado a crear.

Hace tiempo me planteé cómo sería la vida sin que tu anduvieras por ahí jodiéndonos a todos sin una razón aparente, sin que ninguno de nosotros tuviese que cumplir una serie de leyes no escritas que dictaminan el comportamiento, las creencias, las apariencias y los actos. La conclusión sería un caos total, ¿verdad? Pues no, no necesariamente. ¿Qué pasaría si tú desaparecieras y nos dejaras campar a nuestras anchas como deberíamos poder estar haciendo ahora? Muy sencillo: seríamos felices.

Probablemente todos esos hombres trajeados, con camisa, corbata y maletín sonreirían un poco más que ahora, que solo muestran miradas curtidas y aburridas por la vida tan rutinaria que les ha tocado vivir. Probablemente, todas esas chicas con trastornos alimenticios estarían comiendo tranquilamente sin pensar que no encajan en ti porque no tienen la talla necesaria para encontrarse dentro de los cánones de belleza que tú te has preocupado de instaurar. Probablemente, sólo probablemente, si todos decidiésemos que ya ha sido suficiente tormento el que hemos vivido por tus tonterías y tus manías, y nos mentalizásemos de que ya no somos orugas sino mariposas y echásemos a volar, quizá nos sorprenderíamos por lo bien que sienta sobre-volar la vida cotidiana y alejarse de la triste y cruel realidad. Tal vez comenzaríamos a abrirnos al mundo y nos dejaríamosde agorafobias sin fundamento. Incluso podríamos ser nosotros mismos y en conclusión, ser felices.

Nuestro problema, sobre todo el de las nuevas generaciones, es que nos preocupamos demasiado por el "qué dirán" y no paramos a pensar en el "yo quiero". Nos vestimos como nos gusta pero para agradar a los demás, buscamos complacer a aquellos que nos rodean aún cuando a nosotros no nos aporta nada positivo, aceptamos, asentimos y seguimos tu camino sin ver que hay desviaciones en éste, ya que nos has cegado con tu visión de lo "políticamente correcto"; cuando deberíamos ver a través de las gafas del "yo decido".

No digo que debamos sumirnos en una anarquía social en la que cada uno haga lo que le venga en gana, sino que si estamos aquí será para vivir, no para aparentar que lo hacemos. Si Dios, Alá, nuestra madre o el puñetero Big Bang nos plantó en la Tierra, supongo que sería para que viviésemos una vida plena y feliz, ¿no? Pues no sé tú, querida sociedad, pero yo no pienso seguirte el rollo nunca más. No volverás a decidir ni a influir en mi vida de la forma en la que lo hacías antes.

De ahora en adelante seré yo, esa chica de diecisiete años incomprendida por muchos y orgullosa de sí misma por la desviación que ha tomado. A partir de este momento, si el mundo se muestra en su total y dura realidad frente a mí, yo también me mostraré plenamente frente a él. Ya no volveré a esconderme en ningún caparazón, no volveré a sentirme inferior por nada ni por nadie; porque si algo he aprendido a base de golpes es que cuando eres sincero contigo mismo acerca de tu verdadero yo, eres sincero de cara a los demás. Y si esos demás no te respetan, será que tu fachada funcionaba bien, pero ninguno de aquellos demás te aceptaba por lo que eras, sino por lo que parecías ser. Es decir, que vivías en una mentira; y no hay nada que más odie que las mentiras.

Querido lector,

Me pregunto... Si no creyeras en el Karma (sé que lo haces) y tus padres no te hubiesen enseñado que la maldita sociedad ve con buenos ojos el ayudar a las abuelitas a cruzar la calle o a ceder los asientos del metro a los mayores o a las embarazadas, ¿lo harías? Perdóname que me ría si la respuesta ha sido afirmativa. ¿Por qué miras mal a aquellos que visten de forma extraña o llevan el pelo multicolor? ¿Eh? Ah... Ya... Porque la sociedad lo ha dictado así.

Así que sociedad, deja de impedirnos ser como realmente queremos ser, deja de cegarnos con tu luz y permítenos iluminar nuestro propio sendero con nuestro interior.

Y como comúnmente se dice: y a quien no le guste, que no mire.

Atentamente,
una adolescente que es feliz.

De trizas, corazónWhere stories live. Discover now