El Cruce de Miradas - 3

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La hora de salida ha llegado.

   Javier abandona su puesto de trabajo y, sin saber aún muy bien por qué, busca un lugar donde comer y hacer tiempo. Se deja llevar por su instinto, por ese que creía ya dormido. No sabe muy bien a qué se debe todo esto.

   Un poco dubitativo, vuelve sobre sus pasos, diciéndose mentalmente que debe volver a casa, encender el ordenador y ponerse a buscar un piso de alquiler para irse a vivir con Laura, su novia.

   SU NOVIA.

Ella es la que le debe importar en esos momentos, pero claro, la situación se le estaba poniendo en bandeja, y de la forma más extraña posible… o por lo menos para él. ¿A dónde le iba a llevar todo esto?

   De forma infantil, se cuestiona si su cuerpo está cambiando o volviendo gay. Pero no, "la cosa no debe funcionar así", se dice. Mira a otros chicos a su alrdedor, chicos descaradamente guapos, y no siente nada por dentro. ¿Y por qué con sólo pensar en Oliver, ese desconocido que no es nada en su vida, siente un pequeño hormigueo en el estómago?

   “Bueno, sólo es verle. Ni siquiera sé dónde está esa peluquería… o si de verdad existe”, piensa mientras vuelve sobre los pasos retrocedidos. Sin querer recapacitar, entra en un restaurante de comida rápida y se pone en la fila para pedir comida. Es bastante larga, y su estómago ruge como si diez perros hambrientos habitasen en su interior.

   Al entrar en el restaurante tenía pensamiento de pedir un menú mediano de hamburguesa con patatas fritas, pero en estos momentos se comería dos menús grandes con extra de tomate, tres helados y una tarta de manzana.

   Pero debe controlarse, y para distraer un poco la mente mira a su alrededor. Es difícil no pensar en comer cuando la única publicidad del lugar son carteles de comida.

   Y de repente, ella. Esa chica, desconocida, como todas las chicas del local, pero espectacularmente llamativa.

   Acaba de entrar y camina delicadamente al final de la fila, a dos metros de Javier. Viste un abrigo largo, que al ser desabrochado descubre la figura que escondía.

   El hambre de Javier desaparece y se transforma en excitación, en instinto, en atracción. Por unos segundos se queda embobado mirándola, y ella aún no se ha percatado de su presencia. Pero el carraspeo del señor próximo a Javier le indica que no puede quedarse ahí, mirando el paisaje mientras la fila avanza.

   ‒Disculpe ‒dice Javier dándose la vuelta y regresando a su posición en la fila.

   Pero no ha podido verla con tranquilidad, y disimuladamente gira el rostro y vuelve a observarla. Ya se ha quitado su abrigo.

   “Curvas perfectas”, piensa, pero sobre el pecho no sabe qué opinar. Tiene los brazos cruzados sujetando el abrigo mientras intenta leer el precio de los productos anunciados.

   Y, sin que ninguno de los dos pudiese evitarlo, sus miradas se cruzan.

   “¡Oh, Dios! ¿Otra vez?”, piensa apartando la mirada y dándose la vuelta. Pero esta vez era mucho mejor, o no, ¿quién sabe? Por lo menos esta vez es con alguien del otro sexo.

   Sin que se hubiese dado cuenta, le toca pedir. Finalmente hace caso a la razón, y su grandioso festín se reduce a un menú grande con patatas fritas.

Sin querer volver a cruzar la mirada, y un tanto nervioso, busca un sitio apartado en el restaurante. Una pequeña mesa en una de las esquinas se convierte en el mejor lugar.

   Mientras mastica la hamburguesa, manchándose los labios y las manos con el ketchup y la mostaza, piensa en la chica de la fila.

   Si algo destacaba la gente sobre Javier, es que no era el típico baboso que se quedaba mirando a las mujeres el trasero al pasar, o que no era esa clase de hombres que sólo saben decir cosas tales como: “yo a esa me la tiraba”.

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