El Cruce de Miradas - 4

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¿Pero dónde estaría esa dichosa peluquería? Intenta recordar las últimas palabras de Oliver y, para hacerlo mejor, regresa al lugar dónde se despidieron, cerca de la salida de metro.

   Oliver señaló en dirección contraria a la editorial.

   “A un par de calles de aquí”, fueron sus únicas indicaciones, pero… ¿hacia qué lado? ¿y si no son dos calles, sino tres o cuatro? ¿y si le había mentido?

   "Hay que arriesgarse."

   A medida que camina se autoconvence de que todo lo que ha sucedido desde la mañana ha sido una confabulación del universo para darle la única oportunidad que va a tener en la vida para vivir ese tipo de experiencia, pero debía poner de su parte.

   “Nadie tiene que enterarse”, piensa, cuando pasa por delante de una farmacia. Se detiene y mira el escaparate.

   “Si sucede algo, debería ir preparado… Pero, ¿qué se supone que va a pasar? ¿cómo se hace eso?”. Porque claro, Javier no es tonto y sabe cómo sucede el “acto” entre dos chicos, y sin embargo no se visualiza en ninguna de las “posiciones” posibles. Aún así, decide entrar a una farmacia. Más vale ir preparado.

Tres señoras son las que están esperando a ser atendidas, y sólo dos mostradores, con sendas clientas igual de mayores.

   Javier es impacienta. Una de las clientas tiene muchas recetas, bastantes dudas, y demasiadas pocas ganas de irse. La otra clienta, mientras, de lo que tiene ganas es de contar su vida, como todos los días, a la dependienta, la cuál no da muestra alguna de sentirse molesta por el monólogo al que está asistiendo.

   Las tres mujeres que están por delante se sofocan, respiran con fuerza intentando mostrar que están molestas, que tienen demasiada prisa.

   “Pero no, es mentira. Míralas. Se quejan en la fila, y cuando llega su turno, hacen lo mismo que las demás. ¿De dónde sacan tantas recetas? ¿Y por qué tienen tantas cosas que contar?”.

   Javier, un tanto nervioso, mira su reloj.

   “Las seis menos veinte, aún tengo tiempo”.

Mira a sus espaldas, y se encuentra con otras dos señoras mayores que acaban de llegar esperando el turno. Es el único chico joven de la fila, y, como si todas se hubiesen puesto de acuerdo, le miran fijamente. Por segundos se siente juzgado con sus miradas, como si supiesen a lo que ha entrado a comprar.

   “Pues anda que si llegan a saber lo que he pensado mientras comía”, piensa sonriéndose, agachando la cabeza y rascándose el pelo

   Por fin se adelanta la fila. Ya sólo queda una mujer para que sea su turno, y no han pasado ni cinco minutos. Mira a su alrededor buscando los condones, pero observa que se encuentran al otro lado del mostrador.

   “Tendré que pedirlos”, piensa, un poco avergonzado. No es la primera vez que pedía  preservativos en una farmacia, pero sí que es la primera vez que lo hace con aquel propósito. Es como si la gente fuese a saber sus intenciones con sólo escuchar el tono de su voz.

La fila no avanza. Rápidamente comprende que le ha llegado el turno de “confesión” a las señoras. Las maldice mentalmente, pero como eso sirve de poco, decide “cotillear” para pasar el tiempo:

   ‒Pues como lo oyes hija. El hermano del vecino le ha sido infiel a su mujer ‒comenta la señora, sin querer soltar la receta de su mano.

   ‒¿Joaquín? ‒pregunta, desistiendo de conseguir el dichoso papelito‒. Pero, ¿qué ha hecho?

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