N° 738 "Máscaras"

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Al otro lado de la mesa, resplandecían dos ojos infinitos; sus pupilas dilatadas y sus cuencas, antes vacías, se llenaban ahora con una bolita del tamaño de un pulgar. Alexis levantó el pincel, decidida, y trazó una fina línea carmesí bajo los agujeros de su nariz. La boca se presentaba alegre, llena de vitalidad. Entonces la curvó un poco más, formando una extraña expresión.

El resultado no fue el esperado. Parecía una mueca de disgusto, de repulsión incluso, como si aquella máscara le estuviera diciendo: «¡Hey, Alexis! Ya se te ha ido la mano otra vez...» La chica cogió un paño húmedo y retiró el exceso de pintura, devolviendo a los labios una expresión natural, alegre. El resultado tampoco le gustó.

A su lado, otra máscara yacía esperando para poder ser otorgada con un poco de vida, de esa que rociaban los pinceles de Alexis. Sus pómulos blancos clamaban por color; sus ojos por maquillaje; su cerosa piel por un poco de pasión. Del cajón de su escritorio sacó una bolsa de la que tomó de un par de ojos, uno verde y otro azul.

«Como un gato cálico» pensó. Ahora se asemejaba algo más a una persona. Su piel seguía muerta; sus labios, inexistentes. Alexis levantó de nuevo el pincel. La boca formó una burda expresión de desagrado. Detalló los dientes, el brillo, y las arrugas alrededor de sus mejillas, ascendiendo hasta la nariz. Alexis sonrió, satisfecha. Eso era otra cosa. Mojó el pincel en un pequeño vaso de agua, viendo como aquel color apagado se fundía al contacto con el agua.

Acto seguido, secó el pincel y miró su paleta de colores. Todos tan resplandecientes; tan vivos. ¿Qué pedía aquella máscara? ¿Qué rogaban sus labios marchitos? ¿Qué exigía su lengua perdida? Alexis sonrió al comprenderlo. El pincel se coloreó de un suave color celeste, casi blanco, como una mañana otoñal plagada de nubes a punto de llorar. Apoyó el pincel en la máscara.

Las lágrimas no tardarían en llegar.

Lo primero que vio al salir por la puerta principal del Instituto Montgomery fueron unos breves copos de nieve, tan dispersos y pequeños que se confundían con el brillo en los ojos de los alumnos

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Lo primero que vio al salir por la puerta principal del Instituto Montgomery fueron unos breves copos de nieve, tan dispersos y pequeños que se confundían con el brillo en los ojos de los alumnos. Navidad. Una época de regalos, risas y felicidad. Para unos. Para otros, se avecinaban dos semanas de nostalgia, melancolía y sollozos a medianoche; de pesadillas de amantes y sueños sin amor. Sobre todo para la familia De Niro. Un buen regalo navideño sería la aparición de su única hija. Viva.

Alexis apretó sus labios, formando una fina línea. No le gustaba la nieve. Siempre había preferido la lluvia. Un cielo apagado, nubes negras, agua resbalando por su rostro, como una leve caricia. Ese amor incondicional. Esa pasión. Tal era su amor por la lluvia que a veces no podía dejar de mirarla, a través de su ventana. Veía mucha gente, pero nadie se alegraba por el clima ni la mitad de lo que ella siempre lo haría.

Aquel día, la nieve anunciaba un mal augurio.

Al llegar a casa, apenas tuvo tiempo de tirar la mochila en su cama antes de que su madre se apresurara a llamarla para comer. La niña resopló, cansada. Al otro lado del dormitorio, dos ojos la observaban, expectantes. Querían su color. Querían tener voz.

VHS (Various Horror Stories)Where stories live. Discover now