Te hiero mucho

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*NOTA: Ahora ya sí que entramos en la recta final, para estos capítulos es importante que tengáis en cuenta el año en el que están porque haré irán avanzando, más que nada para evitar despistes. ¡¡Gracias!!

Cɪᴀᴏ, ꜱᴀʏᴏɴᴀʀᴀ, ᴀᴜ ʀᴇᴠᴏɪʀ, 

¿ᴜɴ ᴍɪᴛᴏ ᴏ ᴜɴ ᴛɪᴘᴏ ꜱᴜɪᴄɪᴅᴀ?, ᴅɪᴍᴇ ϙᴜé ᴏᴘɪɴᴀꜱ, 

¿ᴏ ᴇʟ ᴘʀᴏʙʟᴇᴍᴀ ᴇꜱ ꜱɪᴇᴍᴘʀᴇ ʜᴏʀᴍᴏɴᴀʟ? 

Yᴀ ɴᴀᴅɪᴇ ɴᴏᴛᴀ ᴜɴ ɢᴜɪꜱᴀɴᴛᴇ ᴇɴ ʟᴀ ᴄᴀᴍᴀ.

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2000.

Esa fue la primera nochevieja que pasé alejado de mi familia, y fue increíblemente distinta para mí. Había pasado de celebrarla con todos los familiares a estar con la única compañía de Alfred y su gato. Había pasado de tener unos manjares por cena a una sopa de sobre y unos filetes junto con las doce uvas perfectamente contadas. Y aún así, estaba bien, me encontraba bien, porque sentía que estaba donde tenía que estar, donde la vida me había llevado.

Alfred fue el primero en abalanzarse sobre mí cuando tragamos la última pieza de fruta, celebrando que el mundo no se acababa, algo que había predicho el calendario Maya.

— ¡Feliz año nuevo, Raoul!

— Feliz año nuevo, Alfred. — Sonreí acariciando su mejilla y después bajé la mirada a Luz, que recibió un cuenco repleto de pienso como entrada al año 2000.

Alfred había dejado completamente de lado las drogas y las salidas, por eso no me sorprendió que no me propusiera ningún plan para celebrar la nochevieja aparte de ver una película en la televisión. Yo acepté, pero la inmensa necesidad que cada vez crecía más y más en mi pecho me empujó a escaparme de su casa bien entrada la madrugada.

Fue la primera de todas las escapadas que vendrían sin que Alfred se enterara, o por lo menos sin que él me dijera que lo sabía.

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El seis de enero, Alfred me sorprendió con un regalo.

— Venga, ¡ábrelo!

— Pero Alfred... — Suspiré ligeramente, apartando el paquete y mirando al chico, que parecía tan ilusionado como si el regalo fuera para él.  — Yo no te he podido comprar nada, ya sabes que estoy en números rojos.

— Oh, venga ya, Raoul. Que te haga un regalo no significa que tú me tengas que hacer otro, si te lo regalo es porque me apetece.

Resignado, terminé abriendo el paquete, encontrándome con una fotografía nuestra revelada y enmarcada.

— Hay otra cosa — Me animó el catalán, impaciente.

Yo sin embargo no podía apartar la vista de la imagen, me pareció un regalo tan bonito y único que no quería dejar de mirarla. Era de una tarde en la que nos encontramos con un fotógrafo que sacaba fotos por ganarse unas pesetas, Alfred insistió en sacarnos una y a pesar de mis quejas, logramos hacerla.

Cada vez que miro esa fotografía, siento un tremendo nudo en la garganta que a veces no me deja respirar. Han cambiado tanto las cosas desde aquel día...

Como Alfred no paraba de insistir, terminé abriendo el otro regalo, que resultó ser una sudadera amarilla preciosa.

— Te has pasado, Alfred.

— Han sido los reyes.

— Pensé que eso era un invento de la religión. — Bromeé.

— ¿El rey Alfredo no te parece un buen rey? — Contestó él, sonriendo.

1999 (o cómo generar incendios de nieve) | RagoneyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora