Serie: Mujeres de hoy (5ª novela)

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En estas, llamó mi madre. Mira por dónde. Descolgué loca de alegría, elevando mis ojos temblorosos al cielo, persuadida de que aquello era una señal del universo. Mi mamá me mima y vela por mí.

—¡Mamá…!

—Hay que ver, hija mía, lo poco que te acuerdas de la familia. Va a tener razón tu tía Tecla, que eres una descastada —espetó nada más oírme.

Me quedé con el amoroso saludo bloqueado en la punta de la lengua.

—¿Eso dice la tía Tecla?

—Pues sí. Todas las que os marcháis del pueblo enseguida os dais ínfulas de señorita de ciudad y ya no queréis saber nada de los  pobres —me echó en cara mi madre.

—Pero si yo os llamo…

—Escasito, escasito —amonestó convencida de sus razones—, la información con cuentagotas hay que sacaros. —¿Por qué diablos se expresaba en plural? ¿Se sentía abandonada por mí y por todas las chicas del pueblo que hubieran emigrado?—. A ver, ¿cómo va el trabajo?

—Bien, bien, sin novedades —balbuceé.

—¿Te han ascendido?

Ya estamos.

—Pues no, mamá —admití con debilidad—, siguen sin ascenderme.

—Lo que tienes que hacer es dejarlos con dos palmos de narices, Marina, que tú vales mucho, que se lo pregunten a tu pobre padre deslomado por tal de darte carrera. Y vienen estos estirados y se permiten pagarte una miseria. Nada de eso, no lo consientas, porque para ganar poco, te vuelves al pueblo que tenemos cola en la puerta queriendo que les hagas la declaración de la renta.

—Ya mamá, pero con eso no se puede vivir…

—¿Ha de faltarte un plato de lentejas en la mesa? —se soliviantó. Calculé que pronto era probable que así fuera—. En tu casa, con tu familia, donde deben parar las muchachas decentes, no sé el afán ese de irse a la capital con lo malo que flota por ahí, no hay más que drogas y criminales.

—Pierde cuidado, mamá, yo vivo en un sitio muy tranquilo —cada vez me notaba más cansada.

—¿Y qué me dices de las junteras? Os vais de bares y discotecas y acaban echándote algo en la bebida para aprovecharse…

—Nadie quiere aprovecharse de mí, te lo aseguro. —A punto estuve de confesarle que a los treinta y dos seguía casi virgen, pero en parte hubiese sido mentir. Por la parte que no seguía…

—Me tienes en vilo, hija —suspiró mi madre atormentada—. Y encima sin ascenderte, menudo futuro te espera. —Pausa materna—. En fin, ¿te he contado que los Martínez han pintado la fachada de la casa nada menos que en rosa?

—¿Rosa? Será salmón —dudé. Para mi madre, rosa era cualquier cosa.

—Rosa, rosa, he dicho rosa. Y la culpa la tiene el hijo rarito ese que tienen, ha conseguido lavarle el coco a su madre y como Pepe es un calzonazos…

—Mamá, ser gay no es ser rarito.

—Anda que no, hasta el nombre suena extraterrestre. La tía Tecla está muy molesta contigo, que lo sepas.

No dejaría de asombrarme la innata capacidad de mamá para saltar sin red de un tema a otro. Era como si guardase los chismes en un baúl cuya tapa reventase al recibir mi llamada y los soltase todos de sopetón.

—¿Y por qué, si puede saberse? —pregunté con desmayo a cero de energía. Una conversación con mi progenitora basta para centrifugarme las neuronas.

—Porque no la llamas.

No, si al final iba a resultar que mi tía aparte de odiarme, me echaba de menos.

—Mamá, no puedo llamarla, no tiene teléfono.

—Pues la llamas aquí, ella se pone y le cuentas, tan ricamente — resumió la señora de Valdemorillos.

—Vale, pues dile que se ponga.

—No está, te recuerdo que dispone de casa propia. Ay Marina, qué mal te rige la cabeza desde que no comes potaje…

Siguió chismorreando un buen rato aunque yo dejé de escucharla. Me pregunté qué pasaría si le contase la verdad, que estaba en el paro y sin un chavo en el bolsillo. Sólo imaginar sus reacciones, incluida la tía Tecla, se me pusieron los pelos como escarpias. Drama, hospitales, desmayos. Ya me veía de vuelta al pueblo en el autobús, con la misma maleta de cuadros vieja que me traje a Madrid.

Antes muerta que para atrás, eso dice Cayetana.

Conseguí quitarme de encima a mi madre, con el aplomo por los suelos; era un pez fuera del mar, ya no me sentía sexy, ni moderna, ni icono de nada a lo Kate Moss. ¿Cómo había podido ser tan necia y desfigurar mi imagen (para bien) de aquel modo? ¿Cómo había podido imitar por unas horas el talante natural de Cayetana? Cayetana era Cayetana, un huracán encaramado a unos tacones y yo, un globo desinflado arrinconado en una verbena que nunca podría parecerse a ella. ¿Cosas del ego, dije? Yo ni siquiera tengo de eso.

Continuará...

Esto te lo apaño yo.com (personas que no saben decir "NO")Where stories live. Discover now