Serie Mujeres de hoy (5ª novela)

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Tomé la determinación de no enemistarme con nadie bajo ningún concepto. Aún pesaba en mi pobre corazón como una espina de tonelada y cuarto, la rivalidad con Alejandra, la abogada de Eagles & Walkers y sus fatídicos resultados. Rivalidad, por cierto, que yo nunca fomenté pero sufrí a trocho y mocho.

Sacudí la cabeza alejando malos pensamientos; tenía un nuevo empleo, una compañera de mesa simpática a rabiar y una tarea tonta que podía hacer con los ojos cerrados; no cabía en mí de gozo. A final de mes podría pagar la hipoteca sin problemas y, aunque me quedaría poco para malvivir, obviando esto último, estaba convencida de que empezaba a salir del hoyo.

Adela me enseñó las dependencias. Doña Matilde no estaba, pero conocí a Pascual y Anita, de asesoría laboral y a Rosa, Petete y Carmen en administración de fincas. Con nosotras en el departamento de contabilidad y Tati en recepción (o donde se le antojase), la familia se terminaba. Todos me parecieron muy buenas personas.

Volvimos a nuestro cuartito y Adela se entregó afanosa a un tecleo de ordenador, impropio de un programa de contabilidad. Estaba claro que redactaba, una carta o algo por el estilo. Guardé silencio para respetar su concentración y me entretuve en revisar las carpetas ordenadas en los estantes, con las etiquetas a medio despegar. Di con el material de oficinas, busqué una caja de etiquetas nuevas y me dispuse a reponer los nombres de los archivos, eliminando las moribundas. En estas estaba, cuando Adela dejó de escribir y me miró con agrado.

—¿Te gusta el personal? ¿Qué te han parecido?

—Muy bien. Así al pronto…

—Pascual y Anita se casan ya mismo. Son novios desde toda la vida —informó con cierto aire soñador que me conmovió.

—Qué suerte poder trabajar juntos y que encima se lleven bien.

—Estamos todos invitados, tú también, por descontado.

—Pero si acabo de llegar… —me azoré.

—Eso no es impedimento. —Adela zanjó la cuestión con un movimiento de manos—. Aquí no se hacen distinciones. Además, hacía siglos que no se incorporaba nadie nuevo al equipo, eres más que bienvenida.

—Vale, en ese caso asistiré encantada. Oye, lo de Petete es un mote, ¿no?

Adela soltó una risita traviesa.

—Pues sí. No me digas que no le pega, tan pequeñito y con esas gafas de culo de vaso. Supongo que al principio no le entusiasmó, pero a la larga, has visto que él mismo se presenta como Petete. Se llama Pete, su madre es inglesa.

—Genial. Parecen los tres tan calladitos.

—Y que lo digas, pobrecillos, los vecinos se los comen vivos en cada junta. Yo suelo prepararles dos formatos distintos de contabilidad,  una conforme al plan para los propietarios más redichos y otra en Excel a modo ingreso-gasto para la gente normal. Así y todo, los devoran por cualquier minucia; la gente, que disfruta buscándole los tres pies al gato.

Asentí comprensiva, aunque yo no entendiera mucho de comunidades de propietarios. De hecho, jamás había asistido a ninguna reunión de la mía, por coincidir con mi horario de trabajo. En Eagles & Wolkers, mi jornada se extendía a las catorce horas por regla general y desde luego, no tramitábamos comunidades de vecinos, hubiese sido una ignominia para la reputación de mi jefe.

—Marina… —Adela interrumpió mis divagaciones con una vocecilla atemperada—. ¿Tú crees que hay gente mala? Me refiero a mala sin razón, mala por el simple gusto de ser mala.

Pensé en Alejandra. Pensé en las vibraciones que me había trasmitido Tati. Meneé la cabeza y dejé ir un suspirito; no quería ser mal pensada. Pero pensaba, y pensaba mal.

—Supongo que detrás de cada crueldad hay una justificación, al menos para el que la lleva a cabo. Si es que hay tantas personas desgraciadas repartidas por la faz de la tierra.

—Pero el que se sientan frustradas o desdichadas, no explica que disfruten haciendo daño a inocentes que no son causantes de su infortunio. Podían entretenerse mordiendo candados.

Bien visto, la chica tenía razón por mucho que yo me empeñase en dar una visión rosa del mundo.

—Pues sí, Adela, debe ser que existen almas pecadoras por ahí pululando —me rendí.

—Menos mal, eso pensaba yo. —De repente se levantó arrastrando la silla pegada a su monumental trasero, con el gesto contraído—. Voy al baño, tardaré un ratito.

—Sin prisas, yo tengo para largo con las etiquetas —la tranquilicé. Podía adivinar que se tomaría su tiempo cuando la vi enrollar una revista de cotilleos y metérsela bajo el brazo. Un apretón, fijo.

Me quedé sola y calladita, dale que te pego con el rotulador. Pero la curiosidad es malsana, la carne débil y la pantalla del ordenador de Adela estaba demasiado próxima. Parecía llamarme. Me resistí a mirar unas cinco veces, fui a echar un vistazo y desvié la mirada en un alarde de discreción. Al final, me pudo el fisgoneo y leí por encima.

El título del documento hablaba por sí mismo: Diario, reflexiones personales de una Vela.

Eso bastaba para alejarse, las intimidades de los demás se respetan, son sagradas. Pero un ojo extraviado me reveló mi nombre unos reglones más abajo y ya no pude remediarlo, leí sin contención:

Continuará...

Esto te lo apaño yo.com (personas que no saben decir "NO")Where stories live. Discover now