Serie Mujeres de hoy (5ª novela)

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3.- Al fin, una oportunidad

En los días siguientes, no interrumpí mis reflexiones: era mucho lo que había cambiado desde mi despido. No tenía más que mirar alrededor para comprobar lo caótica que se había vuelto mi existencia: el pequeño apartamento revuelto, algo desaseado para lo que era mi costumbre, las cartas con las facturas amontonadas sin abrir (en realidad eran ataques severos de pánico lo que me impedía rasgar los sobres) y la palangana de la ropa interior, llena hasta los bordes y sin lavar.

Seguía sin butano, por cierto.

Fregué con ímpetu el suelo de la cocina y puse agua templada y jabón líquido suave en la palangana. A continuación, como una geisha en el ritual del té, fui sumergiendo una a una mis braguitas, formulando un deseo en voz alta con cada una de ellas.

—Que me llegue una inspiración.

—Que me salga el trabajo de mi vida.

—Que le den por el saco a mi ex jefe.

—Que Alejandra se mude a Sebastopol y no vuelva a encontrármela jamás. Ni en las rebajas.

—Que Marina sea la chula que siempre ha sido.

—Olvida lo anterior, creo que nunca he sido una chula.

—Que el chico rubio del perro se muera por mis huesitos.

Sonó el teléfono  interrumpiendo mi rosario de peticiones.

—Hola, aquí la Virgen de Lourdes desde el lluvioso Londres.

—¡Hermana! —Jopé, qué alegría, sí que me sentaba su voz a aparición mariana, sí.

—Tenía ganas de charlar contigo, chiquitina, ¿qué tal va todo?

¿Qué hacía? ¿La engañaba miserablemente? Lourdes siempre había sido mi sensato paño de lágrimas. Dura y reflexiva, sin dejarse llevar por los sentimentalismos míos. Como Cayetana, pero en pobretona.

—Podría ir mejor —empecé con suavidad.

—Desembucha —me exigió.

—Pues en pocas palabras, la superfinanciera donde trabajaba se ha ido al garete.

—La leche. Y te has quedado en la calle.

—Sobre la tapa de una alcantarilla, hermana.

—¿Indemnización to begin the begin?

—Cero pelotero.

—Coño. No sé mucho de leyes pero eso debe rondar lo ilegal… O como poco, el abuso.

—Sin contrato, es como si no existieras. Y ando buscando suplencia.

—Con la crisis estará fatal la cosa —sentenció mi hermana lúgubre.

—Me temí que estaría peor, lo cierto es que oportunidades de trabajo no faltan.

—Tú siempre has sido una chica polifacética, lo mismo sirves pa un roto que pa un descosido —me animó Lourdes. Llegaba tarde, sin embargo. Eso mismo me lo había dicho yo, miles de veces.

—Sí, pero está ocurriendo algo extraño…

—¿Contigo? ¿Lo ves? Lo presentía. Si te he llamado precisamente hoy, es por algo.

Me iluminé como un gusiluz.

—¡Qué sincronización, hermana! Somos una sola alma unida en el universo.

—¿Verdad? Te percibí agitada y he invertido mis minutos libres en contactar. Ahora sé que no me equivocaba. Cuenta.

—Pues ando muy desquiciada, mis entrevistas de trabajo son rocambolescas. Salgo de todas a patadas.

—Mira que librarte de un jefe maltratador no es, sino una bendición —aludió Lourdes con buen discernimiento.

—Qué va, hermana, soy yo, yo la que lo estropea. Me comporto de una manera impropia, hago comentarios ridículos…

—Pero Marinita, no comprendo, si tú jamás has roto un plato ni has soltado una inconveniencia.

—O peor aún, me dan ataques de terror y salgo corriendo.

Mi hermana no respondió. Se quedó repasando en silencio mis horribles tragedias.

—¿Meditas?

—Medito —afirmé.

—¿Pones incienso?

—Todos los días y por todas partes.

—¿Y vasitos con sal?

—En cada esquina de la casa.

—¿Y no te llega la iluminación? —apuntó preocupada.

—No me llegan más que nubes negras —resollé—. Y facturas. Pilas, montañas de facturas.

—Si te dejas arrastrar por el pesimismo, todo se carbonizará. A unas malas, piensa que te puedes mudar conmigo.

—¿A Londres? Te lo agradezco, hermana, pero esos cielos permanentemente encapotados me producen mucha tristeza.

—En el corazón de un ser equilibrado siempre brilla el sol —me recordó musical y gozosa.

—Lo sé, cariño, lo sé. Pero yo soy mucho de aquí.

—Somos entes universales, ni de aquí ni de ahí, no te dejes gobernar por los apegos. De todos modos, sería una solución de emergencia, nuestro piso es minúsculo, tendrías que dormir en el balcón.

—Tomo nota, gracias —claudiqué rezando para que tal necesidad no se produjera. Prefería con mucho, las lentejas de mi madre.

—La única crítica que te mereces… —vaciló— no quiero malmeter ni sonar como mamá, pero despilfarraste lo más grande cuando dejaste la financiera. Todos aquellos vestidos nuevos…

—Sólo buscaba ser yo misma, encontrarme —gimoteé convencida de que si me culpaban de algo más, siquiera del polvo de mis muebles, me echaría a llorar.

—Claro que sí, cielo y eso es muy sano, hay que luchar por la autenticidad de una. En esa empresa se dedicaron a alienarte. Bueno, te dejo que hasta que no conectemos lo de Skype, llamarte me cuesta una fortuna. Y antes de que lo preguntes, la tienda va tirando.

—Me ha hecho mucho bien oír tu voz —gemí al borde del berrido.

—Siempre juntas, para lo que haga falta, hermana. Confía en el destino y en lo bueno que te tiene reservado, ya verás. Que no me entere yo que desesperas.

—No, no —moqueé.

—Pues eso. Hasta la próxima. Dile a la mama que he llamado.

Y un jamón con chorreras. A la mama no le digo nada, que me chilla. Y tenerme que aguantar sus quejas porque Lourdes no la llama directamente a ella... No puedo ni con mi pelo.

Continuará...

Esto te lo apaño yo.com (personas que no saben decir "NO")Where stories live. Discover now